Los errores históricos sobre España del presidente ucraniano: la Corona de Felipe II no era una «tiranía»

Durante su intervención la semana pasada en el Parlamento neerlandés, Zelenski se refirió a los fundadores de los Países Bajos en su guerra contra el Rey de España como heraldos de la «libertad, la democracia y la diversidad cultural y religiosa»

Arribo del Duque de Alba, con una bandera de España anacrónica, a Róterdam en 1567, por Eugène Isabey
César Cervera

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El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, está realizando una gira telemática por los principales parlamentos del mundo occidental en busca de ayuda para combatir la invasión rusa. Su enérgica campaña de comunicación se está traduciendo en el envío de armas, suministros y municiones a Ucrania, al tiempo que la UE y EE.UU. mantienen duras sanciones contra el régimen de Putin. En una de sus últimas paradas, Zelenski realizó un discurso la semana pasada en el Parlamento neerlandés donde se valió de un sinfín de tópicos históricos sobre los Países Bajos.

Coincidiendo su discurso con la Toma de Brielle hace justo 450 años, el ucraniano definió este acontecimiento como «el inicio del levantamiento armado contra la tiranía». La tiranía a la que se refirió Zelenski era supuestamente la de Felipe II, señor natural de los Países Bajos, que debió enfrentar a partir de 1568 a la rebelión de una parte de la nobleza que se amparó en cuestiones religiosas y en un emergente nacionalismo para lograr sus objetivos. Con la conquista de Brielle el 1 de abril de 1572 por parte de los Mendigos del Mar, la llamada Guerra de los Ochenta años que terminaría con la independencia de las Provincias Unidas entró en una nueva fase más favorable a los rebeldes, que hasta ese momento solo habían cosechado derrotas contra los Tercios de Flandes. Brielle fue un punto de inflexión.

Zelenski, en una de sus últimas apariciones

«¿Cuál era el objetivo de los fundadores de los Países Bajos? Evidentemente: libertad, democracia, dignidad humana, cohesión, diversidad cultural, religiosa», pronunció Zelenski en su discurso siguiendo al milímetro el relato fundacional y mitificado de la nación neerlandesa. «Así empezó el camino hacia una Europa unida», concluyó en sus referencias nada afortunadas a la Guerra de los 80 años, que, en realidad, se engloba en la serie de guerras religiosas que solo contribuyeron a la división del continente.

La campaña propagandística sin precedentes desarrollada por los calvinistas, germen de la Leyenda Negra sobre España , ha hecho que desde ojos actuales lo que fue una guerra civil entre hermanos y paisanos, instigada por las oligarquías locales, se haya convertido en un cacareado «levantamiento contra la tiranía» en nombre de «la Europa moderna».

Una nobleza díscola

Según el mito protestante, Felipe II terminó con la paciencia de la población local a causa de su intolerancia religiosa hacia los calvinistas, su decisión de ampliar los tres obispados existentes en los Países Bajos hasta los 17 y su insistencia por introducir la Inquisición. Ante la posibilidad de un levantamiento armado, el III Duque de Alba se desplazó en 1567 a los Países Bajos, al frente de un gran ejército, con instrucciones muy claras, entre ellas, la orden de ejecutar a los líderes más visibles de la rebelión y acabar con los brotes calvinistas. El cuento nacionalista presenta al malvado Alba prendiendo la mecha...

Una visión parcial (hasta hoy generalizada) de la Guerra de los 80 años que ignora el contexto que se encontró Felipe II al inicio de su reinado. La aristocracia local vivía anclada en la Edad Media y llevaba siglos defendiendo sus intereses frente a los proyectos de crear un estado moderno por parte de los distintos monarcas que allí reinaron. Así lo demuestra el largo historial de rebeliones locales contra sus «príncipes naturales» –con 35 levantamientos previos a la llegada de soldados españoles– y la virulenta respuesta de la nobleza, que suponía menos del 0,1 de la población, ante las propuestas de Felipe II de modernizar y unificar la disparatada situación legal de los Países Bajos (antes de Carlos V existían 700 códigos legales diferentes).

