Combatientes en el frente
Combatientes en el frente - Wikimedia
Carlos Ernesto García

La epopeya del «inmortal» que escapó de los crueles escuadrones de la muerte en El Salvador

Carlos Ernesto García, contrario al régimen oficialista del país, vio como mataban a sus familiares frente a sí. Por suerte, pudo escapar de sus asesinos y protagonizó una huida del país más propia de una película de Hollywood que de la vida real. Hoy, entrevistamos en exclusiva a este superviviente

Un nuevo proyecto cinematográfico dirigido por «Mirasud Producciones» planea rememorar su vida a través de los testimonios de varios personajes conocidos en el mundo de las letras

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Carlos Ernesto García habla a este diario con tranquilidad de la tragedia que vivió cuando apenas había cumplido las veinte primaveras (desde entonces han pasado tres décadas). Con un cigarrillo en la mano izquierda y un café en la derecha, narra los hechos como si fueran parte de la vida de otra persona. Casi como si quisiera distanciarse de ellos. Pero le es imposible borrarlos de su memoria a pesar del tiempo. Al fin y al cabo, aquella trágica noche de 1980 -de la que atesora cada detalle- mataron a su padre y a su hermana en su propia casa y frente a sus ojos. Él tuvo suerte, pues pudo fugarse de su hogar (tras esconderse de sus enemigos) para evitar ser asesinado también por los escuadrones de la muerte de El Salvador.

Aquel 20 de junio de 1980 Carlos Ernesto vio a la muerte muy de cerca. A su lado, literalmente. Y es que, según explica, llegó a tener a un palmo a los asesinos que habían acabado con la vida de sus familiares. Pero la suerte quiso que aquellos hombres armados que le buscaban no alzasen la cabeza para ver que, tras escuchar los disparos, nuestro protagonista se había subido a un árbol del jardín. «Mi pie casi tocaba sus cabezas», dice. Desde allí, y gracias al destino y a la bondad de sus vecinos y conocidos, inició una huida que fue más propia de una película de ciencia ficción que de un salvadoreño de clase media contrario al régimen de su país.

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Entre las gestas de esa huida se encuentra el haber engañado a un alto funcionario del gobierno para que le dejase salir del país o sobrevivir a un segundo atentado contra su vida perpetrado en México, además de otras tentativas. Casi se podría decir que es inmortal. O, al menos, una persona que tiene el destino de su lado, pues ha esquivado más balas que el mismísimo Houdini. Ahora, Carlos Ernesto reside en Barcelona, lugar al que llegó en la década de los 80 y desde donde se convirtió en miembro de la Coordinación Europea del Sistema Radio Venceremos (la voz del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional -la fuerza político militar que enfrentaba al régimen existente en El Salvador durante aquellos años-).

Todas estas vivencias son las que, a día de hoy, plasma en sus poemas. Después de pasar aquel calvario, Carlos Ernesto se dio cuenta de que lo que de verdad quería en la vida era escribir rimas. Dejar sus sentimientos sobre blanco. Y parece que no le va mal, pues ha publicado varios libros (entre ellos «Hasta la cólera se pudre», «A quemarropa el amor» o «El sueño del dragón») y, junto a las actrices Nuria Espert y Aitana Sánchez Gijón entre otros destacados intelectuales, fue invitado por Rafael Alberti a su cumpleaños en 1990 (donde pudo decir unas hermosas palabras en su honor). Y estas son únicamente algunas escuetas partes de su extensísimo currículum.

No obstante, este antiguo opositor y hoy reconocido poeta ha vuelto a salir a la luz de la actualdiad gracias al director argentino Laureano Clavero (fundador de Mirasud Producciones) y al divulgador histórico Pere Cardona (autor del blog « HistoriasSegundaGuerraMundial»). ¿La razón? Que ambos han anunciado el rodaje de un documental sobre la vida de Carlos Ernesto García. Un largometraje que, además, irá acompañada de las memorias autorizadas del personaje y que está siendo elaborado a través de los testimonios del salvadoreño y de todos aquellos que le conocen. «Tenemos muchas horas de entrevista con Carlos y, además, estamos reconstruyendo su vida través de personajes de tanta importancia como el escritor Paul Brito o Gabi Martínez (autor de “Solo para gigantes”)», explica Clavero a este diario.

