Boris, el camino de bufón a «premier»

El alcalde de Londres, nacido en Nueva York, renuncia a su nacionalidad estadounidense para suceder a Cameron

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

«Me levanto temprano, casi todos los días a las cinco de la mañana, y trabajo duro. La manera de encontrar tiempo durante la semana es cortar el zapeo con la televisión y no sentarte a surfear en internet mirando las diez cosas interesantes que no sabías acerca del culo de Rihanna. ¡Cortad con todo eso! Es una absoluta pérdida de tiempo». No es la manera de hablar de un político al uso. Tampoco son los hábitos de la mayoría de ellos. Pero así de claro se expresa el alcalde de Londres, simplemente Boris en Reino Unido. Johnson de apellido en el extranjero, antiguo periodista y ahora en la carrera por ser el premier del 2020.

Aunque es el más popular de los dirigentes británicos, Boris, conservador, de 50 años, escritor y columnista dotado, ciclista y adúltero reincidente, fue considerado durante mucho tiempo tan solo el bufón del Reino.

Un tipo sin duda brillante, un memorión capaz de citar de corrido a Milton, a Shakespeare y a los trágicos griegos (y de inventarse las citas si es menester, pues por eso fue despedido cuando trabajaba de periodista en «The Times»). Un cachondo de un humor desarmante. Un dirigente de un cultivado magnetismo personal, al que su biógrafa define como un «maníaco de la autopromoción». En resumen, un personaje extraordinariamente dotado, pero un cabra loca al que tampoco se podía tomar muy en serio.

Todo eso ha cambiado. Johnson quiere dar el gran salto. Avisó el año pasado cuando publicó una biografía de Churchill que se convirtió en superventas (más de 200.000 ejemplares despachados), un libro con el que en el fondo no trataba más que de vincular su estampa a la del mayor héroe moderno de su nación. Ahora ha destapado claramente sus aspiraciones. Johnson anuncia que renuncia a su nacionalidad estadounidense, que posee por haber nacido circunstancialmente en Nueva York, para disputar abiertamente la carrera para suceder a Cameron.

Boris se presentará a diputado en las próximas generales e incluso ha apuntado sus primeros atisbos de programa. Exige que el Reino Unido siga dedicando el 2% de su presupuesto a Defensa. Euroescéptico –él asegura incluso que inventó la palabra cuando era corresponsal del «Telegraph» en Bruselas- reclama que Cameron lo incluya en la comisión que ha de negociar una nueva relación de Gran Bretaña con la UE. También demanda que todos los políticos relevantes hagan pública su declaración fiscal. Johnson es un patriota torie, enamorado de la tradición inglesa. Defiende un Estado corto y que no entrometa su enorme nariz. También es liberal en las costumbres, como no podía ser de otro modo vistas las suyas, que al modo de su ídolo, sir Wintston, incluyen el bebercio («un par de gin tonics me dan alas»), aunque él añade algo más a las expansiones del viejo héroe: un pasado de cannabis y la reincidencia en las camas ajenas.

Su vida amorosa

Si quieren conocer a la heroína de esta historia, se llama Marina Wheeler. Es la segunda mujer de Johnson, una abogada que había sido amiga suya en la infancia. Pasaron por vicaría en 1993 y son padres de cuatro hijos. Lo realmente noticioso no es eso, sino que continúen casados. Desde el 2004 hasta el 2008 Boris vivió un evidente romance con la periodista Petronella Wyatt. Los tabloides ingleses, que jamás sueltan una presa, contaron con detalle sus pasiones en la trasera de un taxi, con ella cantando arias de Puccini en la efervescencia del lote. La siguiente fue Helen Macintyre, asesora de arte en el Ayuntamiento. En 2013 un sonado juicio dictaminó que era de interés público contar que el padre de su hija de tres años era Johnson. Entre un lance y otro, el alcalde aún tuvo tiempo a tener otro vástago fuera de casa. Ahora que aspira a premier, su esposa parece haber recibido garantías de contención.

imagen

Boris ha sido un excelente alcalde. «Es un optimista», resumen algunos analistas. Tal vez eso ha sido lo mejor que ha aportado: un estado de ánimo ganador, que hace que para muchos Londres sea hoy la ciudad más palpitante del planeta. Las dos primeras medidas que tomó cuando llegó al Ayuntamiento en 2008, acabando con una hegemonía laborista que databa de 1997, fueron reimplantar los buses de dos pisos y prohibir beber en el transporte público. Su primer escándalo es que en su primer año los gastos en taxi del alcalde subieron un 500%. Mucho, y más en alguien que alardea de acudir a trabajar en bicicleta.

