Blair y su esposa contemplan una instalación de un artista británico en Pekín
Blair y su esposa contemplan una instalación de un artista británico en Pekín - epa

Tony Blair y las cornadas del becerro de oro

Hace una semana se vio con Kerry y se especula que sus días como enviado especial para Oriente Medio se agotan

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¿Dónde se extravió Tony Blair? ¿En qué momento se quebró su espectacular idilio con el público británico, la alquimia que lo llevó a ganar tres veces las elecciones, las últimas superando la polvareda por su patrocinio de la invasión de Irak?

Blair fue el primer ministro de la «Cool Britannia» y el «Brit Pop». El ex guitarrista de la banda de rock Ugly Rumours en su mocedad en Oxford, el gobernante que se hacía fotos con los ariscos hermanos de Oasis. El líder más joven en llegar al 10 de Downing Street desde 1812. El mandatario laborista que aguantó más tiempo en el cargo: una década. El centrista lúcido, que entendió que tras la revolución de Thatcher ya no se podía volver al laborismo paternalista, manirroto e ineficaz de Harold Wilson y acuñó la Tercera Vía.

El hombre que asoció su destino al de George Bush y se ganó con ello la Medalla de Oro del Congreso de Estados Unidos… y también la rebelión de 139 diputados laboristas, que rechazaron la guerra que defendía su jefe.

Pero ahora, a sus 61 años, Blair da otro tipo de noticias. Es uno de los consultores mejor pagados del mundo. Sus contratos son despellejados puntualmente en los periódicos de Rupert Murdoch, el magnate mediático que tanto lo sostuvo. Murdoch, de 84 años, de cuyo imperio forman parte «The Sun», «The Times» y la cadena Sky, se divorció en 2013 de Wendi Deng, una belleza asiática de 46 años, con la que había tenido dos hijas. Todos los indicios señalaron a Blair como la mecha de la pólvora. Wendi se reunía a solas en el rancho californiano de su marido con el político inglés, casado desde 1980 con la brillante abogada Cherie Booth. Aquellas citas fueron el detonante de la ruptura del matrimonio de Murdoch, que hacortado toda relación con su antaño protegido.

Tony, que se convirtió al catolicismo nada más dejar el Gobierno, niega de plano las acusaciones. Su entorno las achaca a «delirios de un hombre triste y viejo». Pero el viejo golpea duro con sus periódicos. La última vez en noviembre, cuando «The Sunday Times» destapó que Blair firmó un contrato secreto con la petrolera PetroSaudi, fundada por un príncipe hijo del rey Abdullah. El acuerdo lo rubricó Tony Blair Associates en noviembre de 2010: 52.000 euros al mes, más comisiones del 2% por los contratos que facilitase.

Aunque ya era conocida la colaboración de Blair con saudíes y kuwaitíes, su ligazón con PetroSaudí volvió a cuestionar su imparcialidad para ejercer como enviado especial para Oriente Medio del Cuarteto (EE.UU., Rusia, la ONU y la UE). Ese rol diplomático, que asumió el día en que dejó el poder gracias al apoyo de Bush, le ha facilitado una tarjeta de presentación oficial. Pero no parece que la cultive mucho: dos días en Jerusalén cada tres semanas.

Inefectivo

Su misión como enviado especial es ayudar a que se recobre la economía palestina, no buscar la paz allí, como erróneamente se piensa. Pero tras ocho años parece que su papel empieza a sonar a hueco. Hace una semana, Blair se reunió con John Kerry para redefinir sus funciones y también lo hizo con la jefa de la diplomacia europea. Según «Financial Times» sus horas como mediador podrían estar contadas, y cita fuentes diplomáticas que lo dan por amortizado: «Ha sido inefectivo en ese trabajo, no tiene credibilidad en esa parte del mundo». Sin embargo el Gobierno de Cameron, con una notable lealtad institucional, apoya su labor.

Hay más líos en el universo Blair. A unos meses de las elecciones «The Economist» le preguntó por las posibilidades del líder laborista Ed Miliband para ganar. Tony respondió con la verdad: «Podemos encontrarnos con un partido de izquierda tradicional frente a uno de derecha tradicional y con el resultado tradicional». Traducido del «blairés», estaba diciendo que Miliband va a perder por no buscar el centro y haber extraviado el buen compás de la Tercera Vía. Huelga decir que cuando parte de su partido se revolvió contra él, Blair dijo que se le había malinterpretado, pero muchos lo ven como un felón con su vieja casa.

