Puerto Hurraco

El triste final de los asesinos que perpetraron el crimen de Puerto Hurraco

Los Izquierdo murieron en la cárcel, uno de ellos ahorcado, mientras que sus hermanas pasaron sus últimos días en un psiquiátrico

Vídeo: La masacre de Puerto Hurraco MPV/ ABC
Manuel P. Villatoro

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Las puertas del averno se abrieron tras la caída del sol de un domingo 26 de agosto de 1990 , al crepúsculo. La hora idónea para sacar la silla a la fresca o dar buena cuenta de una cerveza gélida en Puerto Hurraco , pedanía de Benquerencia , después de una tórrida jornada de verano. Cuando las manecillas del reloj ya habían pasado las diez de la noche en tierras de Badajoz, dos figuras armadas y ataviadas con ropa de caza cortaron el horizonte a través de la calle Carrera , la más grande de un pueblo de menos de dos centenares de vecinos, el mismo número de personas que llenaban sin dificultad antes de la pandemia un aula magna de universidad.

Para saciar sus ansias de venganza, Antonio y Emilio Izquierdo (de 53 y 58 años) desataron un torrente de fuego sobre los hombres, mujeres y niños de la población. Su mantra: acabar con el que era el clan enemigo desde hacía cuatro décadas debido a un problema de lindes y terruños. Como ellos, sus cartuchos de postas (formados por una decena de perdigones de plomo cada uno), no tuvieron piedad y segaron la vida de varios miembros de la familia Cabanillas ; entre ellos, dos adolescentes de apenas 13 y 14 años que acababan de decir adiós a uno de sus amigos antes de salir a la calle principal. Aunque, al final, en su camino al infierno no hicieron distinción y dejaron 9 muertos y una quincena de heridos.

Detención de Emilio Izquierdo, uno de los autores del crimen de Puerto Hurraco.

Ni la pareja de la Guardia Civil que acudió a Puerto Hurraco pudo detener aquella sangría. Hubo que esperar a la mañana siguiente y a una búsqueda que incluyó a doscientos agentes y varios helicópteros para que las autoridades los atraparan. « Que sufra ahora el pueblo como he sufrido yo », afirmaron cuando les pusieron las esposas. A partir de entonces comenzó un nuevo periplo para esta pareja: el que los llevó de celda en celda hasta que su vida se apagó. La de Emilio, en 2006 por causas naturales; la de Antonio, cuatro primaveras después, cuando se quitó la vida en prisión. «Se ha ahorcado en su celda del módulo de enfermería de la cárcel de Badajoz, donde permanecía recluido», escribía entonces ABC.

Antes, ya habían dejado este mundo en las tripas de un psiquiátrico sus dos hermanas, Luciana y Ángela , acusadas de haber envenenado la mente de los asesinos y, en la práctica, de ser las titiriteras de la barbarie. Argumento que, aunque el juez el desestimó en 1994, cuando Antonio y Emilio fueron condenados a 345 años de prisión cada uno, suscribieron algunos de los vecinos de Monterrubio de la Serena, donde residían. «Trabajé en un pub y ellas vivían encima. Estaban paranoicas, paranoicas totales. Unas depresiones… Que si oían ruidos constantes… Que si fanatismo religioso… Creo que estaban bien tocadas», confirmó un testigo anónimo durante una entrevista concedida a Televisión Española.

Desde entonces, el de Puerto Hurraco ha sido calificado por muchos como el último crimen de la España negra . Una afirmación que Christian Borja Campos , periodista especializado en sucesos y coordinador de prensa de la Asociación SOSDesaparecidos no comparte. «Es probable que se califique así por la tipología y el contexto del delito: esa España envuelta en planes de futuro que de repente volvía a mostrarse resentida y ancestral. Aun así, considero que el de Puerto Hurraco no fue el último crimen de la España negra. Ya en la década de los noventa hubo otros que conmocionaron a la sociedad, como el llamado exorcismo de Almansa , que ocurrió al mes siguiente, el triple crimen de Alcàsser o los asesinatos de Anabel Segura y Rocío Wanninkhof », explica a ABC.

«Perfilaron un plan de exterminio del mayor número de personas en base a un empobrecimiento afectivo y social que determinó el desprecio por la vida humana»

En lo que sí está de acuerdo es en que esta barbarie estremeció a la sociedad. «Los crímenes de Emilio y Antonio Izquierdo volvieron a poner en evidencia ese carácter vengativo que tanto sufrimiento ha causado a lo largo de nuestra historia. Un cainismo que, como señala el escritor Enrique Llamas , autor de la novela "Los Caín": “se combate con la empatía y desde la educación”. Justamente de lo que carecían los responsables de esta tragedia».

