Así contó Franco su lucha a muerte con la Legión en Alhucemas, el Día D español

El diario personal del entonces coronel desvela cómo fueron los primeros instantes en la playa de la Cebadilla y lo difícil que fue tomar las colinas adyacentes

Vídeo: El Desembarco de Alhucemas
Manuel P. Villatoro

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Decir que Alhucemas fue el Desembarco de Normandía español no es del todo correcto, aunque sí una equiparación práctica y evocadora. Por estricto orden de llegada y por la efectividad con la que se planteó, la comparación debería ser a la inversa. Valga como ejemplo que el mismo general Dwight D. Eisenhower , jefe supremo del mando Aliado el 6 de junio de 1944 , confesó haber estudiado las operaciones llevadas a cabo por rojigualdos y franceses cuando orquestó la destrucción del Muro Atlántico levantado por Adolf Hitler . Lo que sí le falta a nuestro particular Día D para dar el salto a la fama es un largometraje a la altura del mítico «Salvar al soldado Ryan» de Steven Spielberg . Uno, que no pierde la esperanza de disfrutar las gestas hispanas en la gran pantalla...

Franco, en 1923

Hasta entonces, solo nos queda recordar (sin desmerecer a la mítica y querida Operación Overlord de la Segunda Guerra Mundial ) que a nosotros la prensa internacional también nos dedicó muchas líneas por los arrestos que le pusimos aquel 8 de septiembre de 1925. El diario ABC así lo explicó en sus páginas el jueves 10 de septiembre de ese mismo año: «La prensa británica dedica extensos comentarios al desembarco de los soldados españoles en la bahía de Alhucemas , elogiando las condiciones en que se ha efectuado dicha operación, lo que constituye un feliz augurio sobre el resultado de la campaña que se inicia».

Y es que, aunque los números de soldados implicados y de bajas no son equiparables, lo que no se puede negar es que nuestros legionarios hicieron lo mismo que los estadounidenses de la 1ª División (la «Big Red One» ) en Omaha : saltar de las lanchas con el agua hasta el cuello y dirigirse, mientras esquivaban cartuchos de ametralladora, hacia el ejército de Abd el-Krim . Así lo demuestra el testimonio del entonces coronel Francisco Franco . En su diario sobre las operaciones de Alhucemas, el oficial del Tercio de Extranjeros dejó claro lo difícil que fue para la columna del general Leopoldo Saro Marín (en la que se hallaba) pisar la tierra rifeña de Ixdain.

Idea y ataques

Pero vayamos por partes. ¿Qué diantres era la bahía de Alhucemas y por qué España se decidió a organizar el que, a la postre, sería el primer desembarco de infantería apoyado por carros de combate y aviación ? Responder estas preguntas nos obliga a viajar hasta 1925, año en que las revueltas rifeñas habían desangrado a nuestro ejército y, a golpe de sublevación, el líder cabileño Abd el-Krim había logrado golpear con severidad la honra hispana con la toma del campamento de Annual . Rápido de escribir y de decir, pero más que arduo de digerir... Hasta la cocorota de sentir la gumía marroquí en la garganta, el dictador Miguel Primo de Rivera tomó entonces la determinación de acabar con el problema para siempre.

Tras llevar a cabo un estudio exhaustivo de la situación, decidió atacar el corazón de la revuelta a través del mar con un desembarco masivo de tropas franco-españolas. Y este no era otro que la cabila de Beni Urriaguel , a la que pertenecía el mismo Abd el-Krim y que, en la práctica, era el centro neurálgico desde el que se organizaba la resistencia contra el ejército español. Hasta entonces todas las operaciones terrestres habían tenido como objetivo su conquista, pero se habían ido al traste una tras otra. Si no podía sentar sus reales arribando desde Ceuta y Melilla , entendió que lo idóneo sería meter por las bravas (y a pocos kilómetros del cuartel general enemigo) dos brigadas reforzadas. Aquello de Mahoma y la montaña, vaya.

