¿Escondió Franco en España al asesino más eficiente de Stalin?

Fueron muchos los periódicos extranjeros que dieron la noticia de que Lavrenti Beria, la mano derecha del líder comunista, estaba escondido en nuestro país. Una primicia que recogieron muy pocos diarios españoles, ante la terrible censura del franquismo

Stalin (derecha), en una imagen junto a Beria ABC

Israel Viana

Durante la Conferencia de Yalta en 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial, Franklin D. Roosevelt definió el papel de Lavrenti Beria en la Unión Soviética estableciendo un paralelismo muy que daba lugar a equívocos. Para el presidente de Estados Unidos, el comisario del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD) durante 15 años era para Stalin lo que Himmler fue para Hitler .

Se dice que el mismo Stalin no tuvo reparos en confirmárselo a Roosevelt durante las conversaciones de la famosa conferencia para establecer las condiciones de la paz con los nazis prácticamente derrotados. Y en su encuentro con Winston Churchill en plena Segunda Guerra Mundial, el líder comunista, de hecho, le como a «nuestro Himmler». En ese momento, Beria ya era considerado el torturados favorito de Stalín, su asesino más eficiente durante los años del terror del dictador comunista. Y, posiblemente, la figura más oscura del régimen soviético.

¿Qué ocurrió con él cuando Stalin murió? Beria era un hombre de aspecto tranquilo, con rostro sereno, gafas redondas, calvo y tímida sonrisa. De no conocerlo, era difícil imaginarse que detrás de aquel personaje se escondía un auténtico monstruo que gestionó las largas listas de asesinatos que Stalin utilizó para deshacerse de sus enemigos políticos. Fue jefe de la policía política de la URSS (NKVD) entre 1938 y 1953, ministro del Interior (1942) y vicepresidente del Gobierno (1946), así como responsable del espionaje ruso y de que la Unión Soviética obtuviera su propia bomba atómica.

Desde ese púlpito se convirtió en el responsable de que millones de opositores fueran desterrados, encarcelados o ejecutados en los gulags . Como él mismo advirtió en un discurso dirigido a sus compatriotas en 1937: «Que nuestros enemigos sepan que cualquiera que levante la mano contra la voluntad del pueblo y contra la voluntad del Partido de Lenin y Stalin será aplastado y destruido sin misericordia». Una consigna que tuvo siempre presente, hasta llegar a ser el torturador favorito del dictador comunista y, según muchos historiadores, uno de los peores genocidas que hayan existido. Pero ahora el cazador quería ser cazado por los esbirros del nuevo presidente, Gueorgui Malenkov.

El joven espía

Este hijo de campesinos se había afilió al Partido Comunista muy joven y logró diplomarse como arquitecto en el Instituto Politécnico de Bakú. Poco después empezó a ejercer de espía y, tras el triunfo definitivo del bando de Lenin en la guerra civil, fue nombrado jefe policial de Georgia, donde se encargó de suprimir con mano dura cualquier conato de revuelta o disensión. Su creciente influencia desde este cargo lo llevó a escalar posiciones en el partido hasta ser nombrado director de la NKVD, variante histórica de lo que hasta hace poco conocíamos como KGB.

Página de ABC con el artículo del 23 de septiembre de 1953 ABC

Pero tras la muerte de Stalin en 1953, la suerte de Beria quedó sellada. E, irónicamente, el último gran proceso estalinista le tuvo a él como víctima. Poco después de que el líder supremo se derrumbara en el dormitorio de su dacha tras sufrir una hemorragia cerebral, su brazo derecho fue acusado de comportamiento anti-soviético y se le perdió de vista.

Nadie supo que había sido de él. Su paradero era deconocido. Seis meses después de la muerte de Stalin, el 23 de septiembre de 1953, hubo en la prensa española un enorme revuelo. Sin duda, uno de los más importantes de los casi cuarenta años de censura franquista, después de que este diario, saltándose todas las restricciones de la dictadura para los periódicos de la época, decidiera publicar un reportaje donde se exponían una serie de pistas sobre la posibilidad de que este estuviera oculto y protegido en Málaga. « ¿Está Beria escondido en España? », se preguntaba el titular.

El disgusto de Franco

Pocas horas después de llegar los ejemplares a los quioscos, sonaban todos los teléfonos del Ministerio de Información. El artículo, que atendía únicamente a la responsabilidad de informar sobre un hecho de indiscutible relevancia internacional, no había gustado a Franco ni a los más altos cargos del Gobierno. La razón: ponía en entredicho la labor diplomática del régimen para establecer puentes con las potencias aliadas que debían sacar a España de su aislamiento internacional.

