Entrevista«La envidia, la ambición y la traición hicieron que Carlos III expulsase a los jesuitas de España»

Las historiadores españolas Laura y María Lara, autoras de «Ignacio y la Compañía. Del castillo a la misión», explican a ABC cómo fue la expulsión de la orden creada por San Ignacio de Loyola

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Traición, ambición y envidia. Estos son los tres factores que, según las historiadoras Laura y María Lara (autoras de « Ignacio y la Compañía. Del castillo a la misión», editado por «Edaf»), provocaron que Carlos III decidiese expulsar a los jesuitas de España en 1767 y, posteriormente, enviase a la Santa Sede a su ministro Moñino para que convenciese al Papa de que era necesario disolver a la Compañía de Jesús. Una orden religiosa que, a la postre rehabilitada, fue creado por San Ignacio de Loyola después de que se convirtiera al cristianismo y dejase atrás una vida llena de lujuria y combates como soldado. «El mismo íñigo confesó que se dio a las vanidades del mundo y que se delitaba con el ejercicio de las armas como medio de ganar honra», explicaban ambas hermanas a ABC el pasado abril en el reportaje « El soldado español “ligón” y mujeriego que acabó fundando una orden religiosa» (la primera parte de esta entrevista).

Ahora, en pleno 2016, hemos decidido recuperar el que es uno de los episodios más controvertidos de la Compañía de Jesús aprovechando que celebramos el 525 aniversario del nacimiento de San Ignacio de Loyola y el 460 de su muerte. Y que mejor que hacerlo que con las dos autoras de «Ignacio y la Compañía», una obra galardonada con el Premio Algaba de Biografía, Autobiografía, Memorias e Investigaciones Históricas que convoca cada año El Corte Inglés y la editorial «Edaf».

La expulsión, que se produjo hace poco más de dos siglos, fue todo un golpe para la Compañía. Un mandoble que se hizo oficial con el siguiente Real Decreto: mandoble que se hizo oficial con el siguiente Real Decreto: «He venido en mandar se extrañen de todos mis Dominios de España, e Indias, Islas Filipinas, y demás adyacentes á los Religiosos de la Compañía, así Sacerdotes, como Coadjutores, o Legos, que hayan hecho la primera Profesión, y á los Novicios, que quisieren seguirles; y que se ocupen todas las temporalidades de la Compañía en mis Dominios; y para su execución uniforme en todos ellos, os doy plena y privativa autoridad».

¿Quedó algo en la Compañía de Jesús de la antigua vida militar de Ignacio?

María: Sí. Como San Ignacio antes de religioso fue soldado, su bagaje militar le ayudó a crear la Compañía. Hay que tener en cuenta que se convirtió después de haber sido herido en batalla. En su proceso de recuperación empezó a pedir libros para entretenerse mientras estaba convaleciente. Cuando se le agotaron las lecturas de novelas de caballería le empezaron a dar vidas de santos y se encontró con personajes que superaban las proezas de los héroes tradicionales. Entonces se inició su revolucionario proceso interior. Así comenzó a andar el camino hacia la fe auténtica.

Laura: El viaje también fue exterior porque se desplazó de Loyola a Manresa, pasando por Montserrat para velar las armas, y luego pasar a Tierra Santa, para volver a la Península Ibérica y marchar, previa estancia en París, a Roma.

¿Hasta donde llegaron sus excesos durante aquella vida laica?

María: Como joven enrolado en la soldadesca, preocupado por los intereses de la guerra y, en lo profano, también por atender su aspecto, Ignacio vivió sus primeros 30 años libre de compromisos. Antes de convertirse pudo tener una hija ilegítima llamada María, a la que intentó dejar bien posicionada de forma previa a tomar los hábitos. Se cree que, a raíz de caer herido en el cerco de Pamplona el 20 de mayo de 1521, cuando decidió hacerse peregrino, le llevó algunos recursos económicos que le había dado, como pago de sus servicios, el duque de Nájera para que pudiera vivir holgadamente.

