Imperio español

El héroe despreciado por el Imperio español que quiso evitar que los ingleses tomasen Gibraltar

El 6 de agosto de 1704, Diego de Salinas hizo llegar a Felipe V una misiva en la que explicaba cómo había sido el asedio de la ‘Royal Navy’

Al rescate de un héroe olvidado del Imperio español: «Evitó el avance inglés desde Gibraltar»

El último de Gibraltar Augusto Ferrer-Dalmau
Manuel P. Villatoro

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Su nombre y apellidos eran casi tan largos como los arrestos que demostró. A Diego Gómez de Salinas y Rodríguez de Villarroel el destino le reservó un trago amargo. Dos años después de ser elegido gobernador de Gibraltar por Felipe V , este madrileño se vio en la tesitura y en la obligación de plantar cara a la flota anglo-holandesa dirigida por George Rooke y el príncipe de Hesse-Darmstadt . La misma que, bajo el paraguas por la Guerra de Sucesión , se personó con 4.000 almas y una sesentena de bajeles artillados en el Peñón con desagradables intenciones en agosto de 1704.

La gallardía le duró unos días. El 4 de agosto de ese mismo año, tres jornadas después de que aquella imponente flota arribara hasta la costa, el bueno de Salinas entendió que era imposible vencer. Fue acusado de traidor por unos y de cobarde por otros, pero la realidad es que, más allá de opiniones interesadas, estaba cargado de razón. Para empezar, porque había solicitado sin éxito refuerzos a sus superiores hasta casi quedarse afónico: «Bien sabe cuan repetidas veces he puesto en la consideración el estado al que estaba reducido esta plaza. Para empezar, por la total falta de guarnición, pero también por la de pertrechos, artillería, provisiones de boca y de guerra».

Primeras cartas

Sería mentir decir que el bueno de Salinas no puso sobre aviso a sus superiores de la pesadilla que se le venía encima. Desde que sentó sus reales en la poltrona de Gibraltar allá por los comienzos de 1702, el gobernador insistió una y otra vez en que la plaza carecía de las defensas suficientes para resistir un ataque inglés. Tal y como afirma Cesáreo Fernández Duro –fuente obligada– en ‘ Historia de la Armada Española desde la reunión de los reinos de Castilla y Aragón ’, a lo largo de los meses siguientes el político solicitó refuerzos al Marqués de Canales . Este prometió la recluta de dos maestres de campo para reforzar la plaza, pero todo quedó en buenas y falaces palabras.

No se le puede reprochar la insistencia al gobernador porque pintaban bastos sobre el ‘Mare Nostrum’. El almirante inglés George Rooke , en las aguas desde 1702 con una fuerza de 14.000 marinos y más de medio centenar de bajeles británicos y holandeses, andaba al acecho por las costas españolas ávido de que hallar algún eslabón débil en las defensas borbónicas. El 28 de mayo de 1704 , de hecho, arribó a aguas de la Ciudad Condal e inició el desembarco de unos 3.500 hombres a orillas del río Besós . Cierto es que el ataque fue detenido por una combinación de fuerzas locales y milicia ciudadana, pero también lo es que la tensión se palpaba con dos manos en el ambiente.

Pérdida de Gibraltar ABC

Por ello, ese mismo 8 de julio, apenas un mes antes de que la ‘ Royal Navy ’ se personara con intereses aviesos sobre el Peñón, Salinas hizo un intento más. En este caso dirigió su petición hacia el gobernador de Málaga . Con tono educado, el gobernador de Gibraltar criticó la escasez de defensores que tenía a su mando y la falta de previsión demostrada por sus superiores: «Amigo y señor mío. […] A vista de la desprevención con que está la plaza y las demás de estas costas por la falta de guarnición, debemos añadir mayor cuidado y desvelo; sin que este baste para podernos prevenir aun en una moderada forma de defensa». Era realista, pues apenas contaba con un centenar de hombres y una treintena de jinetes.

El político insistía también en que los ingleses pasaban de «noventa velas»; unos «sesenta bajeles en total». Cantidad imposible de detener si Rooke se atrevía a poner un pie en tierra. «Debemos esperar por este medio preservarnos de las hostilidades y atentados que nos puedan causar estos enemigos. Si V. E. tuviese alguna noticia de la venida de la armada, espero me la comunique sin la menor dilación», añadió. Salinas acertó en el número y en las intenciones de la armada del bando aliado. Para su desgracia, comprobó que atesoraba toda la razón cuando vio los navíos de la ‘ Royal Navy ’ ubicarse desafiantes frente a la bahía gibraltareña a principios de agosto. ‘Bad news’.

Lo que jamás podrá reprocharse a los ingleses son sus formas. Lo primero que hicieron fue redactar una misiva educada en la que instaban a Salinas a rendirse

Lo que jamás se podrá reprochar a los ingleses son sus formas. Ni ahora ni entonces. Lo primero que hicieron fue redactar una misiva educada hasta el extremo en la que instaban a Salinas a rendirse. Porque se puede ser pendenciero, pero siempre con modales. El gobernador se la devolvió: «Fieles de Felipe V y leales vasallos, sacrificarán las vidas en su defensa así esta ciudad como sus vasallos». A la par, volvió a pedir ayuda a sus superiores por enésima vez: «Parecen llegar de tres mil a cuatro mil hombres, los cuales se han acampado a distancia de tiro de escopeta. Echan al mismo tiempo algunas bombas con frecuencia. […] Suplico se pongan las noticias en manos de S. M.».