Los Juegos Olímpicos de 2012, que gestionó con brillantez y aprovechó con denuedo para autopublicitarse, acabaron de apuntalar la vis seria del magnífico bufón que se metió al país en el bolsillo en sus años como tertuliano televisivo. Aunque alardea de que no enciende la tele, entre 1990 y 2002 fue un fijo de «Tengo una noticia para ti», un programa que hacía chanza con las nuevas del día. Allí Boris se salía con su capacidad para repentizar ocurrencias descacharrantes.

Johnson, que vive en Islington, en el norte de Londres, es diferente, de verbo suelto, tanto hablando como escribiendo. Ahí radica parte su encanto, amén de en su físico osuno y rompedor: un pelo casi albino y largo, despeinado a conciencia para dar un toque informal, 180 centímetros de humanidad bien alimentada (en su día puso a parir las campañas de alimentación sana del afamado chef Jamie Oliver) y una mirada socarrona. En 2007 escribió que Hillary Clinton tenía «labios sensuales» y que le recordaba a «una enfermera sádica en un hospital mental». La semana pasada fue recibido por ella durante una gira por EE.UU.. Pelillos a la mar. El gracejo Boris se impuso y hasta salió diciendo que le había agradecido lo de los labios sexys.

Las meteduras de pata (o la franqueza de pensamiento), de Boris son legendarias. «Si vamos a autorizar que se casen dos hombres, no sé por qué no podemos autorizar que lo hagan tres, o dos y un chimpancé», fue su análisis del matrimonio entre homosexuales. Aunque luego ha acudido a marchas del orgullo gay en Londres. A los diputados conservadores tránsfugas que se han ido a UKIP los define como «ese tipo de gente que haría el amor con una aspiradora» En su primera campaña a la alcaldía, se promocionó con esta insólita frase: «Si votas tory, tu coche correrá más y tu novia tendrá más talla de sujetador». Cuando lo pusieron verde por machista, argumentó que estaba estudiado que con los conservadores hay más prosperidad e históricamente ha mejorado la envergadura de la ciudadanía, incluidos los pechos, claro.

Vieja rivalidad

Cameron, con quien coincidió en Eton y Oxford, los viveros que forman a la clase patricia inglesa, y con quien nunca se ha llevado, ha saludado con fairplay la irrupción de la nueva ambición rubia: «Son buenas noticias. Siempre he dicho que quiero a mis jugadores estrella en el campo». Boris, dos años mayor que Cameron, no soporta que siendo él la estrella rutilante, el joven que maravillaba con sus discursos espontáneos en las escaleras de Oxford con largas citas en griego incluidas, perdiese la carrera hacia Downing Street en favor de un compañero más mediocre.

Y es que no todo es campechanía en Boris. «Lo tiene todo bajo control. Hasta sus bromas y su pelo están calculados. No hay nada espontáneo», ha dicho su biógrafa, Sonia Purnell. Su primera mujer, Allegra Mostyn-Owen, con la que se casó en 1987 en un breve matrimonio, conserva una gran relación con él -«es un hombre generoso»-, pero añade que «está casado con su trabajo y necesita la adulación de los otros, no puede vivir sin eso». Un ejecutivo español que lo ha conocido en persona te resume así sus impresiones, acodados en la sinceridad que aporta la barra de un pub: «Boris en verdad es un pijazo. Brillante, pero pijazo». Por sus venas corre sangre musulmana, judía y hasta alemana. Pero hoy no hay nada más inglés que el apasionado Boris. Para lo bueno y para lo malo.

Ver los comentarios