¿Qué papel tuvo la Compañía de Jesús y sus nuevas ideas en una época en la que Lutero y Iglesia se enfrentaban a sangre y fuego?

María: En 1520 se excomulgó a Lutero y, al año siguiente, el guipuzcoano cayó herido en el cerco de Pamplona. Estaba en boga la devotio moderna, que postulaba una sincera imitación de Cristo, partiendo de la humildad de conciencia. Por ello, en Alcalá, durante el curso 1526-1527, cuando Íñigo permanece matriculado en la Universidad cisneriana, es tenido por predicador popular e, incluso, lo confunden con los alumbrados, por hablar de Jesús con ardiente sentimiento y, además, descalzo...

Laura: Desde la creación oficial de la Compañía en 1540, Ignacio postula una tercera vía entre la Reforma y la Contrarreforma. Mantiene los dogmas, pero apoya una visión intimista de la religión, donde el sujeto ha de desarrollar el diálogo interior para vaciarse de vicios y buscar y encontrar a Dios en todas las cosas. Frente al catolicismo de las apariencias, como será en buena parte el del Barroco, él propone el catolicismo del corazón.

En esa época se estaba dividiendo la Cristiandad entre protestantes y católicos. Ignacio representó, sin pretenderlo, una tercera vía. Entendía que la fe no consistía ni en romper con Roma como Lutero, ni en limitarse a obedecer sin más como las órdenes tradicionales, pues muchas de ellas estaban viviendo una doble moral, con la relajación de las costumbres. Por estos motivos, afirmamos que la Compañía representó una vía intermedia, la de la pobreza, la castidad y los valores.

¿Representar esa tercera vía no hizo a los jesuitas ser odiados por católicos y luteranos?

María: Para empezar hay que señalar que cuando surgió la Compañía nadie los llamaba jesuitas. De hecho, Ignacio con este vocablo no los conoció. Ésa era la denominación que le daban sus detractores. Los llamaban así porque las congregaciones anteriores ponían a un santo como intermediario, sin embargo, ellos quedaban englobados como Compañía de Jesús. Y el cuarto voto, de obediencia al papa, colocaba a los jesuitas en proximidad con Roma, pero también les granjeaba el recelo de otras órdenes, como los dominicos, con los que competían en la enseñanza.

¿Por qué debería ser recordado Ignacio de Loyola?

María: El soldado Íñigo, luego como fundador Ignacio, personifica el tránsito de la Edad Media al mundo moderno, de los castillos al Estado moderno.

Laura: Entre otras cosas, por haber creado en la cueva de Manresa sus ejercicios espirituales. Un método de introspección para desligarse de las adherencias materiales y elevar el alma. A pesar de ser tan combativo con la religión, 3 siglos y medio después Lenin confirió mucha importancia a la mentalidad organizativa de Ignacio. No sólo consultó los documentos de creación de la Compañía, sino que afirmó que, si hubiera contado con unos cuantos efectivos como los que tuvo Loyola, el comunismo habría barrido el mundo. En cambio, Ignacio siempre habló de que la Compañía debía estar unida por el diálogo, el carisma, la amistad y la lealtad. Veía la Compañia como un grupo formado por amigos, algo que no sucedía en el comunismo entre, por ejemplo, Stalin y Trotsky.

¿En qué consisten estos ejercicios espirituales?

Laura: Los ejercicios pretenden que el hombre se evada del ruido exterior y evite la contaminación espiritual con la que está propenso a cargarse a lo largo del día. Este entrenaimiento hace que el ser humano pueda descubrir a Dios en todas las cosas. Ignacio se adelantó a la actualidad de las filosofías orientales que, por otra parte, él no conoció pero sí sus primeros colaboradores, como san Francisco Javier, en la India y Japón, o más adelante, Matteo Ricci, en China.