El asedio de Haarlem (1572-1573)

El hispanista William S. Maltby aprecia en los esfuerzos del Monarca que «no estaba planteando más que un sistema de gobierno que simplificara la Administración y contuviera el poder perturbador de los nobles ambiciosos».

Un rebelión minoritaria

Cada una de las medidas del soberano fue respondida con brusquedad y teatralidad por parte de la aristocracia, lo que en tiempos medievales hubiera obligado a Felipe II a renunciar a sus reformas. La diferencia es que Carlos V , como su hijo, contaban con la ventaja de que su poder económico y militar procedía de sus otros reinos y no de esta nobleza díscola. La negativa a retroceder ante los chantajes de Guillermo de Orange , cabeza visible de la aristocracia rebelde, provocaron una explosión de «Furia iconoclasta» en el verano de 1566 contra imágenes católicas y el envío de tropas por parte del Rey para apagar el inminente levantamiento de la nobleza que, a decir las fuentes, contó con escaso seguimiento popular.

Las fuerzas que se enfrentaron en 1568 a las del Duque de Alba eran mayoritariamente mercenarios contratados por la nobleza calvinista en Alemania y Francia. El pueblo llano permaneció ajeno a una lucha de altas esferas que apenas afectaba a asuntos importantes para ellos. En este sentido, el general castellano consiguió derrotar sin paliativos a las fuerzas dirigidas por Guillermo de Orange y durante un tiempo pareció que la sublevación era cosa del pasado. Sin embargo, el deterioro de la economía, la represión del Tribunal de Tumultos y el incansable trabajo propagandístico de Orange resucitaron la guerra en 1572 y la llevaron a un nuevo nivel. La recesión económica alcanzó allí donde no había llegado la fe ni las desavenencias aristocráticas.

El Gran Duque de Alba por Willem Key (Rijksmuseum).

¡Castilla nos roba!

El resurgimiento de la guerra en 1572, que ahora se celebra como un hito nacional en los Países Bajos, suele atribuirse a la subida de impuestos aplicada por el Duque de Alba y al afán recaudatorio de Felipe II para sufragar sus múltiples frentes. Y ciertamente el Monarca mantenía abiertas más guerras de las que podía permitirse, pero, sin duda, ninguna era tan cara como la de Flandes. La subida de impuestos para sufragar el esfuerzo militar provocó una de las primeras huelgas de la historia entre comerciantes y, gracias a la propaganda de Orange, se extendió entre el pueblo la idea de que el dinero recaudado servía para empobrecer a los Países Bajos y enriquecer a España. Nada más lejos de la realidad; como señala Geoffrey Parker en 'España y la rebelión de Flandes' era la Península Ibérica quien corría con los grandes gastos del imperio. Los Países Bajos, de hecho, aportaban menos de lo que generaban.

Retrato de Guillermo de Orange-Nassau en sus años en la corte de Bruselas.

Durante su gobierno, Fernando Álvarez de Toledo comprendió mejor que la oligarquía flamenca la necesidad de que los impuestos fueran equitativos. De ahí que tras una larga serie de deliberaciones entre Alba, el Consejo de Hacienda y los Estados provinciales se concluyó la necesidad de establecer un tributo de en torno al 10% sobre todas las transacciones comerciales a excepción de la última (el punto donde la mercancía llegaba al consumidor), lo que en Castilla se llamaba alcabala, para remontar la ruinosa situación financiera de la hacienda flamenca.

Mientras esperaba a su sustituto y trataba de sacar adelante sus reformas, el Gran Duque publicó en el verano de 1571 un perdón general para calmar los ánimos. La inesperada llegada de una flotilla de barcos piratas a varias ciudades de Holanda y Zelanda truncó sus planes y causó una depresión económica que la historiografía protestante atribuye al establecimiento de la alcabala. Dado que nunca pudo ser puesto en marcha ante la explosión de hostilidad entre los comerciantes, supone un sinsentido que se responsabilice a Alba y su alcabala de haber causado entre 1571 y 1572 un periodo depresivo en la economía local.