1-¿Qué eran los escuadrones de la muerte?

Los escuadrones de la muerte fueron un grupo de represión y terror creado por el mayor Roberto d'Aubuisson (de la guardia nacional) a finales de los 70. Eran temibles. Su objetivo era decapitar los movimientos de izquierdas de El Salvador y capturar a personas que pertenecieran a sindicatos o sacerdotes que militaran en las bases cristianas. Se podría decir que eran verdugos.

Sabíamos que allí donde había una camioneta todoterreno con vidrios polarizados, unas cherokee, estaban ellos, y teníamos que temer. Podían secuestrar a alguien delante tuya, o a ti mismo. En principio no eran hombres que dispararan abiertamente, pero te raptaban. Iban vestidos de civiles, no como militares. Aunque algunos sí solían llevar gafas de sol oscuras, vaqueros y guayaberas blancas. Estos custodiaban a personalidades del régimen. Pero el resto se vestían de manera común para camuflarse entre la sociedad y en las manifestaciones. Por si tenían que atrapar a alguien.

2-¿También sacerdotes?

Sí. Solían aparecer pintadas suyas en las que escribían “Haz patria: mata a un cura”. Era una de sus consignas. Piensa que en El Salvador, antes del asesinato en marzo de 1980 del obispo de la iglesia de El Salvador Monseñor Óscar Arnulfo Romero, fueron asesinados varios sacerdotes en el país. Inclusive, muchas personas recordarán el asesinato en 1989 de los jesuitas de la UCA. Fueron muy activos. Este grupo paramilitar actuó incluso ya firmados los acuerdos de paz en 1992. Un año más tarde, en 1993, habían ya asesinado a varios antiguos guerrilleros. No fue sino gracias a la presión internacional y de las mismas Naciones Unidas que estos grupos fueron dejando de actuar.

3-¿Cómo comenzó su etapa como revolucionario?

Hacia mediados de los 70 llegaron a San Martín un grupo de jóvenes. Yo no sabia su grado de organización, solo que se hacían pasar por seminaristas. Contacté con ellos porque eran mis vecinos y uno de ellos, conocido popularmente como "el viejo" Palencia, tocaba la guitarra. Por entonces solíamos escuchar la música de cantautores como Daniel Viglietti, Víctor Jara, los hermanos Mejía Godoy... Eran nuestro referente en la canción social y de protesta. Atraído por estos amigos, me involucre a través de ellos en el trabajo con las comunidades cristianas de base. Eran muy activas. Tenían un nuevo enfoque para hacer caer el régimen y formaban parte del Bloque Popular Revolucionario (BPR) de El Salvador, que aglutinaba a los movimientos sociales, sindicales, estudiantiles y revolucionarios en general.

4-¿Qué buscaban?

Derrotar a una oligarquía representada en 14 familias. Además de acabar con los ataques a la población. Entre las cosas que yo veía, de las que era testigo, había represiones, muertos... Todo eso se sumaba al trabajo que se hacia a través de la canción. A través de la canción y de una iglesia que marcaba un nuevo camino de su opción preferencial por los pobres, se fue haciendo conciencia.

5-¿Y usted? ¿Cuál era su labor en estos grupos?

Fui testigo, pero nunca estuve en ninguna organización. Pero, según parece, se empezó a hablar de mi tendencia política en el pueblo y de la gente con la que me relacionaba.

Carlso Ernesto, en la entrevista a este diario
Carlso Ernesto, en la entrevista a este diario - Mirasud

6-¿Cómo empezó aquella triste noche en la que los escuadrones de la muerte fueron a buscarle?

Fue una noche muy desgraciada. Aquel día hubo un operativo militar en el que normalmente actuaban varias fuerzas. Yo vivía a 18 kilómetros de San Salvador. Era una zona que se había destacado por su nivel de organización con los cristianos de base, que estaban perseguidos. Esa tarde yo había vuelto del colegio y estaba en casa haciendo un trabajo de clase.