De la misma opinión es Juan S. Rada , versado periodista del mítico periódico «El Caso» (aquel que llevó la crónica de sucesos a toda España durante casi medio siglo), exdirector de diferentes medios de comunicación y autor de varias obras sobre criminología y crónica negra. No solo eso, sino que es partidario, como lo fue el juez, de que Emilio y Antonio cocieron su venganza a sangre fría y, por tanto, no estaban locos ; argumento que intentaron enarbolar para hacer una finta a la prisión. «Quedó probado que los asesinos tenían inteligencia normal. Perfilaron un plan de exterminio del mayor número de personas en base a un empobrecimiento afectivo y social que determinó el desprecio por la vida humana», explica a ABC. La entrevista completa a este experto la pueden leer al final del artículo.

El comienzo de todo

Toda historia, por cruel que sea, tiene un principio. Para hallar el primer acto de esta tragedia hay que retrotraerse hasta la década de los sesenta, años de posguerra en los que la escasez económica desgarraba pueblos como el de Puerto Hurraco , cuya economía se sustentaba en el grano, la aceituna y la ganadería. En los albores de la misma España rural que intentaba de forma desesperada sacar la cabeza del mar que suponía la miseria, dos familias empezaron una rencilla que, a la postre, derivaría en barbarie. Esta suerte de Capuletos y Montescos eran los Izquierdo, conocidos como los «Patas Pelás» , y los Cabanillas, llamados «Amadeos» . Narran los vetustos del lugar que una diferencia provocada por los límites de una linde hizo que comenzaran las miradas aviesas entre ambos y, más pronto que tarde, las tensiones.

El segundo capítulo arrancó en 1967, cuando Jerónimo , el mayor de los Izquierdo, apuñaló hasta la muerte a un Cabanillas en una era cercana a Puerto Hurraco. Mal precedente, acaecido por los problemas con las tierras y, según se ha extendido, también por el desplante que el fallecido había hecho a Luciana Izquierdo. Teoría que, por cierto, una vecina del pueblo desmintió en los años noventa a ABC: «Esas fueron paparruchas que se han inventado. Nunca jamás ninguna de las hermanas mantuvo relación con Cabanilla alguno, tan solo fueron las tierras». Lo que sí corroboró esta fuente, que no quiso desvelar su identidad, fue el asesinato. «Ese fue el detonante final para enconar aún más los ánimos, para que unos y otros pasasen de las miradas torvas, a las palabras, a los insultos y soltar, como en un estallido, toda su mala leche».

«Bastante desgracia tengo yo, que desde que asesinaron a mi madre, como una gavilla seca, no dejo de soñar con ella»

Llevaba razón. La tensión entre los hunos y los hotros, que diría Unamuno, se materializó de nuevo en 1987, año en el que la matriarca de los Izquierdo murió calcinada en el incendio de su casa de la calle Carrera de Puerto Hurraco. ¿Accidente o asesinato?, ¿amarga casualidad o cruel venganza? Cuatro de sus hijos, Emilio, Antonio, Luciana y Ángela lo tuvieron siempre claro. «Aquello fue provocado y bien pensado. Pienso que el pueblo lo tapó», afirmó en los años noventa el primero, antes de añadir que ese triste suceso le conmocionó. «Bastante desgracia tengo yo, que desde que asesinaron a mi madre, como una gavilla seca, no dejo de soñar con ella». Una vez rumiada la tragedia se marcharon, escocidos, a vivir a Monterrubio, a diez kilómetros del pueblo.

Sangre y plomo

Monterrubio no hizo que se apagara el odio de los Izquierdo a los Cabanillas. Más bien avivó las llamas de la rencilla y, en su mente, cristalizó las sospechas de que el accidente había sido un asesinato. Además, sacó a relucir, según los vecinos que convivieron con los hermanos, los problemas mentales de Luciana y Ángela. «Decían que el ruido del contador de la casa les molestaba, llegaron al extremo de cortar la luz por este motivo», confirmó uno de ellos a TVE. En este punto la historia se difumina, pues se desconoce quién fue el verdadero instigador del crimen. Si ellas, si ellos o si una mezcolanza de ambos. En todo caso, la misma familia que se dedicaba a hacer prácticas de tiro contra el tejado de su casa decidió, allá por agosto de 1990, que tocaba materializar la venganza que llevaban años pergeñando.

