Un soldado armado en Bujumbura, Burundi
Un soldado armado en Bujumbura, Burundi - REUTERS

Burundi entierra el recuerdo del golpe de Estado

El presidente Pierre Nkurunziza evita cualquier mención a la asonada del miércoles mientras denuncia otra amenaza diversa: la milicia islamista de Al Shabab

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Cortina de humo islamista en Burundi frente a las protestas internas. En su primera aparición pública tras el intento de golpe de Estado del pasado miércoles, el presidente de Burundi, Pierre Nkurunziza, ha denunciado una alarmante amenaza para su país: la milicia somalí (sí, somalí) de Al Shabab.

«Estamos preocupados por un ataque de Al Shabab», aseguraba el mandatario en una declaración ante la prensa.

Ni una sola mención a los 18 militares que comparecieron, el pasado sábado, ante el Tribunal Supremo acusados de liderar la asonada. O a los informes que revelan la ejecución de manifestantes en el hospital Bumerec de la capital, Buyumbura, por miembros de la Policía tras la rendición de los golpistas.

Es cierto que la amenaza de Al Shabab no le es ajena a Burundi en los últimos tiempos.

En la actualidad, el país africano aporta el segundo mayor continente a las fuerzas de la Unión Africana en Somalia (Amisom) con 5.432 soldados. De igual modo, su experiencia en el terreno se remonta a diciembre de 2007.

Sin embargo, el momento elegido para realizar estas declaraciones resulta más que curioso. La denuncia del presidente burundés camina de forma paralela a su regreso desde la vecina Tanzania, a donde había viajado antes del pronunciamiento militar.

Ante este vacío de poder, desde el miércoles, se recrudecían en la capital de Burundi, Bujumbura, los combates entre las tropas leales al todavía mandatario y los militares golpistas, finiquitados de forma definitiva el viernes, tras la rendición de estos últimos.

Contra el tercer mandato

Al margen del fracaso del golpe, en los últimos días resultaba evidente el clamor político contra la decisión del presidente de Burundi de presentar su candidatura a las elecciones del próximo mes de junio para un tercer mandato.

El pasado abril, Nkurunziza fue elegido candidato a las presidenciales por el partido gubernamental CNDD-FDD, a pesar de haber cumplido ya dos periodos de cinco años que marcaba la Constitución. Una decisión que los partidos opositores consideran que amenaza la estabilidad del país, tras doce años de guerra civil.

A pesar de ello, la alborada del miércoles no fue dirigida desde las fuerzas opositoras clásicas, sino desde sectores del Ejército disidentes con el Ejecutivo.

Precisamente, a las pocas horas del golpe de Estado, Vital Nshimirimana, líder opositor sobre cuya cabeza se dictara a comienzos de mes una orden de detención,  recordaba en ABC que el levantamiento militar todavía debía ganarse el apoyo popular. Entonces, los enfrentamientos eran percibidos como un asunto interno.

Ahora, calibrado de nuevo su mandato, el principal temor ahora es la ola de represión que Nkurunziza iniciará contras las fuerzas opositoras.

A esto ayuda, la confusión sobre el destino del promotor del golpe, el general Godefroid Niyombare. Mientras que el portavoz presidencial, Gervais Abayeho, aseguraba que se encontraba en custodia policial, las propias fuerzas del orden niegan conocer su paradero.

«No habrá piedad», recordaba el presidente Pierre Nkurunziza en un comunicado. ¿El problema? La manga ancha que concede tratar a cualquier disidente como miembro de Al Shabab.

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