Franco acababa de firmar el Concordato con la Santa Sede un mes antes y que estaba cerrando el acuerdo militar con Estados Unidos que debía abrirle las puertas de la OTAN. Por lo que el reportaje irritó al Caudillo. De ser cierto lo que ABC señalaba –de momento el encabezado solo se lo preguntaba a la luz de los testimonios recabados–, la imagen de la dictadura podía verse perjudicada en el exterior. Por eso, pocos minutos después de las llamadas desde El Pardo al Ministerio de Gabriel Arias-Salgado , el director de ABC, Torcuato Luca de Tena y Brunet , era fulminantemente cesado de su cargo.

«Lo que en otro país es un Pulitzer aquí es una destitución», escribiría años después en sus memorias el director. ¿Pero qué ocurrió? No hay que olvidar que al autor de « Los renglones torcidos de Dios » y nieto del fundador de este diario ya le habían abierto en los meses anteriores nada menos que diez expedientes, casi todos ellos por su negativa a publicar los editoriales impuestos por la dictadura. Pero en aquella ocasión no fue un expediente, sino su despido inmediato. Todo ello, a pesar de la prudencia con la que había tratado el tema el periodista de sucesos enviado a Málaga a investigar, Manuel Menéndez Chacón : «En el momento mismo de cerrar estas páginas (...), nos llega una información de cuya veracidad este periódico no puede responder, pero que siendo verosímil, en cierto modo, creemos interesante su publicación, aunque anticipando las máximas reservas respecto a su contenido», podía leerse aquel 23 de septiembre del 53.

La huida de Beria

Luca de Tena y Brunet se atrevió a publicar –con interrogantes– la noticia de la posible presencia en España de Lavrenti Beria , después de que su supuesta huida de la URSS tras la muerte de Stalin tuviera en jaque a los periódicos de medio mundo. No hablamos de un personaje cualquiera, sino de una figura clave en la historia del siglo XX.

Entrevista a Fabio Gallo publicada en «Blanco y Negro» el 2 de mayo de 1979 ABC

El día anterior a la publicación del susodicho artículo, ABC ya adelantaba que este «ha huido de Rusia y gestiona, desde un país neutral, que le sea concedido el asilo en Estados Unidos». Y en el editorial de la misma edición, titulado «El misterio Beria», añadía: «Hay quienes afirman que se encontraba ya en el extranjero cuando se anunció su detención. Si los telegramas corresponden a la realidad, esta versión es más verosímil que una fuga accidentada de la terrible prisión de Lubianka», que era lo había salido las semanas anteriores en diferentes medios.

El asunto de su posible exilio lo trataron también otros periódicos españoles y extranjeros, como el « San Diego Union », que había dado la primicia días antes. La idea de que podía encontrarse en España, según apuntaban algunas informaciones, no resultaba descabellada. «El hecho de que Beria escogiera España se debe a que es el único país del mundo en el que la organización del Partido Comunista es prácticamente inexistente», comentaba esta cabecera. Y es que el exjefe de la Policía soviética tenía muy presente el antecedente (y de hecho había participado) del asesinato de Trotsky en México, en 1941, donde el partido comunista sí que había echado raíces. Sabía que en otro país podrían haber acabado con él perfectamente.

«Beria intenta llegar a España»

En sus memorias, publicadas en 1997, Luca de Tena y Brunet contaba que la exclusiva le había llegado a través de un nicaragüense llamado Fabio Gallo , cuyo testimonio fue puesto en entredicho más tarde en varios medios de la oposición, bajo el pretexto de que era un «vividor». Cuando el director se reunió con él en Torremolinos, lo primero que este hizo fue advertirle del despliegue policial que había en el aeropuerto de la provincia. Y luego añadió: «Beria ha huido de la URSS e intenta llegar a España (...). Sé que se dirige aquí, salvo que ya esté en Málaga». Según le explicó este, había salido por Irán con el objetivo de hacer escala en España camino de Estados Unidos.

En el artículo publicado el 23 de septiembre de 1953, en las páginas 17 y 18, ABC informaba de que agentes del FBI, «con cartas credenciales del vicepresidente Richard Nixon », habían llegado a España para entrevistarse con Beria y protegerle durante su traslado a Estados Unidos. Se hablaba de un lugar indeterminado de la Costa del Sol, donde Menéndez Chacón y su compañero, el periodista Santiago Arbós, llevaban días investigando. Según publicaban otros diarios estadounidenses, el exministro de la URSS proporcionaría todo tipo de datos sobre los espías rusos infiltrados en varios gobiernos de Europa y en el de Estados Unidos a cambio del asilo. La Guerra Fría lo regía todo.