El 26 fue el día de autos, en pleno veraneo para un pueblo arrasado por las altas temperaturas. A eso de las seis de la tarde, Emilio y Antonio se vistieron con ropa de caza, enarbolaron sendas escopetas de repetición del calibre 12, un buen puñado de postas cada uno (según escribió la mítica periodista Margarita Landi , que investigó el suceso, las guardaron en cananas que se cruzaron al pecho) y marcharon hacia Puerto Hurraco. «Nos vamos a cazar tórtolas», dijeron a sus hermanas, y estas les creyeron. Pero su presa era bien diferente. Las crónicas narran que fue poco antes de las diez de la noche cuando accedieron al pueblo a través de un callejón, como si vinieran de hacer blanco sobre una presa del bosque.

Dos fotografías del día de su primera comunión de las hermanas Antonia y Encarnación, asesinadas en Puerto Hurraco.

Nadie sospechó cuando los vio aparecer. Ni aquellos que pasaban el tiempo en el recién inaugurado salón social de la pedanía pacense, ni los que tomaban un refrigerio en el bar. «Puerto Hurraco se convirtió en una zona de guerra . Pasadas las diez de la noche, Emilio y Antonio Izquierdo se presentaron armados con dos escopetas repetidoras Franchi y trescientos cartuchos de postas y desataron el infierno. Durante los primeros instantes su objetivo fue abatir a los miembros de la familia Cabanillas, pero después dispararon a cualquiera que se cruzara en su camino», explica Borja Campos a ABC.

Según el periodista especializado en sucesos, las primeras víctimas mortales fueron Antonia y Encarnación Cabanillas, dos niñas de 14 y 12 años que estaban jugando en la calle. La tercera hermana, María del Carmen , escapó de la Parca gracias a que estaba en casa de unos primos. «Oí los disparos. No sabía lo que era… Bajé corriendo. Pensaba que un coche las había atropellado. Estaban las dos allí…», declaró después, desencajada, a los medios de comunicación.

Cuando los cuerpos de las pequeñas se desplomaron sobre el asfalto caliente cayó la siguiente víctima. «Le siguió Manuel Cabanillas , quien encontró la muerte al salir de uno de los edificios, alertado por el ruido de los impactos», señala Borja Campos. Según explicó el hijo del fallecido en el juicio, su padre solo pudo gritar una frase antes de que le descerrajaran una andanada de plomo. «Vi que eran dos personas con escopetas. Empezaron a disparar a diestro y siniestro a toda la gente. Mi padre se dio la vuelta y les dijo: “¿pero qué cojones hacéis, Emilio?” . No le dio tiempo a avisar. Le dispararon por la espalda y le remataron en el suelo».

Luego comenzó la escabechina. «Otra vecina, Araceli Murillo Romero , fue alcanzada por dos disparos cuando iba a socorrer a las niñas, mientras que José Penco Rosales, que había conseguido trasladar a varios heridos a una localidad cercana, fue tiroteado a su regreso. Asimismo, los hermanos Izquierdo dispararon contra tres vecinos que trataron de abandonar el pueblo de forma desesperada: Manuel Benítez, Antonia Murillo Fernández y Reinaldo Benítez -los dos últimos murieron en el acto-. En total hubo nueve asesinatos –los fallecimientos de Andrés Ojeda Gallardo e Isabel Carrillo Dávila se produjeron posteriormente-, y una quincena personas resultaron heridas. Una auténtica tragedia», completa en declaraciones a ABC.

La suerte de los heridos fue dispar. Guillermo Ojeda, a sus ocho años, permaneció en coma profundo por un tiro en la cabeza, y Antonio Cabanillas, de 25, quedó relegado a una silla de ruedas el resto de su vida.

Las autoridades, por su parte, hicieron lo que pudieron. Según escribió el enviado especial de ABC, durante el tiroteo los vecinos llamaron a la Guardia Civil. A eso de las diez y media, el cuartelillo de Cabeza de Buey fue puesto en alerta y comenzó el plan de acción. Los primeros en partir hacia el lugar de los hechos fueron dos agentes de Monterrubio, quienes tardaron apenas unos minutos en llegar a Puerto Hurraco. Pero no les sirvió de nada, pues fueron recibidos a tiros. Juan Antonio Fernández Trejo tuvo que hacer frente a un «traumatismo torácico con trayectoria anterior-posterior y alojamiento de posta cercano a las costillas» y su compañero, Manuel Calero Márquez, a una herida en la pierna izquierda. No llegaron a bajarse del vehículo.

