Los testimonios perdidos de los españoles torturados en la Guerra de Filipinas: «Mueren 20 o 30 diarios»

Se calcula que capturaron a entre 10.000 y 12.000 soldados, muchos de los cuales fueron maltratados por los rebeldes a pesar del Convención de Ginebra y ante la pasividad de Estados Unidos. «En Cavite Viejo hay más de 5.000, que viven amontonados, durmiendo en los suelos, desnudos, mezclados hombres, mujeres y niños. La atmósfera es irrespirable»

Imagen de los prisioneros que hicieron los rebeldes tagalos durante la independencia de 1898

Israel Viana

La noticia publicada por el «Heraldo de Madrid» , el 9 de diciembre de 1898, debió sobrecoger a las miles de familias españolas que habían visto partir a sus hijos y maridos hacia la otra punta del mundo y no tenían noticias de ellos. «Esta mañana hemos hablado con un jete del Ejército que nos contaba cosas de Filipinas, de donde ha regresado hace muy poco. El relato que hemos escuchado es un horror, un horror verdadero. Creemos conocer algo de lo que ocurre en nuestras excolonias, pero en cuanto hablamos con un testigo, se comprende que lo ignoramos todo, puesto que no se sabe lo más doloroso, lo más triste».

Filipinas había pasado a dominio español cuando Miguel López de Legazpi sometió Manila y emprendió la ocupación del resto de la isla de Luzón, en 1571, con solo 300 soldados. Hasta el siglo XIX, este archipiélago era la cuña comercial española en Asia oriental, pero en 1896, los independentistas tagalos se sublevaron contra España a través de la guerra de guerrillas . Luego llegó el apoyo de Estados Unidos y lo perdimos todo. En el campo de batalla quedaron miles de prisioneros. «Entre los tagalos hay 12.000 españoles. No los hay, los había. Ahora no quedan ni las tres terceras partes, porque han sucumbido ya al cuchillo, al hambre, al dolor o al maltrato. No hay saña comparable a la desarrollada contra aquellos españoles sin ventura. Cada día muere un puñado de ellos. Si no se los rescata pronto, no quedará ni uno en España como ejemplo vivo del odio y de la crueldad de los salvajes de Aguinaldo », contaba este mando militar entrevistado por el diario madrileño.

Los datos sobre guerra en Filipinas, al contrario de Cuba y Puerto Rico, no son muchos, a pesar de las películas y libros que han recreado el sitio de Baler , la batalla naval de Cavite o el sitio de Manila. En este último participaron 8.500 soldados estadounidenses y 12.000 filipinos comandados por el mencionado Emilio Aguinaldo, que aceptó el trato de los americanos a cambio de suculentas promesas, hasta convertirse en el primer presidente del país tras la independencia. El historiador Jesús Flores Thies aseguró en un estudio de 1999 que no solo fue más larga que Cuba, sino más cruenta. Los listados publicados en el Diario Oficial del Ministerio de Guerra español eran muy confusos. El historiador David F. Trask barajó en «The war with Spain in 1898» (1996) que los soldados españoles muertos en combate allí ascendieron a 3.000, pero solo del Ejército de Tierra, sin contar los que pudieran fallecer en las batallas navales o durante la repatriación por las enfermedades contraídas.

«Cada día nos cuesta vidas»

«En Cuba no es el dolor material lo que puede matar a nuestra tropa, es la humillación, el ultraje y la vergüenza sufridas a diario. Ya se ha enterado todo el mundo por los telegramas publicados en la prensa de cómo los yanquis obligan a embarcar al doble de soldados de los que caben en cada buque. No nos conceden la menor atención ni nos reconocen el más mínimo derecho. Algunos insulares, sin sentimientos y sin lealtad ninguna, se unen a esta labor poco piadosa de mortificar a los nuestros. ¿Puede esto continuar así?», se preguntaba otra fuente del Ejército español consultada por el «Heraldo de Madrid», que contestaba a continuación: «Ni en un lado ni en otro, ni en el archipiélago ni en Cuba, pueden las cosas seguir así. Ni en Filipinas, porque cada día que pasa cuesta un gran número de vidas de nuestros compatriotas prisioneros, ni en Cuba, porque cada día nuevo se señala con algún nuevo insulto a nuestra dignidad harta de ultrajes».

Un mes antes, el corresponsal del periódico londinense «The Star» ya había dejado testimonio de la barbarie causada por los tagalos. Tan indignado estaba, que fue a visitar al general estadounidense Elwell S. Otis, gobernador militar de Manila, en busca de un poco de humanidad para estos. La respuesta fue negativa, según el artículo reproducido por algunos medios de la península: «Los norteamericanos están dando pruebas de la mayor barbaridad al consentir los horrores que cometen los tagalos con los prisioneros españoles. No es posible narrar lo que he visto. La imaginación más calenturienta no podría imaginar toda la realidad. Lleno de indignación fui a visitar al general Otis y le pedí un poco de piedad. El general me escuchó impasible y, al terminar, me respondió: “Todo cuanto usted me dice se lo he comunicado a mi gobierno y tengo órdenes de no hacer nada”. Esta pasividad es infame».