La última frase de Salinas denotaba que estaba dispuesto a sacrificarse ante la gran armada de Rooke: «Manifieste a S. M. el rendido afecto con que esta ciudad pronta en sacrificarse. Sus vecinos se ejecutarán hasta el último trance en el servicio de su Rey y Señor». Las buenas palabras no le sirvieron de nada. En las jornadas siguientes, los ingleses superaron a golpe de fusilería y cañonazos las defensas de la ciudad. Del medio millar de defensores presentes, un centenar –la mayoría, milicianos– huyeron y se escondieron en las montañas. El resto, por su parte, sudó hasta la última gota de sangre. Al final, las capitulaciones llegaron el 4 de agosto.

Cargado de razones

El 6 de agosto, Diego de Salinas , el hombre altivo que había afirmado que defendería Gibraltar hasta la muerte, el héroe dispuesto –o eso había confirmado en sus misivas– a dejarse la vida en favor de los Borbones , escribió su última carta al frente de la ciudad. En ella explicó, de forma pormenorizada, las causas que le habían llevado a ser derrotado por los ingleses. Huelga decir que el objetivo último del texto era esquivar la responsabilidad por la rendición. De hecho, el gobernador no dudó en recordar a sus superiores que ya había avisado del peligro que se cernía sobre el Peñón:

«Bien sabe cuan repetidas veces he puesto en la consideración el estado al que estaba reducido esta plaza. Para empezar, por la total falta de guarnición, pero también por la de pertrechos, artillería, provisiones de boca y de guerra. Con motivo de los continuos pasajes de las armadas enemigas, continué estas mismas representaciones, así a V.E. como a S.M., por manos del Sr. Marqués de Canales. De resulta solo se me dio la esperanza de que se procuraría dar estas providencias en la forma que lo permitiese la ocurrencia presente, sin haber podido conseguir, por diferentes causas, que el Gobernador de Cádiz me enviase la recluta de don Sebastián de Oloris, que se halla de guarnición en aquella plaza; la que, junto con la de D. Diego de Leis, se habían mandado que viniesen aquí».

Solo estaba calentado. A continuación, Salinas remarcó que apenas contaba con soldados –« no habiendo en estos dos cuerpos que residen más que 56 hombres , de los cuales no había 30 de servicio»– y que no le quedó más remedio que valerse de las milicias para poder aunar una fuerza capaz de plantear alguna defensa: «Al final, pude abocar a esta plaza el número de 150 hombres . Y de estos, de tan mala calidad que, así que llegaban, empezaban a hacer fugas». Se refería a que la mayor parte de los mismos habían escapado en cuanto los buques empezaron a escupir fuego sobre la urbe.

Defender el Imperio español

La carta explicaba también cómo había sido el asedio. En sus palabras, todo comenzó con el desembarco en el río Guadarranque de 4.000 hombres. Allí les esperaban 30 hombres a caballo de la milicia de Gibraltar: «No pudiendo resistir el continuado fuego de la artillería, se vinieron los jinetes retirando a la plaza con la pérdida de algunos. Los enemigos vinieron a ocupar las huertas de los molinos, cerrando el paso de mar a mar, para que no pudiesen introducirse socorros de gente ni víveres, cuyas tropas mandaba el príncipe de Armestadt . Este me envió un trompeta con una carta de amenazas, a que le respondí que defendería esta plaza hasta sacrificarme, sin que yo conociese otro Rey que a la Majestad de Felipe V , nuestro rey y señor».

Siempre según la misiva, los ingleses iniciaron un fuego continuado sobre la ‘ Puerta de Tierra ’ y el ‘ Muelle Viejo ’. Los bombazos siguieron hasta la madrugada, cuando se intensificó más si cabe. «Al día siguiente, a las cuatro de la mañana, se perfilaron las armadas haciendo frente a la plaza. A la misma hora empezaron los navíos a dar tales cargas de artillería y bombas que duraron hasta las dos de la tarde continuamente, en cuyo tiempo se disparó 30.000 cañonazos, con poca diferencia», añadió en su texto el gobernador. Los impactos fueron letales: acabaron con uno de los muelles, destruyeron las escasas piezas de artillería que tenía la urbe para defenderse y abrieron un boquete en el murete que defendía la zona.

Luego comenzó el asalto. La defensa fue ínfima, nada extraño. Lo que sí sorprendió al gobernador es que muchos de los soldados españoles decidieran cambiarse de bando para evitar ser encarcelados . El desequilibrio era tal que los ingleses enviaron dos emisarios para solicitar la rendición.

La toma de Gibraltar ABC

«Me dijeron que si dentro de media hora no entregaba la plaza entrarían con todo el rigor que merecía tan gran resistencia. Viendo lo indefenso que me hallaba, respondí me diesen término hasta las ocho del día siguiente, para en este intermedio conferir el punto con los cabos militares y ciudad, y con sus dictámenes tomar la providencia que pareciese más del servicio de ambas Majestades. Habiéndolo ejecutado, convinieron todos que era preciso admitir la capitulación para no exponerse a un exterminio, conocido la poca guarnición que había quedado, y el vecindario de este pueblo, que se hallaba en la confusión que se deja considerar, y las pocas milicias tan aterradas. Estas habían abandonado las armas y se habían escondido».

Así acabó el paso de Salinas por Gibraltar . Un triste camino de piedras que le valió ser considerado un traidor y un cobarde por la sociedad española.

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