Eran aproximadamente las diez de la noche. Aquellos días en el Salvador estaba la ley marcial, algo más fuerte que un simple toque de queda. Según esta norma, todo el que estuviera fuera de su casa después de una hora determinada sería disparado. Estábamos en ese nivel de represión militar.

Desde casa, vimos como un vehículo aparecía repentinamente. Era un coche privado, particular. Sabíamos que en él viajaba un escuadrón de la muerte. Inmediatamente saltaron las alarmas en casa. Apagamos la luz y nos dirigimos a la habitación donde estaba descansando mi madre. Por suerte, el coche pasó de largo y se alejó.

Pero dos o tres minutos después el coche regresó con los focos encendidos. Giró y volvió por donde había venido. Pudimos oír como el motor se acercaba y como se estacionaba delante de la casa. Fue un momento de mucha tensión porque no sabíamos a qué casa se dirigía. Vimos a sus ocupantes. Llevaban camisetas blancas. Sacaron de sus bolsillos pañuelos rojos, se los pusieron sobre la cara, y se dirigieron hacia nuestra vivienda. Iban armados, y podíamos verlos a través de las ventanas porque estaban iluminados por un poste de luz. Por suerte, ellos no nos veían desde fuera por la cortina.

7-¿Entraron por la fuerza?

Llamaron a la puerta y preguntaron por mi padre. Le dijeron que venían a por mi. Mi padre me indicó entonces que saliera por la parte de atrás de la casa. En la entrada se quedaron mi padre junto a mi madre, que se había despertado y había salido. Yo me dirigí a un pasillo que había en la casa y choqué con la mirada de mi hermana, que también estaba haciendo un trabajo para el colegio.

Logré salir y me subí a un árbol que estaba cerca del muro que dividía mi casa con la del vecino... y empecé a escuchar disparos. Según testimonios de mi madre, al romper la puerta mi padre disparó sobre los asaltantes, pero ellos lograron reducirle de un tiro.

Luego sacaron a mi madre de la cama y a mi hermana menor la llevaron al salón comedor. Desde la rama en la que estaba vi todo. Vi como entraban por el pasillo, se metían en las habitaciones de manera violenta, salían al patio, y golpeaban los arbustos del jardín para asegurarse de que yo estaba allí. Cuando hacían aquello, mis talones, que estaban colgando de la rama, llegaron a estar a media metro de la cabeza de aquellos individuos.

Carlos Ernesto García
Carlos Ernesto García - Mirasud

8-¿No le vieron?

Por suerte, no se les ocurrió mirar hacia arriba. Si lo hubieran hecho, me habrían descubierto.

9-¿Dejaron de buscarle finalmente?

Si. Se retiraron al salón. Entonces se volvieron a escuchar más disparos. Después hubo un total silencio. Yo caminé por el muro y subí al tejado. Me tumbé y pude escuchar como mi madre gritaba pidiendo auxilio. Vi que seguía viva. Pero mi padre y mi hermana no. Luego vino el silencio total seguido por el sonido de una ligera llovizna. Poco después, otro vehículo llegó al frente de la casa. Se oyeron insultos y, debido a la situación de violencia que se produjo, se olvidaron de mi madre y la dejaron viva.

10-¿Ella logró escapar?

Sí. Se escondió en la casa de un vecino. Pero entonces escuché un último disparo, fue el que le pegaron a mi hermana, que estaba todavía viva y se había quedado tumbada cerca del cadáver de mi padre.

11-¿Cómo logró usted huir de allí?

Me asomé a la casa de mi vecino -Óscar Benavides- y vi que estaba de pie, observándome. Me pidió que bajara a través de otro árbol que había plantado. Recuerdo la sensación de miedo que se percibía en el ambiente. Especialmente la que tenían sus perros, que estaban con las orejas gachas a pesar de que eran muy fieros. Óscar, su esposa y sus niños me recibieron. No tenían más de siete u ocho años.

Dentro de la casa comenzamos a barajar la posibilidad de que los escuadrones de la muerte acudiesen a la vivienda para buscarme. Por eso nos preparamos. Lo primero que hice fue quitarme el uniforme del Liceo Salvadoreño, cuyo color era completamente blanco. Óscar me dejó ropa oscura. Nos fuimos al salón y vaciamos una nevera grande que había en el suelo para que, en el caso de que volvieran, pudiera esconderme en ella.

