Beatriz de la Cueva, la Sin Ventura que gobernó Guatemala un día

El Volcán Agua reventó tras unas tormentas torrenciales, sepultando a la viuda del conquistador Pedro de Alvarado en su capilla poco después de que se convirtiera en una de las primeras mujeres en ocupar un alto cargo en la América española

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Firmó como «La Sin Ventura Doña Beatriz» aquel 9 de septiembre de 1541, ignorando la terrible suerte que le aguardaba apenas horas después de ser nombrada gobernadora de Guatemala. Beatriz de la Cueva, segunda esposa del conquistador Pedro de Alvarado, murió la noche siguiente, al derrumbarse la capilla en la que se había refugiado junto a sus doncellas cuando una riada de agua, lodo y piedras destruyó la antigua ciudad de Santiago de los Caballeros. Pocos mandatos han sido más efímeros que el de aquella española, natural de Úbeda (Jaén), que pasó a la historia de Guatemala con el nombre que ella misma quiso darse: la Sin Ventura.

Hacía solo dos años que Beatriz de la Cueva había desembarcado en el Nuevo Mundo del brazo de Pedro de Alvarado junto a veinte doncellas casaderas de nobles familias y una auténtica corte que sorprendió a los rudos españoles de aquellas tierras.

Su formidable equipaje con brocados, telas de oro y plata y todo tipo de sedas estaba valorado en 30.000 ducados

Beatriz era descendiente de Beltrán de la Cueva, el famoso mayordomo de Enrique IV de Castilla y “supuesto” padre de Juana la Beltraneja. Sobrina del influyente duque de Alburquerque y pariente de Francisco de los Cobos, secretario de Estado de Carlos I, era hermana de la primera esposa de Alvarado, doña Francisca de la Cueva, fallecida al poco de llegar a tierras americanas.

Para casarse con su cuñada y mantener los valiosos contactos en la corte, el gobernador de Guatemala tuvo que obtener una dispensa papal que llegó en 1538. Alvarado tenía 53 años, quince más que Beatriz, y al menos una hija, doña Leonor, fruto de sus amoríos con doña Luisa Xicotencalt, la hija de un cacique de los tlaxcaltecas que falleció poco antes de que el conquistador viajara a España para la boda.

El matrimonio llegó a Santiago de los Caballeros en 1539, donde fue recibido con grandes festejos. La llegada de Beatriz supuso un cambio radical la educación de los niños, los modales y la moda. «Sin resignarse a desempeñar un papel secundario en la vida social de la colonia, también se propuso ejercer como consorte del gobernador, mostrando a todo el mundo la influencia que ejercía sobre su esposo», recoge el escritor José Luis Hernández Garvi en « A donde quiera que te lleve la suerte» (Edaf, 2014).

Hernández Garvi relata cómo al poco de llegar y empujado por las historias que se contaban sobre las « siete ciudades de Cíbola», Alvarado preparó una expedición hacia las tierras entre Nueva España y el suroeste de los Estados Unidos donde se creía que se encontraban estas míticas ciudades construidas con oro y piedras preciosas. La versión más extendida, sin embargo, es que su destino eran las Islas de las Especias, las actuales Molucas, en Indonesia.

El caso es que a su paso por México el virrey se interesó en su expedición, pero antes pidió al responsable de la matanza del Templo Mayor que le ayudara a sofocar una sublevación indígena en Jalisco. Allí moriría Pedro de Alvarado el 4 de julio de 1541. Unos cuentan que fue arrastrado en la caída del caballo de su ayudante Baltazar Montoya, otros que fue herido por los indígenas en el combate. Sea como fuere, la noticia de su muerte sumió a Beatriz de la Cueva en una inconsolable pena.

«En su delirio, ordenó pintar de negro los muros interiores y exteriores de la casa, simbolizando su luto de manera exageradamente lúgubre mientras repetía a todos aquellos que acudían a visitarla para darle el pésame que "...Dios no tenía más mal que hacerle"» que haberle quitado al Adelantado, su señor, escribe Hernández Garvi antes de apuntar que «ese comportamiento desesperado fue comentado por algunos autores de la época generando cierta polémica». Francisco de Gómara criticó por excesivamente afectada esta desesperación de la dio cuenta fray Toribio de Motolinía, aunque el cronista Bernal Díaz afirma que doña Beatriz no fue tan exagerada y se limitó a expresar sus escasas ganas de vivir ante quienes intentaban consolarla inútilmente.