Una de las localizaciones de los asesinatos, en Puerto Hurraco.

Los asesinos solo se marcharon cuando, según narró ABC, estaban saciados de venganza, y mientras la Benemérita rodeaba la zona. «Al menos 200 guardias civiles comienzan a acatar las órdenes de sus mandos. En forma de tenaza van cercando al pueblo. Se sabe que los criminales están allí, por aquellos parajes y que hay que capturarles como sea. Por ello no sólo será ésta tenaza la que se establezca, sino también se realizarán cortes en las carreteras». Antonio y Emilio; Emilio y Antonio, se marcharon a todo correr al monte, donde se escondieron durante la noche. No les duró mucho la tranquilidad ya que, a la mañana siguiente, una impresionante batida formada por perros , todoterrenos y helicópteros barrió los alrededores.

La pareja fue capturada entre las ocho y las nueve de la mañana y, al parecer, con idea de derramar más sangre. «Si no me cogen, hubiera ido al entierro a matar a más gente», esgrimió Emilio. Luego añadió: «Estoy tranquilo tras vengar la muerte de mi madre» . Pocos días después cayeron las hermanas Izquierdo, quienes habían abandonado la casa de Monterrubio y habían dirigido sus pasos hasta la estación de Atocha para entrevistarse con alguna figura del Gobierno de Felipe González . Después, ya bajo custodia policía, volvieron a Badajoz acusadas, por todos y por nadie en concreto, de haber sido las instigadoras del crimen. «Vamos muertas, llevamos el estómago revuelto por todo lo que ha sucedido. Quien diga que somos culpables de haber inducido a nuestros hermanos que lo diga delante de nosotros, si se atreve», afirmaron.

Juicio y final

El juicio a los Izquierdo comenzó tres años y medio después de los acontecimientos y fue seguido por toda la prensa nacional. Desde el principio, el abogado, Javier Luna, se esforzó en demostrar que sus clientes eran unos enajenados mentales que habían perpetrado los asesinatos fuera de sí. Intencionadas o no, algunas declaraciones de Emilio así lo intentaron atestiguar. «No sé lo que pasó. Salimos mi hermano y yo de casa, pero no íbamos con ninguna intención de matar. Mi cabeza se quedó en blanco, no se lo que hice. Tampoco recuerdo si iba armado, solo que nos dirigimos al campo, pero sin idea de matar. Cuando me empecé a dar cuenta de lo que ocurrió fue cuando me despertó un Guardia Civil», arguyó.

Los hermanos Emilio y Antonio, esposados durante el juicio.

A lo largo del proceso, Emilio mostró dos caras. Por un lado, reiteró una y otra vez que no sabía lo que había pasado. «Me hago responsable de las muertes, pero yo no recuerdo eso. Dispararía… pero no lo supe hasta después». Sin embargo, también confirmó que guardaba un gran rencor a Puerto Hurraco por la muerte de su madre. En un momento del proceso, así lo hizo saber, desesperado, al juez. «¡Me estáis poniendo la cabeza como un bombo! Yo no he tenido que pisar la cárcel para nada, porque nos llevan torturando toda la vida. Es un pueblo malo». A su vez, repitió una y otra vez que jamás había pretendido asesinar a nadie. «Nunca he pensado de matar. Nunca por nunca. Pero estaban tapando la muerte de mi madre [SIC]».

Antonio tuvo mejor memoria y utilizó una defensa diferente. El centro de la misma fue que se había sentido obligado a acompañar a Emilio, pero que no había disparado a nadie. «La Guardia Civil la ha tomado con nosotros. Realicé varios disparos al aire para avisar a la gente. Disparé para avisar al personal. No sabía que iba a una matanza, si llego a saberlo no habría ido con él». De nada les valió ni al uno, ni al otro. El juez desestimó la posibilidad de que estuvieran locos y los encerró en prisión. A su vez, sus hermanas fueron internadas en el Psiquiátrico de Mérida. En principio compartieron celda en su interior, pero fueron separadas cuando, día sí y noche también, hablaban de los Cabanillas y de los asesinatos. Otro tanto les pasó a sus hermanos por una causa similar.