12-¿Regresaron?

Sí. A la media hora llegaron. Yo me metí dentro de la nevera, donde soperté un frío intenso debido al hielo que había dentro, cuando entraron. Desconozco si eran guardias nacionales o militares, solo vi que llevaban uniforme. Empezaron a buscarme.

Por suerte, dio la casualidad de que el hombre que los comandaba se sentó encima de la nevera. Al no encontrarme, pusieron a la familia contra la pared y les amenazaron. Los niños lloraban mucho. Estuve a punto de salir, de decir que estaba allí, pero me abstuve. Si salía, los condenaría a muerte por haberme escondido. Ellos tuvieron la misma sensación y no me delataron. No dijeron nada a pesar de las amenazas. Al final, aquellos hombres se retiraron.

Cuando ya estuvimos tranquilos, Óscar me dijo que en algún momento iban a volver, y que me tenía que marchar de allí para no regresar. Me comentó que no me iba a decir cuándo irme pero que, cuando saliera, no podría volver a entrar en esa casa. Acepté el trato. Era justo. Decidí esperar a que los trabajadores comenzaran a salir a sus empleos para irme. Me camuflaría con ellos. Recuerdo que salí de la casa y pude comprobar con no poca tristeza como algunos de mis vecinos saqueaban mi hogar pasando por encima de los cadáveres de mi padre y de mi hermana, que aún yacían sobre el piso.

Estuve a punto de salir, de decir que estaba allí, pero me abstuve. Si salía, los condenaría a muerte por haberme escondido

13-¿Fue fácil esconderse entre la multitud?

Bueno. En lugar de caminar en la misma dirección que ellos, lo hice en la contraria. La idea era salir del cerco militar a través del campo. Repentinamente, me encontré caminando sobre la calle mientras un jeep lleno de militares se acercaba a mi. Tenía una ametralladora instalada en su parte trasera. Cuando me dieron el alto supe que me iban a matar. Huí por la izquierda y me metí por las plantaciones de café que conocía desde niño. Empecé a oír gritos. Me decían que me detuviese.

Mientras huía, podía escuchar como tintineaba el correaje y el armamento que llevaban encima. Yo iba muy ligero. Los disparos sonaban a mi alrededor y podía ver infinidad de pedazos de hojas de los árboles volar producido por el impacto de las balas. Al poco, llegué a un punto en el que había un pequeño barranco de 4 o 5 metros. Era un lugar por el que pasaba un riachuelo, así que me lancé hacia abajo. Caí sobre un puñado de barro que había porque era época de lluvias. Luego me escondí. Después pude escuchar parte de la conversación que tenían los soldados al llegar. Se quedaron al filo del barranco. Luego sacaron un cigarro y empezaron hablar. Pude oír su conversación. Antes de irse, lanzaron la colilla del cigarrillo y esta cayó cerca de mis pies.

14-Ya sin perseguidores... ¿A dónde acudió?

Me dirigí a la casa de un amigo de la infancia, un carpintero. El tenía un ataúd de madera en el que guardaba algunas armas. Armas largas, pistolas... Hablé con él y me enteré de que, durante la redada de la noche anterior, habían capturado a algunos jóvenes. Todos ellos organizados. Después los habían conducido a lo largo de una línea de tren y los habían matado en un puente. Se encontraron ese mismo día los cadáveres... Yo los conocía a todos.

Él hizo una llamada y me dijo que me iban a sacar de allí. Que la idea era lograr romper el cerco de dos kilómetros alrededor de la población de San Martín. A los diez o quince minutos se presentó un compañero alto y fornido con quien abandonamos aquella casa. Me advirtió que la Guardia Nacional junto a grupos paramilitares se encontraban peinando la zona en busca de otros posibles guerrilleros u opositores. Durante el camino, desde la cresta de la ladera, pudimos observar entre las plantaciones de maíz, el reflejo del sol sobre los cascos de aquellos esbirros. Entonces me dijo: "hasta aquí te dejo”: Me dio un arma para mi defensa personal y esperamos a que llegara un autobús que, según decía, estaba conducido por alguien del que podía fiarme.

