El misterio de las guerreras samurái: las intrépidas heroínas que Japón borró de su historia

Según el historiador Stephen Turnbull, «sus hazañas son la historia más importante jamás contada del legado de los samuráis», después de que desaparecieran a mediados del siglo XIX. Se tiene registro de ellas desde el año 200 d. C., cuando invadieron la actual Corea

Un gurpo de guerreras samuráis de Japón, en la segunda mitad del siglo XIX

Israel Viana

No hace tanto tiempo que los samurais desaparecieron de Japón . Fue con la Restauración Meiji de 1868, en la que se produjo una modernización de las estructuras políticas, sociales y militares del país y se convirtieron en los primeros sacrificados. Pero mientras los historiadores, novelistas y directores de cine de todo el mundo se encargaron de reescribir la historia de estos míticos guerreros, llegando incluso a exagerar sus habilidades y conquistas en el campo de batalla, decidieron pasar por alto y ocultar las misiones heroicas protagonizadas por las onna-bugeisha . ¿Quiénes eran ellas?

Según la traducción literal del término, «mujeres guerreras». Y según el prestigioso investigador inglés Stephen Turnbull: «Las guerreras cuyas hazañas son la historia más importante jamás contada del legado de los samuráis ». Eso implica que en los últimos 150 años, se ha ocultado, omitido o menospreciado la aportación de estas valientes luchadores de las que se tiene registro desde comienzos del año 200, cuando la emperatriz Jingu accedió al trono y lideró la invasión de la actual Corea tras la muerte de su esposo, el emperador Chuai .

Su último episodio tuvo lugar en el otoño de 1868, en una de las últimas batallas de los Meiji contra los guerreros del clan Aizu del norte de Japón. A finales del año anterior, los samuráis de Satsuma se rebelaron contra el Gobierno militar del shogunato y acabaron derrocándolo. A principios del año siguiente otorgaron el poder a un nuevo y joven emperador de 15 años, Mutsuhito , el cual reemplazó el sistema feudal por un estado mucho más moderno y, entre otras cosas, abolió los privilegios especiales que estos samuráis habían tenido durante siglos.

Nakano Takeko

Estos antiguos guerreros no iban a darse por extinguidos tan fácilmente y protagonizaron muchos levantamientos durante los siguientes meses. Eso provocó un periodo de gran inestabilidad por todo el país durante el comienzo de la nueva era Meiji. Una de las revueltas más importantes fue la de Saigō Takamori, que fue derrotado y ejecutado. Durante todo ese verano se produjeron otras muchas batallas entre el recién instaurado Gobierno y los rebeldes, hasta que las nuevas fuerzas imperiales fueron ganando terreno y, en octubre, llegaron al Castillo de Wakamatsu para acabar con el último reducto de samuráis.

Monumento a Nakano Takeko

Sitiaron la fortaleza con 30.000 soldados para acabar con los 3.000 guerreros del clan Aizu que había al otro lado de la muralla preparados para morir. Durante varios días resistieron las embestidas desde las torres y en las trincheras, mientras que las mujeres se ocupaban de la comida, los heridos y la limpieza de las balas de los cañones que impactaban contra el castillo. Entre estas mujeres había una guerrera samurai que no iba a consentir permanecer refugiada en un segundo plano mientras su pueblo era exterminado.

Su nombre era Nakano Takeko , una onna-bugeisha que se puso al frente de una unidad no oficial de entre 20 y 30 mujeres para enfrentarse al todopoderoso enemigo. Ella misma acabó con al menos cinco soldados imperiales usando solo su espada, hasta que recibió una bala en el pecho. Moribunda en el suelo, le pidió a su hermana que la decapitara para que los Meiji no se llevaran su cuerpo como trofeo. Esta fue enterrada después bajo un árbol en el patio del templo Aizu Bangmachi, al norte de Japón, donde ahora hay un monumento en su honor que cada año visitan miles de jóvenes vestidas de guerreras para rendirle homenaje.

El fin de las onna-bugeisha

Los privilegios de los samuráis se abolieron inmediatamente y, poco a poco, la casta guerrera que había gobernado Japón durante siglos fue desapareciendo. Nakano Takeko y su llamado «ejército femenino» fueron las últimas onna-bugeisha, las que pusieron fin a 1.600 años en los que habían estado presentes en muchas de las guerras libradas por sus emperadores. Muchas veces en un segundo plano, pero otras muchas teniendo un papel destacado, a pesar de vivir en una sociedad extremadamente patriarcal y tradicional como la nipona.

Por lo general, estaban relegadas al ámbito familiar y, cuando se casaban, estaban obligadas a abandonar sus raíces y a su familia de sangre para formar parte de la de su marido. «Esto debilitaba su posición y limitaba la administración de sus propios bienes, si es que los tenían», explica María Teresa Rodríguez Navarro en «La visión de la mujer japonesa en el Bushido de Inazo Nitobe» (Elena Barlés y David Almazán, 2008).

