«Mi hijo se sentó sobre mí y, justo antes de llegar al hospital, falleció en mis brazos por el aceite de colza»

Tras la protesta de las víctimas en el Museo del Prado, recordamos la entrevista que ABC hizo en 2011 a Carmelo Vaquero y Carmen García, los padres de Jaime, el niño de ocho años que pasó a la historia como la primera víctima mortal del envenenamiento masivo con aceite

Carmelo y su esposa Carmen en 2006, con el retrato de su hijo Jaime, primera víctima mortal del aceite de colza Ignacio Gil
Israel Viana

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Hace diez años, con motivo del 30 aniversario de la tragedia, ABC entrevistó a Carmelo Vaquero y Carmen García, los padres de Jaime, el niño de ocho años que pasó a la historia como la primera víctima mortal del envenenamiento masivo con aceite de colza . Una desgracia que la familia no había olvidado a pesar del tiempo transcurrido, debido a las graves consecuencias para la salud del resto de sus miembros. «Mi mujer y mis otros seis hijos aún tienen secuelas, tales como calambres, fuertes dolores musculares e insomnio que no han desaparecido nunca a lo largo de estas tres décadas», aseguraba el progenitor.

Tras la muerte de su hijo, Vaquero tuvo una cosa clara: «Las consecuencia de aquello van para largo , muchos seguirán muriendo como consecuencia de la colza». Y no le faltaba razón, porque en el cuarenta aniversario, las víctimas siguen protagonizando actos de protesta como el que tuvo lugar en la mañana de ayer al encerrarse en una sala del Museo del Prado . Todos estaban en ayuno y amenazaron con comenzar a «ingerir pastillas» pasadas las seis horas y retransmitir en directo su «descanso eterno».

Las víctimas compartieron un comunicado a través de la cuenta de Twitter de la asociación Plataforma Síndrome Tóxico-Seguimos Viviendo , en el que aseguraban que su protesta es una «llamada de socorro» al mundo. Los afectados declararon también que habían elegido recluirse en el interior del Prado porque la cultura les había servido para no rendirse jamás. Por último, durante el encierro exigieron al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que se comprometiera a reunirse con ellos antes de que finalice octubre para encontrar, por fin, una solución a su situación.

25.000 afectados

Se trata del último episodio de una pesadilla que ya se prolonga durante cuatro décadas y que comenzó en Torrejón de Ardoz (Madrid) con mucha confusión. ‘La causa del fallecimiento del niño de Torrejón de Ardoz se ha debido a una neumonía’ y ‘El foco está controlado’, declaraban algunos de los titulares que podían leerse en la prensa el 7 de mayo de 1981 , tan solo una semana antes de la muerte de Jaime García Vaquero. Fue el primero de los más de 4.000 fallecidos y 25.000 afectados por el famoso aceite, de los cuales 17.000 aún presentaban lesiones irreversibles en 2009 .

«Jaime murió, pero mi mujer y el resto de mis hijos estuvieron a las puertas de la muerte», reconocía Vaquero en 2011. Cuando su hijo perdió la vida y el resto de su familia acudió a urgencias, los hospitales ya estaban saturados de pacientes con un erróneo cuadro de neumonía atípica en fase aguda. La comunidad científica tardó 50 días en encontrar la relación entre el aceite de colza y el síndrome tóxico , mientras las garrafas se seguían vendiendo de pueblo en pueblo por los mercadillos sin ningún control. «¿Quién iba a pensar que ese aceite con tan buen sabor y color como cualquier otro iba a estar envenenado?», se preguntaba.