La principal causa para el derrumbe del comercio en Flandes habría que buscarlo, precisamente, en el surgimiento entre las filas rebeldes de estos piratas llamados Mendigos del Mar , que desde puertos ingleses mantenían paralizada la navegación. El comercio decaía, los seguros de navegación se dispararon, y, hacia febrero de 1572, los siempre bulliciosos muelles de Amberes se hallaban vacíos. Aparte de que las depresiones de este tipo eran algo cíclico en la historia de esta región.

Una guerra civil

Como ocurre con todos los nacionalismos excluyentes, el discurso que vertebró Holanda se basó en la idea de que los verdaderos holandeses eran solo unos (los protestantes) frente a los malos (los católicos), que estaban al servicio del enemigo extranjero y fueron borrados de los libros de historia: ¿Ser holandés era incompatible con ser católico? De ahí afirmaciones taxativas e imprecisas como que la Guerra de los 80 años fue un levantamiento de las provincias de Holanda y Zelanda contra el Rey Felipe II, un extranjero que quería exprimir económicamente al país. Basta analizar el número de tropas de holandeses católicos que lucharon con el bando de Felipe II para comprender que el conflicto fue, sobre todo, una guerra civil con trasfondo religioso, donde lucharon pueblos contra pueblos, valones contra flamencos, holandeses contra holandeses e incluso familiares contra familiares.

El Rey Felipe II, soberano de los Países Bajos

En el libro ‘Imperiofobia y leyenda negra’ de Roca Barea, se desmitifica con cifras la idea de que la guerra fue una rebelión local contra el enemigo extranjero. Sin ir más lejos, en el ejército que el Duque de Alba tenía a su mando hacia 1573 se contaban 54.300 soldados, de los cuales 7.900 eran españoles y 30.000 flamencos. Mientras que el de Farnesio hacia 1581 tenía 60.000 hombres, de los cuales solo 6.300 eran españoles, 5.000 italianos y la mayoría holandeses: unos 48.000. A lo que habría que sumar la presencia de numerosos nobles holandeses y neerlandeses al frente de ejércitos católicos, entre ellos el conde de Bossu, el duque de Aremberg o Claudius van Barlaymont, que recuperó Breda para el bando del Rey en 1581 valiéndose de tercios hispano-holandeses.

«Dicho en otros términos, hay razones de peso para creer que hubo más holandeses luchando en el lado realista que en el orangista», concluye Roca Barea.

La tolerancia no existía

En el siglo XVI, la religión y la política estaban íntimamente ligadas. La historiografía europea sigue viendo la Guerra de los 80 años como un conflicto entre tolerantes e intolerantes religiosos, sin apreciar lo confuso que resulta en el siglo XVI hablar de tolerancia en términos actuales. Felipe II no admitía que en sus reinos hubiera una religión distinta que la católica y así lo señaló a través de su frase «antes preferiría perder mis Estados y cien vidas que tuviese que reinar sobre herejes». Nada que no compartieran también los calvinistas, como antes que ellos los luteranos: o se aceptaba la religión que eligiera el príncipe o ya podían marcharse a otro lugar. Varios grupos calvinistas llegaron a instauraron dictaduras fanáticas en algunas ciudades como Gante, donde los conventos y las iglesias de estas plazas fueron saqueadas y los monjes y sacerdotes quemados en plazas públicas.

De ahí que cuando Guillermo de Orange se presentó como un puente entre católicos y protestantes para enfrentarse a los españoles, la aristocracia católica no tardó en desenmascarar su doble juego. Orange exigía a los españoles que garantizaran la práctica del calvinismo en el norte, pero él no estaba por la labor de hacer lo mismo en el resto de provincias. Tras la guerra, los católicos pasaron a ser durante siglos ciudadanos de segunda en Holanda e incluso quedaron obligados a pagar tasas ilegales para que las autoridades hicieran la vista gordo par que pudieran celebrar bautizos o primeras comuniones.

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