Antonio Izquierdo, uno de los asesinos de Puerto Hurraco, custodiado por dos policías, en el entierro de su hermano Emilio, en 2006.

Luciana fue la primera en morir en el Psiquiátrico por causas naturales. Apodada la « Víbora », dejó este mundo el 13 de enero de 2005 , a los 77 años, tras una década entre rejas. Fue seguida por la sumisa Ángela, de 62, en noviembre. Emilio falleció en diciembre de 2006 en la cárcel de Badajoz por un problema cardíaco. Antonio se despidió de él con una frase que resonó en todos los diarios. «Hermano, te vas al cielo con 74 años, pero te vas con la satisfacción de que la muerte de tu madre ha sido vengada» . Lo hizo en el cementerio esposado, mal vestido, cojeando y con un esparadrapo cubriéndole la oreja para evitar los roces que le provocaban la patilla de las gafas. Él último de los Izquierdo relacionados con Puerto Hurraco se ahorcó en 2010 tras saber que le había sido denegada la condicional y que estaba obligado a pasar unos años más en la celda. Así acabó esta triste historia.

Tres preguntas a Juan Rada

1-¿Estaban locos los asesinos?

Sí, pero de odio. Protagonizaron una masacre considerada como paradigma de la España ancestral, profunda y vengativa. Un país desarmado donde la gente arreglaba sus desavenencias de forma primitiva, con garrotes, navajas y hachas; en esta ocasión, con escopetas de caza.

Una vendetta pensada desde hacía tiempo. Odio visceral entre dos familias del ámbito rural que había comenzado 30 años antes. Y cuyos protagonistas pensaron que aquello sólo podía terminar con un baño de sangre.

En el juicio quedó probado que los asesinos tenían inteligencia normal. Perfilaron un plan de exterminio del mayor número de personas en base a un empobrecimiento afectivo y social que determinó el desprecio por la vida humana. Fueron alimentando sus propias fobias, obsesiones a causa de un anormal aislamiento físico y a la convivencia en un grupo familiar cerrado, apartado del resto de la sociedad, donde tan sólo se rumiaba la venganza.

Juan Rada

2-¿Cree que sus hermanas pudieron ser las instigadoras?, ¿por qué se esgrimió esta posibilidad?

El enfrentamiento, que degeneró en odio entre ambas familias, había comenzado treinta años antes por una pugna de lindes. Pero después se incrementó por un amor frustrado. Luciana, la hermana mayor, no fue correspondida, en su relación sentimental, por Amadeo Cabanillas. Se quedó, como se decía en aquellos tiempos cuando una joven era abandonada por su novio, «para vestir santos». Surgió un gran despecho en su corazón. Su hermano Jerónimo, quizá azuzado por ella, apuñaló mortalmente al citado Amadeo tras una discusión mientras labraban. Después vendría el incendio de la casa de los «Patapelás», donde falleció la madre, nuevos enfrentamientos físicos…

Parece que Luciana, junto con su hermana Ángela, rumiaron en soledad la venganza mientras incitaban a los hermanos a que llevaran a cabo un ajuste de cuentas. No se pudo demostrar en el juicio tal cosa, por lo que resultaron absueltas, pero fueron ingresadas en un psiquiátrico. Para la historia criminal han quedado como las instigadoras de la masacre.

3-¿Cómo cubrió «El Caso» este suceso y que impacto tuvo en la sociedad?

Sucede que el mítico semanario «El Caso» había desaparecido tres años antes, precisamente en esas fechas. Su antorcha la recogió otra publicación que se creó en Almería, llamada «El Caso Criminal». Aquella noche, domingo, había personal trabajando dado que se editaba en la sede de un diario provincial. Sonó el teléfono y les avisaron de la matanza que estaba ocurriendo en Puerto Hurraco. Al periodista que descolgó el teléfono se le ocurrió preguntar: «¿Habrán avisado ustedes a la Guardia Civil?». La respuesta fue: «¡No!, primero a “El Caso”, para que vengan pronto. Ahora, después, llamaremos a los agentes de la Benemérita».

Tal era la fama que tenía el nombre de «El Caso», de que muchas veces sus reporteros llegaban al escenario del suceso antes que los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, como había ocurrido diez años antes en el asesinato de los marqueses de Urquijo. Y, desde Almería, los reporteros salieron disparados hacia Badajoz para cubrir ampliamente el suceso.

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