Nunca pudo olvidar que «Jaime murió camino del hospital en brazos de su madre» pocas horas después de que el médico de urgencias «le recetara solo un jarabe» y le dijera que su hijo solo tenía gripe. Su mujer recordaba al detalle en este diario aquellos angustiosos momentos en los que se sintió ignorada mientras su pequeño agonizaba:

«Jaime estuvo malo toda la tarde y, a partir de las 22.00, se puso peor. A las dos de la madrugada, cuando vimos que estaba grave, le llevamos al ambulatorio. Allí me dijeron que no tenía nada y le recetaron un jarabe para la tripa. Insistí en que mi hijo nunca se había puesto malo y pregunté si no era mejor trasladarle al hospital. Los médicos aseguraron que no. Volvimos a casa y estuvo toda la noche con fiebre, vomitando y con dolor de tripa. El jarabe no le hizo ningún efecto, así que a las ocho tuvo que venir una ambulancia. Mi hijo se sentó encima de mí para hacer el trayecto y no le pusieron oxígeno porque con nosotros solo iba el conductor. De repente, se sobresaltó como asustado. Intenté tranquilizarle, pero un poquitito antes de llegar del al hospital de La Paz, a unos cientos de metros, noté que hacía un pequeño movimiento y fallecía. ‘Ahora ya no podemos hacer nada’, le dije al conductor».

El principio de la pesadilla

Los estragos aumentaron rápidamente entre los que habían consumido el aceite de colza. Pocos días después de la muerte de Jaime, el número de fallecidos ascendió a ocho y el de los envenenados a 700. Pronto se registraron casos en Valladolid, Palencia, Ávila, Segovia, Sevilla, León y Salamanca. El pánico se apoderó de todo el país, sobre todo mientras el vehículo causante de la enfermedad siguiera siendo desconocido. «Hasta un mes y pico después no supimos de qué había muerto nuestro hijo», contaba Vaquero.

Las primeras hipótesis fueron descabelladas. Desde una «neumonía atípica» hasta la «enfermedad del legionario», pasando por la «ornitosis», una afección procedente de las aves que provocó que, incluso, se sacrificaran muchas de ellas. Otros expertos dijeron que la enfermedad se transmitía por vía respiratoria y no digestiva, hasta que a finales de mayo de 1981 se averiguó que el aceite consumido por la familia Vaquero, adquirido en un mercadillo a un precio más barato del habitual, podría ser la causa .

«Recuerdo que el 6 de junio vino el médico a mi casa a decirme que no tocáramos el aceite, pero que no dijera nada a nadie porque no estaba seguro del todo», aclaraba el padre de Jaime. Tras varios días de rumores, el 17 de junio el Ministerio de Sanidad tuvo que admitir que esa era la causa. El aceite de colza había sido importado de Francia para uso industrial, pero distribuido para el consumo humano de forma fraudulenta desde un almacén de Alcorcón en el que le habían extraído la anilina a alta temperatura. El proceso dio lugar a la creación de los compuestos tóxicos que causaron la grave intoxicación. «La botella de cinco litros se vendía más barata y sin etiqueta, pero la comprábamos. Decían que venía de Barcelona», comentó el padre de Jaime.

Medio billón de pesetas

Solo la rabia de los afectados logró llevar a los responsables ante la justicia. Fue uno de los procesos más importantes y complejos de la historia reciente de nuestro país. Comenzó en marzo de 1987 y tuvieron que pasar 16 años para que el Tribunal Supremo declarara al Estado responsable civil subsidiario y le condenara a pagar medio billón de pesetas en indemnizaciones. «Nosotros denunciamos en julio o agosto de 1981, pero pasaron muchos años hasta que llegó la indemnización, un tiempo en el que mucha gente no pudo trabajar a causa de las secuelas», denunciaba Vaquero. Su familia recibió 15 millones por la muerte de su hijo.

Ni la cárcel de los responsables ni las indemnizaciones compensaron todo aquel sufrimiento, sobre todo si tenemos en cuenta que el Estado les descontó «casi la mitad» del dinero por las prestaciones sanitarias recibidas. Y eso casi desde el principio se calificó al incidente como el «mayor envenenamiento de la historia de España» o «la mayor catástrofe desde la Guerra Civil» . Una guerra que todavía no ha acabado.

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