El horror sufrido por los supervivientes desarmados de la Armada española masacrados por Inglaterra

La hostilidad con la que fueron recibidos los náufragos cuyos barcos se fueron a pique en la costa irlandesa y la fuerte presencia militar inglesa en la isla evidenciaron que la Reina británica había previsto las malas intenciones de su viejo cuñado

«La Invencible», el cuadro de Gartner de la Peña - Museo del Prado
César Cervera

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Las nutridas patrullas de ingleses y los mercenarios irlandeses y escoceses aleccionaron a la población nativa sobre el riesgo de auxiliar a los españoles que habían naufragado sobre sus costas en el verano de 1588. Entre las razones de Felipe II para derrocar a Isabel I a través de una flota de invasión estaba la de liberar a los irlandeses católicos del yugo inglés, de tal modo que el plan propuesto en origen por Álvaro de Bazán consistía en desembarcar en Irlanda, con tropas llevadas desde España, y comenzar aquí un nuevo levantamiento católico. El recibimiento no fue, ni mucho menos, el esperado.

El paso por el norte condenó a la Armada española comandada por Medina-Sidonia al «sálvese quien pueda» . La cacareada unidad de pronto no importaba, después del fracaso de la flota a la hora de darse la mano con la infantería de Flandes. Al cabo de una semana de vientos hostiles, lluvia, niebla y tormentas escocesas, la orgullosa flota de Felipe II se había transformado en una masa de barcos errabundos y aislados entre sí. Las medidas más desesperadas se tomaron aquí. Los marineros arrojaron por la borda mulos y caballos para ahorrar agua, se redujo a la mitad las raciones; mientras que los buzos, equipados con estopa y parches de plomo, trabajaban día y noche en taponar las fugas.

La batalla entre la Armada española y la flota inglesa

Todo ello permitió que Escocia pudiera ser bordeada sin que se contara ningún barco hundido, a excepción de la Urca de apoyo Gran Griffón, que se estrelló en una cueva de Fair Isle cuando una tormenta le devolvió al norte. No ocurrió igual en Irlanda, en cuyas afiladas costas «La Trinidad Valancera» inauguró el 16 de septiembre el mes más fatídico de la Armada española . Alrededor de 25 barcos españoles –la mayoría de tipo mediterráneo– se fueron a pique con 10.000 hombres a bordo en un tramo de unos 300 kilómetros, que van desde Bloody Foreland, en Donegal , hasta Kerry.

Las condiciones climáticas castigaron con dureza a la flota, pero no fueron las causas principales de los naufragios, sino la deficiente cartografía portada por los españoles. El Duque de Medina Sidonia contaba con excelentes mapas de la costa de Bretaña, Normandía, Picardía y Flandes, así como de buena parte de las Islas Británicas. Sin embargo, apunta el historiador Enrique García Hernán , que en el caso irlandés solo estaba contemplada la navegación de Finisterre a Clare, con una información elemental y limitada.

El Duque de Medina Sidonia contaba con excelentes mapas de la costa de Bretaña, Normandía, Picardía y Flandes, así como de buena parte de las Islas Británicas, pero no de Irlanda.

A pesar de que algunos contaban con pilotos irlandeses, los barcos encallaron o chocaron contra los arrecifes debido a que la tripulación estaba demasiado enferma para gobernar los buques. Algunos navegaron casi a ciegas esquivando los peligros de la costa hasta fondear en tierra o irse contra las piedras. Capitanes, caballeros, mayorazgos y marineros se vieron de repente atrapados en un infierno sin llamas calientes. Solo olas.

Una encerrona

La hostilidad con la que fueron recibidos los náufragos cuyos barcos se fueron a pique en la costa irlandesa y la fuerte presencia militar inglesa en la isla evidenciaron que la reina había previsto las malas intenciones de su viejo cuñado. Las instrucciones fueron contundentes: «Aprehender y ejecutar a todos los españoles que pudieran ser hallados, de cualquier estado que fuera. Puede emplearse la tortura en el seguimiento de esta causa», reclamó desde Londres la reina Isabel Tudor , tal que imitando a la Reina de Corazones de Alicia en el país de las maravillas gritando que les «¡corten la cabeza a todos!».

Robert Bingham , gobernador de Connacht, región donde naufragaron en espacio de una hora La Lavia, la Santa María del Visón y La Juliana , en la playa de Streedagh Strand, resultó uno de los más obedientes perros de la reina. Persiguió sin descanso a los españoles y supervisó que los supervivientes fueran congregados y ejecutados en Galway. Se estima que más de 1.000 fueron asesinados bajo su autoridad y la de su hermano George, sheriff del condado de Sligo . Lo que no deja de ser paradigmático porque Bingham fue uno de los pocos ingleses que combatió junto a los cristianos en la batalla de Lepanto, aunque también lo hizo más tarde contra los españoles en la rebelión de Flandes.

En Irlanda, asociaciones culturales de todo tipo rinden homenaje al pasado de la Spanish Armada, a sus muertos y a sus historias.