Y a continuación describía escenas dantescas como estas: «En Cavite Viejo hay más de 5.000 españoles, a los que han dejado por albergue dos iglesias y algunas casas sin techo ni condiciones de habitabilidad. Viven allí amontonados, durmiendo en el suelo, desnudos, mezclados hombres, mujeres y niños. La atmósfera es irrespirable. Hay muchos enfermos de disentería que no reciben asistencia facultativa. En una iglesia que visité, un médico español prisionero me contó verdaderos horrores respecto a los enfermos. Los tagalos no hacen caso de las peticiones de medicinas y estos mueren sin que se pueda prestar auxilio. En Cavite Viejo había una farmacia, pero el farmacéutico español al que pertenecía fue asesinado y su casa incendiada. Los fallecimientos entre los prisioneros españoles no bajan de 20 a 30 diarios. Me han dicho que había 62 niños y que todos han muerto por deficiencias en la alimentación y por la sarna, que se ha extendido en los prisioneros de una manera atroz. Las prisioneras jóvenes fueron objeto de los mayores atropellos, habiendo muerto tres como consecuencia de las brutalidades de los tagalos. Con frecuencia, estos hacen razzias y roban todo lo que pueden. Por eso la mayor parte de los prisioneros están en cueros vivos. Me han presentado personas respetables, desnudas. Producía vergüenza y sublevaría a los más indiferentes».

Prisioneros españoles en Imus, Flipinas

Las primeras noticias de prisioneros aparecieron tras el hundimiento de la escuadra española en la bahía de Manila, el 1 de mayo de 1898. Pocos días después, los insurrectos se hicieron con el control de las provincias de Cavite y Manila. La capital aguantó un poco más, pero el conflicto se extendía rápidamente sobre el resto de la isla de Luzón, mientras aumentaban los capturados. La prensa se hacía eco de las negociaciones para su liberación y, en ocasiones, hasta daba los nombres de los que habían tenido la suerte de regresar a España.

Luis Moreno Jerez, redactor entonces del «Diario de Manila», publicó un libro en diciembre de 1899, titulado «Los prisioneros españoles en poder de los tagalos» , en el que responsabilizaba al capitán general de Filipinas, don Basilio Augustín, de no haber ordenado la reconcentración de todas las tropas del archipiélago en el momento en que se enteró de la ruptura de las relaciones diplomáticas entre España y Estados Unidos. Cuando por fin dio la orden, a finales de mayo de 1898, ya era demasiado tarde. En septiembre, los españoles capturados eran 9.000, según las cifras aportadas por el «Heraldo de Madrid». En Cavite se concentraron tantos que Aguinaldo, incluso, ordenó trasladar a parte de ellos a la provincia de Bulacan.

En su artículo «Los prisioneros españoles en manos de los tagalos en el “Diario de Córdoba” (1898-1899)», la historiadora Patricia Hidalgo recoge diversos testimonios que revelan estos maltratos. «Los españoles eran despojados de cuanto poseían [...]. Durante los últimos meses de 1899 escaseaban mucho los socorros, y allí donde se daban, solo ascendían a media chupa de arroz y cuatro cuartos», decía una de las crónicas de este periódico.

Criados de filipinos

Las raciones fueron disminuyeron paulatinamente y los soldados enviaron cartas a sus superiores reclamando, sin éxito, los sueldos retrasados. Los prisioneros tuvieron que ejercer la caridad pública, servir como criados en casas de indígenas, dedicarse a cortar leña o a pescar para vender el producto con el objetivo de sobrevivir. Otros optaron por la huida, pero el gobierno de Aguinaldo decidió entonces concentrarlos en zonas más grandes, sometiéndolos a dolorosas marchas a pie y descalzos.

«Manuel Sastrón, funcionario de la Administración civil en Manila en aquella aciaga época, hace hincapié en los maltratos que recibían los cautivos españoles: escarnecimientos, bofetadas, ingestión de aguas putrefactas y canibalismo, además de trabajos forzados para el arreglo y limpieza de plazas, paseos y calzadas», explica Hidalgo, que menciona otros testimonios alabando el buen trato que recibían. «Bien podían ser dictados desde el miedo o suponer un verdadero ejemplo del síndrome de Estocolmo», aclara.

Parecía que la situación podía mejorar tras la firma en París del tratado de paz el 10 de diciembre de 1898, según el cual España cedía la soberanía de Filipinas a Estados Unidos y los americanos se comprometían a organizar la liberación de los españoles. Pero comenzó la guerra entre estos últimos y los tagalos y todo se complicó de nuevo. El testimonio de uno de los prisioneros así lo refleja: «Era indudable que nuestra situación se había agravado mucho. Los indios más ilustrados así lo reconocían, diciendo que el tratado de París les había cerrado todas las puertas para darnos la libertad, y que si los americanos trataban de conseguirla por las armas, nos exponían a que fuésemos carne de cañón y sirviésemos de barricadas a las fuerzas insurrectas».

Tras la firma del tratado, la administración española en Filipinas se cerró. Comenzaron a realizarse gestiones para liberar a los prisioneros. Por ejemplo, la Cruz Roja y diversas Sociedades Económicas de Amigos del País, las cuales enviaron diversas instancias al Gobierno solicitando que se atendiera con urgencia a los repatriados heridos y prisioneros de guerra. Los parientes de los cautivos formaron la Asociación de las familias de los Prisioneros en Filipinas e, incluso, editaron un periódico: «Los Prisioneros». Sin embargo, muchos soldados continuaron regresando cautivos hasta 1902, tres años después de que España perdiera la guerra. El Gobierno español nunca supo con exactitud cuántos de ellos permanecían en el archipiélago. Las cifras oscilan entre los 10.000 y los 12.000 apuntados en la prensa. Muchos sufrieron este maltrato a pesar de la Convención de Ginebra de 1864, pero el ejército filipino no contaba aún con reconocimiento internacional en la guerra del 98 ni había firmado el convenio.

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