Segunda Guerra Mundial

El mejor piloto nazi desvela cómo destruyó la bestia acorazada de Stalin en la Segunda Guerra Mundial

Entre el 16 y el 21 de septiembre de 1941, Hans-Ulrich Rudel se lanzó en picado con su 'Stuka' sobre el veterano buque 'Marat', el orgullo de la URSS en el Báltico

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Buque Marat, durante la Segunda Guerra Mundial ABC
Manuel P. Villatoro

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En los años cuarenta, la batalla no se libraba solo por tierra, mar y aire. Era también psicológica. Los Junkers Ju 87 , más conocidos como ' Stuka' , fueron un ejemplo cristalino de las jugarretas mentales perpetradas por los alemanes para acongojar (por decirlo de forma fina) a sus enemigos. Estos bombarderos estratégicos se arrojaban en picado sobre sus objetivos al son de unas bocinas, llamadas las ' Trompetas de Jericó ', con las que extendían el desconcierto y el pánico entre los combatientes aliados. Lógico, pues la destrucción que provocaban era igual de reconocible que su característico sonido. Y si no, que se lo digan a Hans-Ulrich Rudel, todo un 'as' de estos aeroplanos famoso por haber acabado con más de medio millar de carros de combate. Casi nada.

Pero lo de Rudel no fue solo hacer estallar blindados con sus bombas de 500 kilogramos. A pesar de que fue uno de los mayores cazadores de tanques de toda la Segunda Guerra Mundial , su hazaña más conocida no la perpetró sobre la tierra firme, sino en las gélidas aguas de los mares soviéticos. Fue en septiembre de 1941, durante la ofensiva del Tercer Reich sobre la ciudad de Leningrado , cuando noqueó al buque de guerra 'Marat', un acorazado pesado veterano de tres décadas que presumía de ser el orgullo de la Flota Roja del Báltico. Así lo dejó claro en sus memorias: «El 'Marat' desaparece bajo una nube de humo de una altura de quizá 400 metros; mi bomba ha debido estallar en la santabárbara».

La explosión provocó la muerte de más de tres centenares de marinos y varó al gigante, de casi 24.000 toneladas. La victoria, no obstante, fue pírrica; lo mismo que los dos bajeles (un crucero y un destructor) y el submarino que los pilotos de su unidad, el Escuadrón Stuka II 'Immelman' , mandaron derechos al fondo del mar. A pesar del vapuleo, que lo hubo, y de que el Grupo de Ejércitos Norte se vio liberado de la artillería naval de la Flota Roja del Báltico, las fuerzas del Tercer Reich no lograron hacerse con Leningrado, clave para el devenir de la Operación Barbarroja. Por si fuera poco, y para evitar la vergüenza que suponía perder uno de sus navíos más icónicos, la Unión Soviética reflotó el 'Marat' tras la Segunda Guerra Mundial .

Un genio sin avión

La historia de Hans-Ulrich Rudel comenzó en 1916, cuando vino al mundo en Silesia. Líbreme quien tenga que hacerlo de narrar los tediosos pormenores de una vida entera, pero sí es necesario señalar que se unió a la ' Luftwaffe ', la fuerza aérea del Tercer Reich, en 1936, cuando apenas sumaba veinte primaveras. Como él mismo señaló, la mejor década en términos de reflejos físicos para ser piloto. No obstante, el que fuera el 'as' más prolífico de los ' Stuka ' no consiguió pasar las pruebas para convertirse en piloto de caza. Aunque él, en sus memorias, pasa de forma elegante por este hecho y se limitó a afirmar que prefirió presentarse voluntario a las unidades de bombardero.

«Un día, el Mariscal Göring charla familiarmente con todos nosotros y pregunta después si hay voluntarios en nuestro grupo para las nuevas escuadrillas de Stukas; acaban de crearse estas formaciones, pero les falta aún un cierto número de jóvenes oficiales. Reflexiono: 'Desearía pilotar un caza pero tendré, sin duda, que contentarme con un avión de bombardeo'. […] El hecho es que los aviones de bombardeo, aparatos pesados y poco manejables, no me seducen nada. Levanto mi mano y el ayudante de campo del Mariscal me inscribe en su lista. Unos días más tarde recibimos nuestras órdenes de destino: casi toda la promoción pasa destinada a… ¡la aviación de caza! Naturalmente, sufro una terrible decepción, pero ya no se puede hacer nada: ¡seré piloto de Stukas!».

