Guerrilleros y civiles kurdos, en la asediada Kobane (Siria)
Guerrilleros y civiles kurdos, en la asediada Kobane (Siria) - daniel iriarte

Un día bajo el asedio yihadista en la guerra siria

La población kurda cercada por los terroristas del Estado Islámico resiste solo con pan y agua, pero determinada a no ceder ni un palmo de terreno

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Cada día, cientos de activistas kurdos se reúnen en la frontera turco-siria para mostrar su solidaridad con Kobane, la ciudad kurda de Siria que ha saltado a los titulares por el duro asedio al que la someten los yihadistas del Estado Islámico desde principios de verano. Los manifestantes expresan su angustia por «sus hermanos de Rojava» [el Kurdistán sirio] y su solidaridad con las milicias kurdas YPG que la defienden, al tiempo que protestan por la presunta complicidad de la comunidad internacional y de Turquía por no dejarles ir a combatir. «El gobierno turco no quiere que la gente que huyó de Kobane vuelva ahora para luchar con el YPG. Quieren debilitarles para que pierdan esta guerra», asegura Kamuran Yüksek, cosecretario general del partido kurdo BDP.

Por eso, desde hace algún tiempo, los militantes kurdos de toda Turquía viajan en grupo a la frontera, donde se manifiestan junto a la valla que separa el lado turco del sirio. A veces hay enfrentamientos con las fuerzas de seguridad turcas, pero a menudo se limitan a corear eslóganes, entonar cánticos y vigilar una frontera que, aseguran, es dolorosamente porosa para los yihadistas mientras que permanece sellada para ellos.

Salto de la frontera

Pero este viernes los activistas kurdos saltaron la frontera. Decenas de autobuses llegados de diferentes puntos de Turquía descargaron a más de un millar de activistas, kurdos y turcos, que se dirigen a la valla fronteriza con paso firme. Al frente está Kobane, aislada por apenas una barrera de concertinas y dos vehículos de la Gendarmería turca, cuyos ocupantes se ven desbordados por la marea humana. La vanguardia de este grupo utiliza planchas para protegerse de las cuchillas, y en pocos segundos, la valla cae y cientos de personas comienzan a marchar hacia la ciudad sitiada.

«¡Manteneos en el camino! ¡Hay minas en los laterales!», grita uno de los organizadores, tratando de mantener cierto orden en una columna demasiado triunfal para lo peligroso del sendero. Enseguida, los primeros guerrilleros uniformados salen a recibir a los recién llegados. Un anciano abraza a uno de ellos, a quien se le humedecen los ojos. «¡Hemos roto el cerco!», afirma una joven encapuchada. Otro hombre besa el suelo, visiblemente emocionado.

«El Estado Islámico avanza unos 3 kilómetros diarios»

La alegría de los habitantes de Kobane es contagiosa. Las familias salen a recibir a los activistas, ofreciéndoles agua y pan. «Aquí no hay comida, no hay medicinas. Lo poco que hay nos lo traen de Turquía. Solo tenemos pan», afirma Muhammad Hassan Tammu. «El Estado Islámico está allí, allí... y allí», nos cuenta este kurdo, señalando tres de los cuatro puntos cardinales, «a apenas diez kilómetros en todas las direcciones». Por ahora no hay problemas graves de agua. Pero del resto, falta de todo.

«Casi todos los que luchan en Kobane son de aquí. Las armas nos las dan las milicias del YPG», afirma Ahmad, un combatiente en uniforme de civil. «Hay también kurdos de Turquía pero muy pocos», asegura. Sin embargo, no tardamos en toparnos con varios de ellos. Charlamos con un joven vestido de negro que se niega a dar su nombre, pero que afirma ser «un voluntario de Amed», el nombre kurdo de Diyarbakir, la capital de las regiones kurdas del sureste de Turquía.

«Claro que tengo miedo, pero tengo que estar junto a mis hermanos», asevera. Ahmad, otro combatiente, asegura haber resistido aquí durante todo el cerco. «Cada día es peor que el anterior. Todos los días, el Estado Islámico avanza unos tres kilómetros», asegura.

El centro de Kobane no parece muy castigado por la guerra, gracias, en parte, a que los frentes de batalla se encuentran a unos pocos kilómetros. «A veces caen bombas», afirma Shejnebi Rammo, un profesor de escuela que huyó a Turquía cuando el Estado Islámico inició el cerco, pero que prefirió volver poco después, trayéndose a su familia. «Mi casa está aquí», enfatiza.

Esperanza

La llegada de los activistas desde Turquía ha traído esperanza a la población asediada. A las pocas horas, la columna inicia el regreso a Turquía. «Muchos se quedan a luchar», nos confiesa una muchacha venida desde Estambul. Pero cuando el grupo trata de salir se encuentra con que la Gendarmería ha vuelto a levantar la alambrada. Los organizadores tratan en vano de negociar con las autoridades turcas, que recurren a los gases lacrimógenos para dispersar a la muchedumbre, a pesar del riesgo de minas. «Nos dicen que, si queremos salir, enseñemos nuestros pasaportes, pero no queremos, porque para nosotros solo hay un Kurdistán», clama uno de los activistas.

Algunos periodistas seguimos las vías del tren hacia la vecina Mürsitpinar, hasta encontrar un hueco en la valla que nos permite salir de Kobane. Frente a nosotros, un grupo antidisturbios de la Gendarmería se aposta entre los árboles.

Poco después de rebasarles, escuchamos las detonaciones de las escopetas de gas lacrimógeno, y vemos la estela blanca de los botes de gas volando hacia los activistas, que dan marcha atrás entre gritos. De momento, la marcha no podrá abandonar el lugar. Para algunos, al menos, no son solo los yihadistas quienes cercan Kobane.

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