«Los comentarios referentes a las mujeres de los cronistas de la época o son muy generales y pasan por encima de su historia, o se refieren a su participación de forma despectiva», explica a ABC el escritor, el primero en dedicar un libro a las mujeres que se aventuraron en el Nuevo Mundo.

La sucesión de Tonatiuh (el sol), como llamaban a Alvarado los ckakchiqueles por su melena y su barba rubia, también levantó revuelo. Antes de partir, el gobernador de Guatemala había delegado sus funciones en Francisco de la Cueva, su cuñado. Muerto Alvarado, el virrey de Nueva España confirmó al hermano de Beatriz en su puesto, pero el cabildo de la ciudad de Guatemala consideró esta designación una injerencia en sus asuntos. «El gobierno de la provincia era independiente del de México y sus colonos temían que la región pudiera quedar sometida a la autoridad del virrey, perdiendo parte de sus competencias políticas», explica el autor de «A donde quiera que te lleve la suerte».

El 9 de septiembre se reunió el pleno del cabildo y Beatriz de la Cueva fue elegida como gobernadora de Guatemala por todos los votos menos uno «por convenir así al servicio de Dios Nuestro Señor y de S. M. y pacificación de los españoles y naturales de esta gobernación».

Para el cronista Antonio de Remesal, la ambición de doña Beatriz era mayor que su dolor y fue ella quien se hizo nombrar gobernadora, un «desvarío y presunción de mujer y cosa nueva entre los españoles de Indias», a juicio del sacerdote y cronista Francisco de Gómara. Pero lo cierto es que Beatriz de la Cueva fue votada por mayoría y se convirtió en la primera gobernadora de Guatemala.

La dama aceptó el cargo «con intención y celo de servir a S. M. en ello, en lugar del Adelantado don Pedro de Alvarado, su marido, que esté en gloria» y prestó el juramento acostumbrado, arrodillada sobre un cojín de terciopelo, sobre la cruz de la gobernación, que tenía en sus manos don Francisco de la Cueva, según anotaron José de Rújula y Ochotorena y Antonio del Solar y Taboada en «Los Alvarado en el Nuevo Mundo».

Una solución de compromiso

En dos renglones firmó al pie del documento «La Sin Ventura/ Doña Beatriz». Remesal, que vio el Libro del Cabildo, cuenta que el nombre de la gobernadora estaba «atravesado por una raya que ella debió de echar en acabando de escribir para que no se leyera más que La Sin Ventura, como quien no quería ser conocida por otro nombre y apellido después de la muerte del Adelantado, su Señor», aunque otros niegan que la tachadura fuera deliberada. Junto a la firma, había un borrón de tinta que algunos achacan a una lágrima, algo de lo que también duda Hernández Garvi. “Esos relatos están un poco dramatizados. Los documentos de la época están llenos de borrones de tinta”, apunta.

Él está convencido de que su nombramiento fue «una solución de compromiso» que adoptó el cabildo para satisfacer a unos y otros sin ofender a nadie y que Doña Beatriz fue nombrada gobernadora por un día para inmediatamente renunciar a favor de su hermano Francisco, poniendo fin así al problema de competencias entre el virrey y las autoridades guatemaltecas.

«Cede el puesto a su hermano porque entiende que la sociedad de la época no le va a permitir ejercer ese mandato y pasa a un segundo plano», sostiene el investigador. Beatriz de la Cueva fue, en su opinión, una víctima de las circunstancias y asumió fugazmente el poder para garantizar la paz.