Cuando paró, me subí. El conductor me dijo que había un retén del ejército justo delante y, a los 15 minutos, no mucho más, nos topamos con él. Yo no tenía ningún plan. Pero, cuando paramos y la gente empezó a bajar, me hice pasar por un operario del autobús. Simulé que subía bultos al vehículo. Me pasaron por alto. Otros no tuvieron esa suerte y fueron detenidos.

Combatiente, en 1985
Combatiente, en 1985 - Wikimedia

15-¿Hacia dónde se dirigían?

El autobús iba rumbo a Tonacatepeque. Simplemente seguimos camino. En un momento dado, el conductor paró y me dijo que tenía que entregarle el arma porque era peligroso viajar con una. Luego, cuando le dije que no tenía dinero, me entregó un billete, lo que ganaba él en un día. Así es como logré salir de esa población y llegar a San Salvador. El problema es que, una vez allí, no sabía a donde ir.

16-¿Por dónde se decantó finalmente?

Me dirigí al Liceo Salvadoreño, un colegio de la zona regentado por los maristas. Les conté lo que había sucedido y me dieron cobijo, una celda (nombre que reciben las habitaciones en las que descansan los religiosos). Esa noche fue una noche de gran tristeza.

17-¿Supo que había sucedido con los cadáveres de sus familiares?

Al día siguiente una delegación de mi colegio fue a los funerales de mi padre y de mi hermana. Yo no pude acudir, lógicamente, por el peligro.

18-¿Cuándo abandonó el lugar?

Esa noche, al asomarme por la ventana para fumar, vi como llegaba un coche co

n hombres armados y que eran recibidos por uno de los religiosos. Habían denunciado mi presencia y venían a capturarme. Logré verlos y no lo dudé. Salí corriendo de allí a través del aula de música. Luego corrí a lo largo de la cancha de fútbol y, con un bate, me enfrenté a un grupo de perros que había en la zona. Salté una verja muy alta, luego el muro del colegio (que tendría unos seis o siete metros) y caí en una calle que estaba completamente vacía por la ley marcial.

Me dijo que me iba a dejar en un pabellón y que no saliera de allí sin su autorización

19-¿Huyó o se escondió?

Me escondí. Me dirigí a un barril de petróleo que era utilizado como cubo de basura y me metí en él. Estaba vacío porque acababa de pasar el camión. Desde mi escondrijo pude oír como pasaban tanquetas y soldados al trote. Así varias veces a lo largo de toda la noche, hasta que me dormí. No desperté hasta que sentí la presión del calor y el mal olor. Entonces levanté la tapa y vi una hilera de coches. Todos estaban en marcha. Me dirigí hacia el centro de la ciudad. No podía ir a casa de ningún familiar.

Al final, decidí acercarme a la casa de una amiga que vivía en la Colonia Nicaragua, cercana al parque zoológico de la ciudad. Cuando llegué, ella ya sabía lo que había pasado. Me informó de que mi hermano mayor y mi madre habían logrado esconderse y que ella me daría refugio mientras la situación se resolvía.

20-¿Mientras le seguían buscando?

Sí. Estuve en casa de esta amiga durante varias días. Sin embargo, una mañana en la que ella se encontraba en su trabajo, llegaron varios hombres uniformados. Me asusté porque pensaba que estaban registrando las viviendas. A los pocos minutos, un oficial entró acompañado por otro soldado, su asistente. Este llevaba un maletín. Además, entraron también varios hombres vestidos de civil, con gafas oscuras y sin uniforme portando submetralletas. Me llamó la atención, pero luego vi que eran sus guardaespaldas. El oficial me preguntó por mi amiga. Yo me limité a decirle que no se encontraba en casa. Luego me preguntó quién era yo, a lo que le respondía que era un amigo de la familia. En ese momento el asistente abrió ese gran maletín... De él solo sacó una botella de whisky y unas copas y me invitó a beber, cosa que hice.