El reportaje detallaba, en uno de los párrafos más interesantes por sugerir la participación del régimen franquista, la siguiente información: «La forma en que Beria ha llegado a España constituye una verdadera novela de aventuras. Parece ser que todos los tripulantes del avión que le transportaba se dejaron caer de noche en el centro de La Mancha, escogiendo los puntos que estuvieran menos próximos a núcleos habitados, pero con comunicaciones cercanas por carretera. El avión, con los mandos fijos y la gasolina perfectamente calculada, prosiguió solo su camino hasta sumergirse en las aguas del Atlántico, no dejando así huella alguna. Desde allí, y en automóvil, la comitiva de fugitivos continuó el viaje hacia un punto de la costa española, donde Beria ha permanecido, y quizá permanezca aún, escondido en espera de que Estados Unidos le conceda el solicitado asilo y realice las oportunas gestiones para llevarse a su presa sin violar la neutralidad española. Esto es: con el consentimiento de nuestras más altas autoridades. Parece ser que no querían colaborar en la salida de Beria de España sin contar con la autorización española en vísperas de la posible firma del Acuerdo hispano-norteamericano. Y parece ser que esta autorización ha sido concedida y que Beria ha salido o está a punto de salir de España en el momento de redactar estas líneas».

«Estuve con Beria»

Aunque el redactor advertía en su texto que no podía confirmar la «veracidad» de toda la información recabada, sí la calificaba de «verosimilitud». En una entrevista que « Blanco y Negro » le hizo a Menéndez Chacón en 1979 –muerto ya Franco y finiquitada la dictadura– este seguía defendiendo que, en su opinión, «Bería sí que estuvo en España». Para apoyar su tesis, aportaba detalles como que varios periodistas que investigaban el caso en Málaga fueron obligados, escoltados por la Policía, a regresar a Madrid. Entre ellos, su compañero Arbós. También las conversaciones que tuvo con varios agentes del FBI en la ciudad. O que el gobernador civil de la provincia le dijo: «Esas cosas de las películas de espionaje están pasando en Málaga». Y el dato de que un buque norteamericano se encontraba fondeado hacía varios días en la costa. Y, sobre todo, la información que le dio un comisario de Policía sobre la presencia en un hotel de la ciudad de cuatro personas con pasaporte diplomático suizo, uno de los cuales estaba seguro que era Beria. Y que cuando este agente fue a comentárselo al gobernador civil, por la importancia del hecho, este le respondió: «Usted no sabe nada, usted no ha visto nada. Olvídese del tema».

Junto al relato de los hechos del redactor de ABC, «Blanco y Negro» incluía una entrevista con Fabio Gallo, el hombre que había adelantado la exclusiva a Torcuato Luca de Tena y Brunet más de veinte años atrás. «Fue Beria con quien hablé y a quien estreché la mano aquella tarde, no me cabe la menor duda», aseguraba, dando todo tipo de detalles sobre cómo se había producido el encuentro con el genocida comunista en tierras andaluzas. Todo comenzó por su supuesta amistad con el diputado estadounidense Patrick Hillings , hombre de confianza del entonces vicepresidente Nixon, con quien habría estudiado en California. A raíz de ello, dos conocidos comunistas (uno español y otro nicaragüense) le pidieron si «podía tantear a Hillings sobre la posibilidad de que se le concediera asilo político a un importante personaje de la Unión Soviética». Aunque él no lo supo en ese momento, resultó ser Bería, según su versión.

El gobierno de Estados Unidos quiso saber primero quién era el interesado. Aprovechando un viaje que Gallo iba a hacer a Málaga para ver a su madre, los comunistas le pidieron que, para que su amigo Hillings recibiera la información requerida, nuestro protagonista debía encontrarse con un coche Austin matriculado en Gibraltar después de pasar Fuengirola. Al llegar, le pidieron que se vendara los ojos y se subiera al vehículo. Cuando por fin pudo quitarse el pañuelo, allí estaba él. «Soy yo quien desea ese asilo político que usted parece poder gestionar. Le agradezco todas las molestias que está usted tomándose y le ruego que disculpe todas estas cosas. Son males necesarios, ya que en todo ello va mi vida y la de nuestros camaradas», le dijo Bería antes de presentarse, «vestido con un traje de lana oscuro», y contarle cómo había llegado hasta allí: el avión, el paracaídas… Y al rato se despidieron, entregándole el exministro de la URSS un sobre lacrado para los americanos.

La presencia de Bería en España «nunca quedó debidamente aclarada» ni por parte del gobierno franquista ni por otros medios de comunicación españoles o extranjeros. Se hablaba incluso de que el Ministerio de Información entorpeció la labor de muchos periodistas en Málaga, como ocurrió con los que fueron enviados de vuelta a Madrid. Las versiones sobre la caída de Beria son varias. Algunas de ellas afirmaban que este ni siquiera llegó a huir de la Unión Soviética y que se le mantuvo arrestado en secreto acusado de traición. Otras apuntan a que fue entregado a Moscú tras su salida de Rusia. Lo que sí es seguro es que fue sentenciado a muerte por su gobierno y ejecutado con un disparo en la frente el 23 de diciembre de 1953.

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