Sabía por experiencia de lo que eran capaces un puñado de españoles, incluso sin armas y apenas vestidos, si se les daba tiempo para agruparse. Al saber que Alonso Martínez de Leyva , uno de los mandos españoles naufragados, había agrupado a más de un millar de supervivientes se dirigió en persona a capturarle. El buque de Alonso Martínez de Leyva, capitán del rata Santa María Encoronada , en la vanguardia, se había arrojado contra los arrecifes a la altura de Fahy, en Blacksod Bay, un paraje desolador. Así las cosas, sus tripulantes lograron ponerse a salvo y atrincherarse en Doona Castle . Allí tuvieron noticia de que la urca Duquesa Santa Ana se hallaba a pocos kilómetros y estaba todavía en buen estado.

Embarcados en la urca, el caballero pelirrojo Martínez de Leyva y sus hombres naufragaron dos días después. Un segundo golpe que hundió la moral de los soldados españoles y del nutrido grupo de nobles que les acompañaban. Por su prestigio anterior a la empresa inglesa, Alonso Martínez de Leyva era uno de los comandantes más apreciados y carismáticos de la Felicísima. A pesar de que estaba embarcado en una urca de apoyo, hasta su barco habían acudido toda clase de nobles españoles e irlandeses a la llamada de los tambores de la cruzada. Felipe II, había dispuesto que en caso de morir Medina-Sidonia fuera él quien, por su origen noble, asumiera el segundo mando de la flota.

Por su prestigio anterior a la empresa inglesa, Alonso Martínez de Leyva era uno de los comandantes más apreciados y carismáticos de la Felicísima.

El que fuera capitán general de la caballería en el Milanesado dirigió la construcción de un nuevo campamento, a pesar de tener una pierna rota. El grupo recuperó las esperanzas al oír el rumor de que otra embarcación española estaba a 30 kilómetros al sur de su posición. En fin, que su última bala estaba en la galeaza Gerona , un bajel perteneciente a la escuadra mediterránea, la peor parada en la travesía al no estar habilitada para navegar en el Atlántico. Bingham, valiente matando náufragos indefensos , contempló en silencio las idas y venidas de los españoles, pero por el momento consideró insuficientes sus efectivos como para atacar. La galeaza fue reparada al fin entre tantas manos y la ayuda de un clan irlandés.

Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia

Cerca de 1.300 personas, supervivientes de los tres barcos naufragados, subieron a bordo para descubrir que eran una multitud flaca y hambrienta. No había espacio para llevar a tantos a España. Martínez de Leyva consideró imposible enfrentarse en esas condiciones al mar abierto , por lo que se decidió a navegar hacia Escocia, cuya relativa independencia les garantizaba un terreno neutral. Sin embargo, la rotura del timón condujo al barco directo contra el litoral irlandés, en Lacada Point , muriendo Leyva y casi todos los hombres. Era el 28 de octubre de 1588, el último en el que se registraron naufragios en Irlanda.

Los rumores sobre la presencia del caballero Leyva en varios rincones de la isla terminaron por convertirle en una suerte de Cid Campeador pelirrojo. Finalmente, el Gerona se fue contra las piedras y se perdió su rastro para siempre.

Una tierra sin palabra

Igual de brutal fue el gobernador inglés de Dublín, FitzWilliam , con los españoles. El Lord teniente de Irlanda sofocó con contundencia los levantamientos que acompañaron el rumor de la Armada española. Aunque viejo y enfermo, FitzWilliam desplegó una gran actividad militar en el país, hostigando a los rebeldes, castigando a los que abrigaban a los españoles e incluso criticando a Richard Bingham por su actitud tibia.

Francisco Cuéllar señala en su carta al menos cuatro «señores salvajes» que fueron prendidos por los ingleses porque escondieron a españoles en sus castillos.

La palabra de FitzWilliam no valía un penique. Bien lo habría jurado el maestre del Tercio de Nápoles , Alonso de Luzón, de salvar la vida. A bordo de la Trinidad Valencera —encallada en un arrecife del condado de Donegal—, Luzón dirigió sus tropas, medio millar de efectivos, hacia el castillo del obispo católico del condado, pero pronto le salió al paso la caballería inglesa, con la que los españoles cruzaron espadas. En nombre del lord teniente, las tropas de Isabel prometieron que respetarían la vida de los soldados a cambio de que se entregara Luzón. El maestre de campo accedió únicamente para descubrir lo que valía una promesa británica. Una vez depuestas las armas, los ingleses desnudaron a los españoles y, separados de los oficiales, los soldados fueron masacrados a arcabuzazos o lanceados por la caballería en campo abierto.

Hubo otras historias similares de capitanes que habían caído en el error de confiar en la palabra de la Pérfida Albión, como la de los supervivientes del Nuestra Señora del Socorro , que se rindieron en la bahía de Tralee, tras lo cual fueron ahorcados. Muchos irlandeses dieron cobijo a los náufragos en cuanto se alejaron las partidas inglesas, sino por convicciones políticas por clemencia hacia aquellos barbudos en cueros que se morían de frío y hambre. Ayudarles costó la vida a muchos lugareños.

El superviviente Francisco Cuéllar señala en su carta al menos cuatro «señores salvajes» que fueron prendidos por los ingleses porque escondieron a españoles en sus castillos. Así fue el caso de O'Rourke, protector de las letras y amigo de los españoles, que por esa y otras faltas contra los ingleses fue ahorcado y descuartizado el 3 de noviembre de 1591, en Tyburn, Inglaterra .

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