El objetivo principal sería la toma de la bahía de Alhucemas (ubicada en el norte de Marruecos a un centenar de kilómetros de Melilla); una operación que ya se había planteado con anterioridad. «La idea de un desembarco en las costas de Alhucemas no se manifestó concretamente en un momento determinado , sino que se fue elaborando por lenta gestación […] a partir del momento en que nuestra acción militar, desde la campaña de 1909, nos fue revelando […] que el guerrero más fuerte […] era el rifeño de Beni Urriaguel y que esta cabila era la que dirigía y encuadraba la rebelión y la que daba contingentes de mayor valor combativo», señala, en este caso, el general Manuel Goded –quien participó en el desembarco- en su libro «Marruecos. Las etapas de la pacificación».

Primo de Rivera y Franco (entre otros) durante el desembarco ABC

Tras la Conferencia de Madrid (en la que los gobiernos español y francés acordaron ir de la mano hasta Beni Urriaguel), el ejército preparó la ofensiva. El peso del desembarco recayó sobre 13.000 soldados divididos en dos brigadas: una (la de Ceuta) al mando de Saro y otra (la de Melilla) a las órdenes de Emilio Fernández Pérez. En la primera estaba encuadrado el coronel Francisco Franco , además de dos banderas de la Legión , un grupo de Regulares y varias Mehalas (soldados marroquíes a las órdenes de la Península). Junto a ellos lucharon, además (y por primera vez en la historia militar), varios carros de combate.

Su objetivo era desembarcar en las primeras oleadas, tomar la playa de la Cebadilla y ayudar a conquistar los dos promontorios adyacentes. Así describió el diario ABC, en los días posteriores a la operación, el terreno: «La playa de la Cebadilla se encuentra al Oeste de la bahía de Alhucemas y fuera de ella, por lo tanto; su distancia hasta Morro Nuevo es de dos a tres kilómetros, según el punto elegido para el desembarco, y de tres a cuatro hasta Morro Viejo . Ambos morros dominan la parte occidental de la bahía de Alhucemas y con gran eficiencia el Peñón […]. La Aviación informó favorablemente al Mando respecto del punto hábilmente elegido por el general Primo de Rivera para la operación realizada […], por hallarse menos defendido por el enemigo que otros puntos accesibles a la costa».

Desde los ojos de Franco

El Día D, antes del desembarco, Franco se hallaba en el «Jaime I» . Las primeras horas de la jornada las pasó viendo como los barcos, «alejados por completo y desorganizados», intentaban ordenarse de forma correcta. «La corriente nos ha arrastrado hacia occidente y, como la flota es tan numerosa, se invierte más tiempo del calculado en reunirla de nuevo». En sus palabras, fue a las diez de la mañana cuando todo el convoy estaba en posición. «Aparecen por fin en el horizonte las embarcaciones más alejadas y se preparan las líneas de barcazas que han de abordar la playa; los remolcadores y los Uad las llevan a sus costados», dejó escrito.

Recreación pictórica del desembarco ABC

Los soldados pasaron entonces de los buques nodriza a las lanchas. «Marchan en primera línea los que conducen las harcas , las mehal-las y la Legión ; los carros de asalto sobre la cubierta y, protegido bajo ella, el personal. La segunda y tercera línea, más retrasadas, llevan el resto de la columna Saro». Cuando todo el personal estuvo cargado, las embarcaciones se dirigieron «muy ligeramente distanciadas», por lo reducido de la playa, hacia la arena. «Las negras barcazas levantadas de proa, con su extraño aspecto de naves primitivas, rompen el mar con grandes espumas. Sus motores, unidos a los de los remolcadores, producen un ruido infernal».

Como les sucedió, dos décadas después, a los soldados Aliados que desembarcaron en Normandía , ese trayecto lo hicieron mientras recibían plomo desde los riscos. «Los cañones suenan sobre nuestras cabezas y la costa se cubre entonces con la negrura de las explosiones de la artillería de los buques. El enemigo hace fuego de cañones y ametralladoras sobre las barcazas intentando contener el avance». El trayecto se les hizo infinito. Cuando se hallaban a unos mil metros de la costa los remolcadores soltaron su carga y las lanchas, «impelidas por sus propios motores», se encargaron de dirigir hacia tierra «sus enardecidos racimos de soldados». «¡La suerte queda echada!» , dejó escrito el coronel en una clara referencia a Julio César .