Recuerdo que el oficial iba con el uniforme de fatiga, y observé que sus botas estaban manchadas de sangre... Al final, me decidí y le pregunté de dónde venían. Él se limitó a decirme que de un combate. A mi me comían los nervios, aunque intentaba ocultarlo.

En ese momento apareció mi amiga, quien se quedó pálida. Más de lo que te puedas imaginar. Él se levantó y le dijo que había pasado simplemente a saludarla. Yo seguía nerviosísimo. Fuera había 40 soldados. Al final, ella no tuvo más remedio que invitarle a comer. Nos fuimos a la mesa y yo me quedé sentado delante de él. Recuerdo que puso su subfusil Uzi encima de la mesa mientras aquellos hombres con sus guayaberas blancas me observaban. Mientras, su madre había ordenado que cocinasen algo para la tropa.

21-¿Hasta cuándo permaneció allí?

Al final, cuando se retiraron, mi amiga me dijo que le preocupaba que me hubieran visto en su casa porque el oficial, posiblemente, querría saber algo más de mi. Esa noche nos dirigimos a la casa del marido de su hermana, un oficial entrenado en Taiwán en la guerra contrainsurgente. Fuimos directos a su casa y, en un momento dado, ella le solicitó que me protegiese.

Laureano, junto a Paul Brito
Laureano, junto a Paul Brito - Mirasud

22-¿Cuál fue su reacción?

Le dijo que sí, no puso ninguna objeción, aunque prefería que no le dijese de qué ni de quién tenía que protegerme. Ella se marchó. Luego él me llevó al cuartel en el que estaba destinado, una base militar llamada “El Zapote” (hoy convertido en museo militar) cercano a su casa. Una zona en la que vivían oficiales de las fuerzas armadas.

Me dijo que me iba a dejar en un pabellón (una de las habitaciones del cuartel) y que no saliera de allí sin su autorización. Que su asistente me traería el desayuno, el almuerzo y la cena. Me advirtió que no me comunicase con nadie. Que si me veía fuera de aquella habitación, él mismo me pegaría un balazo. Después me dio un uniforme militar sin distintivo ni galones.

23-¿Cuánto tiempo permaneció allí escondido?

Varios días. Mientras, ya habían comenzado las gestiones para que un compañero de México acudiera a El Salvador y nos trajese dinero. Mi cuenta había sido congelada y no podía sacar dinero. Esos días los pasé allí. Al final, el militar que me protegía se presentó frente a la puerta una noche. Serían entre las 11 y las 12. Estaba borracho y me dijo que saliésemos del cuartel.

Ese día él iba vestido con una camiseta de tirantes, pantalones verde olivo, botas y portando todos sus correajes. Antes de salir, me dio un arma que comprobé que estaba cargada. A continuación nos subimos a un jeep cargado con una radio y una caja de granadas y así abandonamos el cuartel esa noche.

24-¿No les pararon durante el camino?

Bueno, con la radio él iba dando el santo y seña para que no nos disparasen los militares. Así, hasta que llegamos a una zona residencial. El lugar estaba plagado de hombres armados, de gente del ejército. Había hasta un helicóptero y unos perros que tenían collares de pedrería de swarovski.

No sabía donde me había metido, pero resulta que me había llevado hasta una fiesta. No habría menos de 100 personas. Escuché conversaciones en diferentes idiomas... creo que eran asesores militares. Había chilenos, argentinos, estadounidenses, israelitas... pero también civiles. Personas de mucho dinero. Había mujeres que andaban con ropa igual a la de las chicas PlayBoy que, además, repartían copas y cocaína.

El lugar estaba plagado de hombres armados, de gente del ejército. Había hasta un helicóptero y unos perros que tenían collares de pedrería de swarovski

25-¿Qué le transmitió aquello?

Tristeza. Pensé que, mientras mi pueblo se estaba desangrando, ellos vivían así. Era horrible. Esa noche me enteré de que las fiestas se hacían allí porque tenían miedo de ser atacados por la guerrilla.

26-¿Logró salir de allí?

Sí. Nunca fui descubierto. Regresamos al cuartel y estuve allí hasta que llegó el contacto de México con el dinero. Luego conseguí una tarjeta de Ernesto Rusconi, un alto funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, a través de mi amiga. La verdad es que ni siquiera tenía un plan. Solo quería llevar una especie de salvoconducto en la cartera. Tener un seguro. Desde allí acudí a inmigración para recoger mi documentación y la de mi familia.