Otro problema en el boyante planeta Blair es su vida personal. Los tabloides de derechas rumorean de que hace vida aparte de su mujer, Cherie, de 60 años, la madre de sus cuatro hijos, que tanto lo ayudó a apuntalar su carrera política y medrar en el laborismo. Pero lo cierto es que cuando ella alcanzó la sesentena, en septiembre, Tony organizó una fiesta por todo lo alto en la mansión campestre de la familia en Buckinghamshire, una de las nueve viviendas que se atribuyen a los Blair, valorada en 17 millones de libras. Ella lo ha defendido siempre durante el caso Wendi.

Máquinas de hacer dinero

En Londres, Tony vive en su casa al norte de Hyde Park, en Connaught Square, protegido por un tropel de policía de guardia. Los vecinos bromean diciendo que con él ha llegado la tranquilidad total (la policía) y la intranquilidad absoluta (el riesgo de un atentado). Cherie también es una máquina de hacer dinero. Acaba de entrar en el consejo de Renault y hace cuatro años fundó la consultora Omnia Strategy, que nada en contratos. Además está vinculada a veinte asociaciones filantrópicas.

La prensa británica le atribuye un patrimonio de 130 millones de euros

Con Tony convertido en otra máquina de facturar, el becerro de oro supone el principal problema de imagen para los Blair. La prensa británica atribuye al político laborista un patrimonio personal de 130 millones de euros. Él lo ha negado siempre: «No tengo ni la mitad de eso, ni un cuarto de eso, ni siquiera la quinta parte de eso». Sus asesores reducen su fortuna a 21 millones de euros. La oficia de su empresa de representación está en Grosvenor Square, en Mayfair, milla de oro londinense.

Blair mantiene una importante actividad filantrópica, con las asociaciones Africa Governance Initiative, Tony Blair Faith Foundation y Tony Blair Sports Foundation. Suele explicar que sus labores de consultor y conferenciante solo buscan financiar sus buenas obras. Muchos de sus contratos son conocidos, aunque no siempre han trascendido las cifras. En enero de 2008 firmó por JP Morgan por 1,2 millones de euros al año y por Zurich International por medio millón. En agosto de ese año inició su colaboración con la corporación energética de Corea del Sur. En febrero de 2009 firmó uno de sus grandes contratos, casi diez millones de euros al año por asesorar al Gobierno de Kuwait, país favorecido por las guerras del Golfo.

El logo Blair

El líder que intentó renovar la socialdemocracia con la llamada Tercera Vía también trabaja para un fondo de Emiratos Árabes, que le paga un millón de euros al año. Su consultoría más polémica es la que rubricó en octubre de 2011 para asesorar al dictador de Kazajistán en política exterior, por diez millones de euros al año. El sátrapa quería blanquearse con el logo Blair y lo compró.

Blair conserva su verbo persuasivo, casi magnético, sus ojos azules intensos, su buena planta y una afabilidad trabajada. Pero algo se ha perdido por el camino, como apunta la sonada relación de examigos, los cadáveres del armario: Murdoch, Gordon Brown, su viceprimer ministro Prescott, el escritor Robert Harris. Todos han roto con él. El novelista lo ve como un hombre que dilapidó sus talentos. Otros dicen que en realidad es un conservador clásico que se equivocó de partido. Harris escribió una alegoría cruel de su oportunismo y frialdad, que Polanski llevó al cine bajo el título «El escritor fantasma».

Afirma que de mayor quiere ser como Kissinger o Peres

La revista «Vanity Fair» ha tenido la ocasión de preguntarle de frente cuál es su propósito en la vida: «En esencia -contestó Blair- trato de construir una organización que sea capaz de marcar diferencias en las cosas que me importan». Blairismo puro: suena bien, ¿pero qué quiere decir exactamente eso? Tal vez nada.

El drama de Blair lo ha explicado él mismo: cuando dejó el poder en la cincuentena se sentía «lleno de energía, en plena forma». Difícil resignarte a las sombras tras haber pilotado un gran país. El síndrome del jarrón chino, que se puede arreglar llenándolo con billetes. Blair dice que de mayor quiere ser como Kissinger, o como Simón Peres, nonagenarios que siguen en la brega. ¿Para llegar a dónde? Quizá eso ya es lo de menos. Lo importante es solo estar.

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