«La corneta suena, y al toque del asalto del clarín de guerra, sigue la decidida salida de harqueños y legionarios»

En los últimos metros, a la artillería enemiga se le unió el fuego de fusilería rifeño. «Ya cae sobre nosotros...». Como el resto de sus compañeros, la barcaza de Franco no pudo llegar hasta la misma arena, Cuando se bajó el portón tuvo que arrojarse al agua y dirigirse hacia tierra firme. «De pronto, una sacudida formidable detiene nuestra marcha; hemos tocado tierra; caen las planchas de desembarco, pero aún quedan ante nosotros cincuenta metros de agua». Como sucedió en 1944, esta dificultad impidió que los carros de combate, que debían ser la vanguardia blindada y atraer sobre sí el fuego, llegaran tarde y no pudiesen cumplir su primera tarea. «Al fin, la corneta suena, y al toque del asalto del clarín de guerra, sigue la arrogante y decidida salida de harqueños y legionarios que, con el agua al cuello y en alto los fusiles, atraviesan rápidamente la distancia hasta la playa».

Flanco izquierdo arrollador

A eso de las doce del mediodía comenzó la operación, aunque es difícil saber a qué hora exacta arribaron los primeros hombres a la playa. En todo caso, en el mismo instante en el que pisaron la arena cada uno se dedicó a la noble tarea que le había sido asignada. Unos, a avanzar contra el enemigo. «Ya se trepa por sus arenosos acantilados y en su amarillento reflejo destacan como un sangriento rasgo los gayos colores de las banderas españolas que llevan los de sus harcas». Otros, a posicionarse en la costa, como bien explicaba Franco: «Es alcanzada la primera firmeza de la arena y en ella se afianzan las ametralladoras y especialistas».

Según el coronel, las tropas del flanco izquierdo fueron las más impetuosas. Y todo ello, a pesar de que el caos inicial obligó a modificar parte del despliegue. «Vemos a la izquierda a los legionarios avanzar sobre las estribaciones de El Fraile [morro]. Una compañía metida en el agua marcha por las peñas costeras a rodear la barrancada donde se encuentra el enemigo». Minutos después los soldados españoles rebasaron los primeros escollos y, legionarios y harqueños , de la mano, iniciaron su particular ascenso hacia las construcciones desde las que hacían fuego los rifeños.

Imagen del 8 de septiembre tras el desembarco de las tropas españolas en Alhucemas ABC

«¡Nos hemos apoderado de la primera obra defensiva del enemigo!; un cañón de montaña y dos ametralladoras caen en nuestro poder», escribió un eufórico Francisco Franco.

Las dos primeras líneas defensivas del flanco izquierdo no tardaron en caer. «Se dejan atrás los campos de minas establecidos por el enemigo y se coronan brillantemente la primera y la segunda fases previstas», destacaba. Y todo ello, mientras continuaba el goteo incesante de soldados españoles. «La mehal-la ocupa su puesto en el combate. La 7ª Bandera avanza firme a ocupar el suyo y, aprovechando los momentos de indecisión enemiga, se lanza a la ocupación de las baterías de Morro Nuevo y El Fraile ; como hileras de hormigas se les ve a los legionarios escalar por las vaguadas la abrupta cresta y y pronto la gloriosa bandera de Valenzuela corona la parte alta de los fuertes». Estas dos posiciones fueron tomadas a las tres de la tarde por un « empuje arrollador ».

Flanco derecho difícil

No sucedió lo mismo en el flanco derecho. En él, aunque los Regulares se batieron como leones «fortificándose en el territorio conquistado», el enemigo estaba bien posicionado y resultó extremadamente difícil expulsarle. Al final, tuvieron que ser reforzados para poder asentarse sobre el terreno. «A ellos y a las harcas unénse para la fortificación los ingenieros que, no obstante el fuego enemigo, actúan rápidamente».

Estos se encargaron de cavar trincheras y pozos de tirador en los que pudieran cubrirse las ametralladoras españolas. Su labor, sin apenas protección, fue clave para que el número de bajas no se engrosase. «El enemigo cañonea con tenacidad y precisión. Sus rompedoras estallan entre nuestros soldados que, sin embargo, continúan su trabajo con disciplina y serenidad», destacaba Franco.

Al caer la noche, y siempre según el testimonio del coronel, habían caído las defensas tras un duro combate que, como se supo a la postre, costó unas 300 bajas (entre muertos y heridos). «La bahía de Alhucemas, centro de la revuelta marroquí y eterno fantasma de nuestras más duras campañas africanas, se ha esfumado hoy ante el regio empuje de las columnas españolas».

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