¿Hasta dónde se extendieron los jesuitas?

Laura: En el siglo XVI lograron llegar hasta Transilvania, algo que -a día de hoy- parece casi una leyenda. También estuvieron, desde esa centuria fundacional, presentes desde el Nuevo Mundo a los confines del Oriente.

Maria: Aunque se volcaron con los desfavorecidos, tanto en las tierras de misión como en época reciente en poblados chabolistas, los jesuitas han sido también los educadores de las élites. Descartes, por ejemplo, se formó con los jesuitas, lo mismo que Voltaire, Quevedo y Calderón. A la par que los miembros de la Compañía se hallaban a la vanguardia de la educación, también se encargaban de alfabetizar a pueblos “perdidos”.

¿Diría que se dedicaron a dar a conocer la palabra de Dios a base de espadas en el Nuevo Mundo?

Laura: No, los jesuitas nunca evangelizaron a la fuerza a la población indígena. Querían proteger la dignidad que otros les habían arrebatado. Además, como se percibe en los años 60 del siglo XVIII, en las reducciones guaraníes, los religiosos permanecieron hasta el final al lado de los nativos, a sabiendas de que, si se iban de allí, los esclavistas se convertirían en los dueños de los indígenas.

María: Los jesuitas curaban almas y cuerpos en América. Estaban desarrollando una labor humanitaria desde la esfera metafísica. Defendían la libertad y, como se aprecia en grabados sobre el trance de la expulsión por Carlos III y el papa Clemente XIV, junto a las cataratas de Iguazú los habitantes los llevaban a hombros, les ayudaban a cruzar el río ..., todo para que escaparan de sus captores.

Si eran tan populares... ¿Por qué fueron expulsados de varios países y disueltos en el siglo XVIII?

María: Hubo varias causas. La primera fue que las ideas ilustradas estaban cobrando fuerza en Europa y, a la par que animaban procesos revolucionarios, como la independencia de las 13 colonias británicas de la costa Este, las monarquías absolutistas intentaban mantenerse vivas con una forzada amalgama de tradición y modernidad conocida como despotismo ilustrado. Los filósofos de las Luces afirmaban que la razón era el prisma mediante el que se conocía la realidad. Pero, en paralelo, cobraba auge el regalismo, doctrina política que propugnaba que el rey tenía potestad para manejar los asuntos eclesiásticos.

Laura: A lo largo de la historia siempre ha existido una lucha entre el poder terrenal y el poder divino. En el siglo XVIII los monarcas regalistas querían tener a la Iglesia de su parte, pero con un estamento eclesiástico “domesticado”. Como los jesuitas, por su cuarto voto, eran súbditos del Papa la tensión estalló. A este factor se sumó la rivalidad entre órdenes religiosas, ya comentada.

¿Por qué decidió Carlos III expulsarles?

Laura: La envidia, la ambición y la traición hicieron que Carlos III expulsara a los jesuitas de España. Éste envió al ministro José Moñino para que, aprovechando la proclamación de Clemente XIV, aprobara la supresión a nivel mundial a la Compañía. Los jesuitas fueron obligados a salir de la Monarquia Hispánica en 1767 y, en 1773, mediante el breve Dominus ac Redemptor, el pontífice citado liquidó la Compañía. Como gratificación, Moñino recibió el título de conde Floridablanca. Hasta entonces en el mundo había unos 23.000 jesuitas dirigiendo 700 colegios. Los sacerdotes jesuitas podían sumarse al clero secular, mientras que los hermanos coadjutores quedaban libres de sus votos. Así fue como el político murciano se ganó el título de Conde: conspirando contra paisanos españoles. Un blasón conseguido así debe tener sabor amargo.

¿Como definiría a Carlos III sabiendo que fue el que favoreció la expulsión de los jesuitas?