El espantable terremoto que no fue

Aquellos días había llovido con gran fuerza, según un testigo superviviente cuyo relato fue impreso en México en 1541 con el título «Relación del espantable terremoto que agora ha acontecido nuevamente en la ciudad de Guatemala»: «A dos horas de la noche hubo muy gran tormenta de agua de lo alto del volcán que está encima de Guatemala, y fue tan súbita que no hubo lugar de remediar las muertes y daños que se recrecieron. Fue tanta la tormenta de la tierra que trajo por delante agua, piedras y árboles, que los que lo vimos quedamos admirados; y entró por la casa del adelantado Don Pedro de Alvarado, que haya gloria, y llevó todas las paredes y tejados hasta más lejos que un tiro de ballesta».

Asustada por el ruido atronador de la riada, Doña Beatriz salió de su alcoba y corrió a refugiarse en la capilla junto a sus doncellas y criados mientras veían subir peligrosamente el nivel del agua. Cuentan que se subió al altar, sosteniendo en sus brazos a una niña indígena, pero la pared se derrumbó por la fuerza del agua y el techo cayó sobre ellos. Su cuerpo fue recuperado de entre los escombros en los días siguientes y enterrado en la catedral junto a los restos de Pedro de Alvarado que hizo traer desde México su hija Leonor. Se dice que hubo más de 600 muertos.

El fallecido profesor de la Universidad de los Andes Jaime Laffaille dudaba de que fuera un alud sísmico u otro suceso provocado por un terremoto el causante de la tragedia. Argumentaba que muchos cadáveres como el de Doña Beatriz pudieron ser recuperados y enterrados, algo que «no es muy común en flujos o aludes detonados por sismos ya que las personas quedan atrapadas y enterradas en enormes masas de material heterogéneo (rocas, tierra, árboles, lodo). Además, todas las reimpresiones de aquel testimonio impreso coinciden en narrar que «entró el golpe de agua, que aún no era venida la piedra», lo que le llevaba a pensar que la riada fue causada por las tormentas y el ruido del torrente y la vibración del agua al descender por la ladera del volcán generaron la confusión de que se trataba de un terremoto.

Para Laffaille, los conquistadores españoles erraron al levantar la ciudad de Santiago de los Caballeros en la falda del Volcán Agua, por desconocer su nombre en lengua maya «Monte Tirador de Agua Desde Cuevas Escondidas» o no creer que esta denominación se basaba en un comportamiento histórico del volcán. Pagaron muy cara su ignorancia y desprecio de los antiguos pobladores de Guatemala.

Para Fray Bartolomé de las Casas, «aquellos tres diluvios juntamente, uno de agua y uno de tierra y otro de piedras más gruesas» que destruyó la ciudad fue «justo juicio» a Pedro Alvarado y sus hombres por su crueldad con los indios.

Doña Leonor, la hija de Pedro de Alvarado y doña Luisa Xicotencatl, fue arrastrada por la fuerte corriente, pero logró salvarse. También Francisco de la Cueva sobrevivió y acabó casándose con la rica heredera de su antecesor, perpetuando la estirpe de Pedro de Alvarado.

En Antigua todavía quedan en pie restos del palacio y una lápida recuerda que allí «murió doña Beatriz, junto a once damas de su corte».

Una dama de personalidad arrolladora

«Durante el corto periodo de vida de doña Beatriz de la Cueva en América se convirtió en un personaje controvertido que generó opiniones enfrentadas», constata Hernández Garvi,

«Considerada por unos una mujer manipuladora, amargada, poco atractiva físicamente y dominada por ataques de histeria que era incapaz de controlar, otros la veían como ejemplo de virtudes, esposa fiel y preocupada por su marido».

Lo más probable, a juicio del divulgador histórico, es que «con su presencia y con sus modales refinados, doña Beatriz pusiera en evidencia las carencias de la sociedad colonial en la que intentó integrarse, provocando las envidias de aquellos que se daban por aludidos». Para Hernández Garvi fue una «gran dama española que dio muestras de tener una personalidad arrolladora, fuerte, la que se precisaba en aquellos parajes y aquellos momentos.

«A lo mejor su firma de La Sin Ventura no fue causada por un gran dolor, sino que quiso reflejar los sinsabores que le había reportado la vida», especula. Lo cierto es que la gobernadora de Guatemala por un día «no dejó indiferente a nadie».

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