Esta situación provocaba una pérdida de su posición social de manera inmediata, alimentado por el papel que les reservaba el «Bushido» , el estricto código conocido como «el camino del guerrero» que seguían todos los samuráis japoneses. En este, el ideal femenino representaba a la esposa en casa y dedicada completamente al hogar, aunque tuviera igualmente la obligación de aprender las virtudes de la vida militar y de manejar las armas por si fuera necesario su participación en la guerra o en la defensa del hogar cuando el esposo estaba fuera.

Sacrificar la vida

Desde su nacimiento, las onna-bugeisha debían entregarse a los demás y morir por ellos si era necesario. Debían sacrificarse por sus padres, sus cónyuges e hijos si su integridad o su honor eran amenazados. «Se las educaba para anularse como personas y servir a los demás», comenta Rodríguez Navarro. Solo se dejaban ver en público si realmente era necesario y si su presencia era útil, pero siempre acompañadas de sus maridos. De no ser así, debían ocultarse. «Por otra parte, las samuráis también debían practicar las artes de la literatura, la danza y la música, no solo para su propio desarrollo personal, sino también para el entretenimiento de sus padres y esposos», añade Patricia Calvo García en «Cultura y feminidad en Japón. Una perspectiva de género a través de las obras de Yasunari Kawabata» (Universitat Jaume I, 2016).

Y a pesar de todo ello, hubo también guerreras como Takeko, conocidas por ser igual de válidas y fuertes para la guerra que los samuráis. Ayudaron a colonizar nuevas tierras y a defender su territorio de los ataques extranjeros. A lo largo de su vida recibían duros entrenamientos sobre el uso de la daga Kaiken, la naginata, las armas de asta y en el arte de la lucha con cuchillos tantojutsu, lo que las convertía en combatientes perfectamente preparadas para luchar contra el enemigo.

No son pocos los historiadores que han tratado de poner en duda las conquistas y la capacidad militar de la mencionada emperatriz Jingu en la invasión de la actual Corea en el 200 d. C. Una época en la que se mencionan por primera vez a las onna-bugeisha y en la que comienza también a construirse su leyenda. Se dice que Jingu era una temible guerrera samurái que desafió las normas sociales de su época cuando estaba embarazada del futuro emperador. Con su hijo dentro, decidió vendarse el cuerpo y ponerse un uniforme de hombre para comandar una expedición y reprimir un golpe de Estado contra ella. Al parecer, la operación fue un éxito y pudo gobernar hasta cumplir los 100 años.

«Podía enfrentarse a mil guerreros»

La lista de guerreras samuráis que escribieron una página importante en la historia de Japón es larga. Una de las más famosas fue Tomoe Gozen , que destacó en las Guerras Genpei, una guerra civil entre los clanes Taira y Minamoto, que tuvo lugar entre 1180 y 1185. «Tomoe era una jinete temeraria a la que ni el caballo más feroz ni la tierra más agreste podían amedrentar. Sabía manejar la espada y el arco tan diestramente que podía enfrentarse a mil guerreros», aseguraba la crónica medieval del «Cantar de Heike» .

Gozen fue una de las pocas guerreras que participó en batallas ofensivas y no en combates defensivos, como les ocurría a la mayoría de onna-bugeisha. En 1184, dirigió a 300 samuráis en una feroz batalla contra 2000 guerreros enemigos del clan Tiara y participó en la Batalla de Awazu, donde consiguió decapitar al líder del clan Musashi y presentar su cabeza a su maestro, Kiso Yoshinaka . Por acciones como esta, este general la consideró siempre uno de sus mejores soldados.

Un análisis reciente del ADN procedente de 105 cuerpos recuperados de la Batalla de Senbon Matsubaru, en 1580, dieron como resultado que 35 eran mujeres. Este y otros descubrimientos arqueológicos demuestran que la participación de guerreras samuráis en las guerras de Japón no fue una excepción. Eso pone de relieve, más si cabe, que las onna-bugeisha han sido excluidas de los libros de historia durante siglos y prácticamente hasta la actualidad.

Es cierto que su papel como guerreras ha sufrido altibajos, pero a mediados del siglo XVII vivió un renacimiento muy grande que duró hasta la supresión de sus derechos a mediados del siglo XIX. Fue durante el reinado del Shogunato Tokugawa, que trajo consigo un nuevo sistema de entrenamientos para las mujeres samuráis e implantó el arte de la naginata como método para la formación moral en las nuevas escuelas imperiales. Y aprendieron también a proteger sus aldeas con un nuevo grado de independencia, sin necesidad de la protección de los hombres.

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