27-Se volvió a meter en la boca del lobo...

Más o menos. Fue algo peligroso. Recuerdo que, el día en el que fui a inmigración, me encontré con uno de los muchachos que me habían delatado en San Martín. Le conocía desde pequeño y le vi andando por la misma acera. A mi izquierda había un montículo de tierra sobre el que estaba situado un miembro de la temible Policía de Hacienda. El hombre tenía su arma. Yo no podía escapar ni salir corriendo. Pensé que era hombre muerto. Yo no iba armado, no tenía forma de defenderme... Si me reconocía, daría la voz de alarma y me dispararían. La suerte quiso que el viniera del brazo de una chica y que, cuando pasó a mi lado, se giró para darle un beso. Quiso la suerte que no me viera y continuara caminando.

28-Logró librarse de nuevo. ¿Cómo fue la llegada a inmigración?

Había mucha gente en la calle. Una multitud queriendo entrar a la oficina para resolver el tema de los pasaportes. Hay que tener en cuenta que muchos querían marcharse por la represión.

29-Tuvo que hacer cola...

No. Sabía que tenía que moverme rápido. Al llegar, ví que había dos hombres de seguridad a los lados de una pequeña puerta. Iban armados. Pensé que debía ir a algún sitio importante. Quizá a la oficina del director de inmigración. Decidí jugármela y me dispuse a entrar. Cuando me pararon, les comenté que iba a ver al director. Ellos me respondieron que estaba en Suiza. Me extrañó y, automáticamente, les dije que no era posible porque acababa de hablar con él y me había dicho que pasara. Tuve suerte porque me dejaron acceder.

Subí por una escalera estrecha. Desemboqué en un pequeño salón donde se podía ver el patio interior de la casa. En la sala había mucha gente llevaba papeles y algunas oficinas. De un vistazo, vi que había una puerta en la que se podía leer “Director”. Llamé y salió una mujer de unos 35 años. Me preguntó qué deseaba y que si tenía cita con el director. Yo le respondí que no, que era una sorpresa. Ella abrió la puerta y me dijo que pasase. Cuando entré al fondo de aquella oficina vi a un hombre grande, mayor, que se puso instantáneamente de pie y me saludó. Luego me preguntó qué quería.

No se me ocurrió otra cosa y le dije que veía de parte de Ernesto Rusconi. No sabía si se lo iba a creer... Pero sí. Me preguntó qué tal estaba él y me dijo que pasara y que me atendería, que estaba contentísimo de poder ver a un amigo de Ernesto. Saqué mi billetera y le mostré la tarjeta, le dije que quería tramitar mi pasaporte.

30-¿Qué excusa puso?

Le dije que había una feria de maquinaria en México, que los pasaportes estaban tardando demasiado, y que los necesitaba cuanto antes. Él llamó a la secretaria y le pidió que los hiciese ya, en ese mismo momento, mientras yo tomaba café y galletas con él. Después cogió mi documentación y... yo creí simplemente que era hombre muerto. Pero no. Se limitó a llamar a la secretaria, le preguntó si estaban los pasaportes, y que subiera con ellos cuando estuvieran.

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31-Parece algo de película...

Pues no fue lo único. Cuando llegó la secretaria con los pasaportes, él se enfadó y empezó a insultarla. Le dijo que estaba con su amigo Carlos y que la documentación que ella había traído no valía, que él quería unos pasaportes con un visado especial para que yo pudiera entrar y salir del país cuando quisiera. La mujer les puso entonces un sello especial. Después él me acompañó a la puerta y me dijo que tenía un hijo, y que me acordara de él cuando regresase de México. Quería que le colocara en un buen puesto.

32-¿Salió de la oficina sin problemas?

Sí. Me fui derecho a casa de mi amiga y le solicité que me consiguiera dos coches oficiales del Ministerio de Relaciones Exteriores. En principio se negó, pero al final aceptó y, a los pocos días, dos vehículos se presentaron delante de su casa. Subimos en ellos. Yo viajaba junto a mi compañero mexicano y, detrás, en el segundo vehículo, viajaban mi hermano y mi madre. Ninguno de los retenes situados a lo largo del camino nos detuvo y pudimos llegar sin problemas al aeropuerto.