María: Carlos III fue un monarca ilustrado que, como se suele decir, quería todo para el pueblo, pero sin contar con el pueblo. Un ejemplo es que, cuando se empeñó en embellecer Madrid con obras y, en el ajetreo cotidiano, los ciudadanos se quejaban de los inconvenientes de tener tantas calles levantadas, dijo que eran como niños, que lloraban cuando los lavaban. Llevó a cabo muchos proyectos por la salubridad pública y trajo aires modernos, pero no podemos negar que fue el monarca con el que los jesuitas vivieron sus horas más tristes.

¿Hubo algún países que se negase a exiliarles?

María: De todos los territorios católicos fueron expulsados, el primer país en tomar la decisión fue Portugal. El ministro Carvalho, marqués de Pombal, fue su principal adversario en tierras lusitanas: encerró en el calabozo a 180 jesuitas en Lisboa y expulsó al resto en 1759. Con esta dura medida pretendía robustecer la autoridad real y dar una clara señal a Roma de que no toleraría intromisiones pontificias en los asuntos del Estado. Después, adoptaría idéntico proceder con la Compañía Francia, en sus últimas décadas como reino.

Laura: Sólo Rusia y Prusia los acogieron. Federico II, como luterano, y Catalina la Grande, en tanto que ortodoxa, no tenían la obligación de seguir las directrices de Roma. Jesuitas de toda Europa aceptaron la oferta de refugio hecha por la zarina, quien esperaba continuar con el apoyo intelectual de la Compañía a la modernización emprendida por Pedro el Grande.

¿El pueblo les apoyó en el exilio?

María: Nosotras hemos analizado a través de los informes inquisitoriales como, a finales de los 60 del siglo XVIII, se produjo un movimiento espontáneo de aplauso a los jesuitas. Esos años empezaron a proliferar las profecías que afirmaban que los jesuitas regresarían tarde o temprano. De Murcia hasta México se podía escuchar a través de monjas, comerciantes y niños discapacitados cómo el pueblo estaba preocupado porque los miembros de la Compañía se hallaban en el exilio.

Laura: Los fieles llegaron a enfadarse tanto como para clavar panfletos en las puertas de los conventos de las órdenes, sobre todo en las casas de los dominicos, diciendo que, con el tiempo, los Jesuitas regresarían y se aplicaría la justicia celeste para quienes les hubieran causado dolor. Y volvieron....

¿Cómo fue su vida en el exilio?

María: Uno de los efectos de la diáspora fue la exaltación de las virtudes de América. Desde la clandestinidad de Italia, los jesuitas se acordaban de su patria.

En este orden de cosas, el período de preindependencia conoció la emergencia de una literatura hiperbólica, en la que los jesuitas ensalzaban a las gentes y las riquezas de sus regiones. “Quisiéramos morir bajo aquel cielo que influyó tanto a nuestro ser humano” suplicaba a Carlos III el padre mexicano Juan Luis Maneiro.

Laura: Los jesuitas mantuvieron su carisma y se dedicaron a lo que habían hecho toda su vida: a orar y a estudiar, pues su ánimo se interesaba por todas las facetas del saber. Seguían trabajando como si estuviesen en sus bibliotecas habituales. Uno de ellos, el conquense Lorenzo Hervás y Panduro, se trasladó a Córcega y a Forli, donde vivió con compañeros de la provincia de Toledo, entregado a la investigación científica y a la lingüística. Pasó luego a Cesena, donde el marqués de Chini le ofreció hospitalidad como preceptor de sus hijos y, posteriormente, se desplazó a Roma para consultar los fondos de la biblioteca Vaticana. Así se convirtió en una mente enciclopédica, capaz de escribir de geología y de los astros, de lenguas vivas y muertas.

El azaroso destierro tocaría a su fin durante el reinado de Fernando VII cuando, acabada la Guerra de la Independencia, el 29 de mayo de 1815 la Compañía fue restaurada en España, aunque se sucederían 4 expulsiones más en época contemporánea, desde el Trienio Liberal a la Segunda República.

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