Acorazado Marat, en su configuración final en 1937 ABC

Rudel pasó buena parte de los siguientes años como observador. En la misma invasión de los Balcanes se mantuvo en retaguardia. Sus órdenes: entrenar mientras el resto de pilotos de su unidad dejaban caer sus bombas sobre Grecia. Sin embargo, todo cambió para él cuando comenzó la Operación Barbarroja : la invasión de la Unión Soviética en junio de 1941. Para este futuro 'as', la caza de blindados comenzó después de cinco años entre tumbos, y gracias a lo insistente que fue en su búsqueda de un volante. «El 22 de junio, a las cuatro de la mañana, la radio anuncia que nos encontramos en guerra contra Rusia. En seguida me lanzo hacia los talleres de reparación donde se hallan varios aparatos de la escuadrilla. Ya nadie puede retenerme».

Parece que los mandos de la unidad, el Escuadrón Stuka II 'Immelman', se arrepintieron pronto de no haber contado con Rudel. En los primeros meses de la ofensiva, el piloto consiguió una ingente cantidad de bajas. «Fieles a nuestra misión táctica, nosotros nos batíamos a la vanguardia de nuestras primeras puntas de la ofensiva», dejó claro. Los objetivos predilectos de los 'Stuka' eran, por entonces, los trenes blindados que los soviéticos utilizaban como apoyo de artillería para sus unidades de infantería; aunque tampoco despreciaban los carros de combate que producían a cientos en las fábricas. «Los sóviets han llevado a todas sus carreteras enormes cantidades de carros con sus columnas de aprovisionamiento. Estos son casi todos del tipo KV I y II, así como los T-34. Lanzamos nuestras bombas sobre ellos y sobre las baterías antiaéreas».

Hacia el Báltico

Pero la prueba de fuego para el Escuadrón Stuka II 'Immelman' no llegó hasta septiembre de 1941. Esa fue la fecha en la que, por órdenes de Wolfram von Richthofen (pariente del mítico Barón Rojo), los pilotos de la unidad recibieron el encargo de destruir la Flota Roja del Báltico con el objetivo de abrir el camino del Grupo de Ejércitos Norte hacia Leningrado. «Sus grandes buques de guerra representaban un enorme problema para las fuerzas terrestres debido a sus armas pesadas, por lo que se encomendó a la 'Luftwaffe' la misión de neutralizar esta amenaza», explica el historiador Christer Bergström en 'Operación Barbarroja. La invasión alemana de la Unión Soviética' . Para entonces, en palabras de Rudel, la ciudad se había convertido en una «inexpugnable fortaleza» que esperaba impávida la llegada de los germanos.

El 16 de septiembre, el 'Immelman' despegó con dirección al golfo de Finlandia para dar buena cuenta de los navíos. Entre ellos se hallaba el 'Marat', un acorazado que sumaba 184 metros de eslora, un blindaje de hasta 230 milímetros, doce cañones de 305 milímetros y otra treintena de diferentes piezas de artillería. El bajel se encontraba entre los más icónicos de la Unión Soviética al contar con casi treinta años de servicio sobre sus anchas y metálicas espaldas. «La flota se componía de dos acorazados de 23.000 toneladas, el ' Marat ' y el ' Revolución de Octubre ', de cuatro o cinco cruceros, entre ellos el 'Máxim Gorki' y el 'Kirov', y, finalmente, de algunos torpederos», dejó sobre blanco Rudel en sus memorias. Lo que más le atenazaba era la ingente cantidad de artillería antiaérea con la que los soviéticos les esperaban.

Hans-Ulrich Rudel ABC

De todos los grupos de 'Stuka' enviados aquel día a la contienda, el primero en arribar fue aquel en el que estaba encuadrado Rudel, el número III. La operación podría parecer perfecta, pero, en palabras del piloto, poco podían hacer ante aquellos gigantes. «Habrá que contar con que tendrán una DCA [artillería antiaérea] formidable y, además, las bombas corrientes, dotadas de espoletas normales, son también impotentes, ya que harían explosión en el primer puente blindado, es decir, que efectivamente demolerían una gran parte de las estructuras, pero no llegarían a hundir el navío». Según el 'as', el alto mando les había prometido doblar la carga de los explosivos que portaban en los aviones para atesorar alguna oportunidad, pero, durante las primeras jornadas, fueron palabras vacías.

El 16 de septiembre el tiempo era pésimo, lo mismo que la visibilidad. A pesar de ello, Rudel fue uno de los primeros aviadores en distinguir al gigante ruso. Y se lo corroboró a su jefe, el capitán Ernst-Siegfried Steen, por radio:

–Atención. Rey I a Rey II, atención.

–Rey II a Rey I, escucho.