33-¿Lograron llegar?

Efectivamente. Al llegar al aeropuerto de Comalapa vi que había muchísima gente intentando salir del país. Mi temor aumentó porque teníamos que dar nuestros nombres verdaderos para pasar el control, y los guardias estaban reteniendo a quienes consideraban sospechosos. Le dije al compañero mexicano que me pondría detrás de él y, a mi madre y hermano, que dejara una distancia de entre cuatro o cinco personas entre ellos y yo, por si había alguna contrariedad. La idea era ir yo primero y que, si me detenían, el compañero mexicano denunciara mi detención en el exterior, mientras el resto tuvieran la oportunidad de escapar. Porque en ese momento yo sería hombre muerto.

Cuando estuvimos a la altura del guardia me limité a ponerle el visado especial en la cara. Cuando lo vio se puso firme. Muy marcialmente, me preguntó cuánta gente venía conmigo. Yo le dije... que toda la cola. Extrañamente, funcionó. Dejó pasar a todos. Recuerdo que, cuando estaba sentado en el avión, un hombre joven al que no conocía se acercó a mi para estrecharme la mano y darme las gracias por la ayuda.

En Madrid aparecieron dos figuras importantes en mi vida. Una de ellas fue la del poeta salvadoreño Roberto Armijo

34-¿Salieron al final del país?

Si, no hubo más dificultades, ese día finalmente logramos huir.

35-¿A dónde fue?

Nos fuimos a México donde, al poco tiempo, sufrí un segundo atentado similar al que se había producido en El Salvador. Solicité mi salida de México y, a finales de 1980, arribé a la ciudad de Madrid.

Al llegar a España me incorporé a la oficina del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Allí coincidí con personalidades del movimiento revolucionario salvadoreño, quienes comenzaban a preparar las condiciones de la solidaridad internacional con El Salvador. Y es que, se sabía que a principios de 1981 vendría la primera gran ofensiva general lanzada por el FMLN.

En Madrid aparecieron dos figuras importantes en mi vida. Una de ellas fue la del poeta salvadoreño Roberto Armijo, un escritor contemporáneo que estaba exiliado en París. Y la otra fue la poeta nicaragüense-salvadoreña Claribel Alegría.

36-Al fin acabaron sus viajes...

No, todavía quedaban algunos. Posteriormente viajé a Barcelona y empecé un período de reflexión que intento plasmar en la poesía. Vivencias puestas en poemas. De ahí me incorporé a la coordinación de la Radio Venceremos (que tenía oficinas en París, Colonia -Alemania- y Barcelona).

37-¿Cuándo comenzó su trabajo en la poesía?

Escribo poesía desde que tengo conciencia. Garabateo cosas desde los 9 años. En mi había un poeta que desarrollar, que formar. El germen estaba en mi. El primer poema metafísico lo escribí a los 10 años. Algunos de esos fueron de las pocas cosas que saque de El Salvador en la huida. Saqué el disco “Mediterraneo” de Joan Manuel Serrat y algunos de los recortes de poemas que escribía en un cuaderno. Con ellos hice mi primer libro de poesía.

Pero empecé a tomármelo más en serio cuando pude tener una mejor relación con Armijo. Él me dijo que teníamos que desarrollarnos como escritores. Me dijo que tomara las riendas de mi vida y que decidiera qué quería hacer realmente con ella.

Ya en Barcelona, a principos de los 80, cuando me encontraba estudiando una carrera técnica de administración de empresas, y solo me quedaba el último examen de la carrera para terminar y estando dubitativo, entendí que no quería un título en administración de empresas. Así que me volví a casa, saqué todos los libros que tenía de contabilidad, estadística... y los metí en una caja que fue directamente a la basura. Nunca volví a aquella escuela de empresariales. Me fui a París a casa de Armijo. Recuerdo que, entonces, él me dijo que yo había tomado la decisión más suicida del mundo... convertirme en poeta.

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