–Acabo de ver, justo debajo de mí, un gran navío… Sin duda es el 'Marat'…

Acoso al coloso

Sin que Rudel hubiese tenido tiempo de pronunciar la última palabra de su mensaje, Steen se lanzó en picado (en toda la literalidad que puede albergar la expresión) contra el objetivo. Él le siguió sin dudar. «Ahora ya distingo netamente el navío. No cabe duda, se trata del 'Marat' efectivamente. No nos quedan más que algunos segundos para hacernos cargo de la situación y tomar una decisión. Incontestablemente, sólo a nosotros nos incumbe la tarea de averiar el navío. Las otras escuadrillas no tendrán tiempo, sin duda, de pasar por este claro del cielo, ya que las nubes, lo mismo que el barco, están en movimiento». La táctica era la esperada: descender a toda prisa y en perpendicular, dejar caer su letal regalo y elevarse antes de ser partido en mil trozos.

Steen fue, una vez más, el primero en soltar su bomba contra el acorazado. Impactó, pero apenas le causó un susto a la tripulación. «Es mi turno; presiono el disparador…; una de las bombas hace blanco y estalla en el centro de la popa. Desgraciadamente, con sus 500 kilos no podrá causar daños decisivos. Veo brotar un haz de llamas, pero no tengo tiempo de contemplar este espectáculo, pues la DCA rusa actúa con intensidad creciente», explicó en sus memorias. Tras él arribaron más y más 'Stuka', pero se vieron obligados a retirarse debido a la potencia combinada de toda la artillería antiaérea del acorazado. Rudel logró volver a la base aquel día, aunque con una duda en su mente: ¿qué diantres había sucedido con el navío?

Varias jornadas después sus dudas se solventaron cuando, después de una infinidad de misiones sobre el mismo puerto, sus compañeros hallaron al 'Marat' dañado en un puerto cercano. El pequeño 'Stuka' había conseguido herir a Goliat, pero todavía faltaba tumbarlo de un fuerte hondazo; uno de un millar de kilogramos.

«El 21 de septiembre recibimos, por fin, las bombas de 1.000 kilos. A la mañana siguiente un avión de reconocimiento señala la presencia del 'Marat' en el puerto de Kronstadt. Sin duda, los rusos se hallan aun ocupados en la labor de reparar los daños producidos por nuestro ataque del día 16. Hiervo de impaciencia. Por fin voy a poder mostrar de lo que soy capaz. Interrogo largamente al piloto del aparato de reconocimiento sobre la fuerza y dirección del viento, el emplazamiento exacto del navío, la oposición de la DCA, etc. Pero evito a mis compañeros que discuten interminablemente. ¡Para qué pesar el pro y contra si ya estoy decidido! La cuestión es llegar encima del objetivo; yo me encargaré del resto».

Zona de ataque del Marat ABC

Ese mismo día comenzó la misión más difícil de Rudel. Equipado con las nuevas bombas, se elevó con sus compañeros y dirigió el morro de su 'Stuka' hacia el puerto de Kronstadt . Unos cazas trataron de cortarle el paso en la costa, pero sus maniobras no fueron efectivas y acabaron derribados. Parecía que nada podía interponerse entre el cazador y su presa. Al poco, las balas de las piezas antiaéreas ya silbaban a su alrededor. Aquello debía parecer un ataúd, más que un avión… El resto, debería narrarlo su protagonista:

«Pico […] en un ángulo que debe oscilar entre los 70 y 80 grados. Ya el 'Marat' se encuadra en mi visor, se agranda, se hace enorme. Todos sus cañones están apuntados directamente a nosotros y tenemos la impresión de precipitarnos hacia un muro de fuego. […] El centro del navío encuadra exactamente en mi visor y mi buen viejo Junkers 87 sigue su trayecto sin el menor balanceo; ni siquiera un novato podría fallar su objetivo. ¡Qué enorme es este acorazado! En la cubierta varios marineros llevan corriendo las municiones. Aprieto mi pulgar en el botón de lanzamiento y una fracción de segundo más tarde tiro de la palanca desesperadamente».

Con temblor en las piernas por haber disparado la bomba a 300 metros de altitud (la norma era no rebajar los 1.000 para estar seguros), Rudel alzó el morro de su 'Stuka' para tratar de escapar de aquella locura. Tiró de la palanca con todas sus fuerzas. Era eso o la muerte. «La aceleración es brutal, me cruza un velo delante de los ojos, todo se nubla y pierdo la noción de las cosas, después, recobro el conocimiento». De la nada, la voz de su artillero resonó en la cabina:

–¡Enhorabuena, mi teniente!

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