La extraña travesía del barco fantasma español que fue arrasado por el fuego en la Guerra de Cuba

Tras la derrota en la batalla naval de Santiago de Cuba, en 1898, el buque insignia del almirante Cervera, el Infanta María Teresa, fue reflotado y reparado por los estadounidenses para llevárselo como trofeo de guerra con el que alardear, pero a mitad de viaje, un fuerte temporal hizo que se perdiera en alta mar y vagara solo y sin rumbo durante días

El Infanta María Teresa incendiado, tras la batalla de Santiago de Cuba ABC

Israel Viana

«Ayer me dieron por muerto, ahogado, y casi lo estuve tres veces, pero cuando ya había perdido toda esperanza de salvación, la providencia me socorrió poniendo a mi alcance los restos de un bote destrozado». Esta carta de Alejandro Lallemand , médico de la Armada en la batalla naval de Santiago de Cuba , llegó a España con dos meses de retraso. Está fechada el 4 de julio de 1898, un día después de la apabullante derrota sufrida por la flota del almirante Cervera , que marca el inicio de la historia que vamos a contarles a continuación, sobre el buque insignia de la Armada española, el Infanta María Teresa , que acabó convertido en un barco fantasma. ¿Cómo sucedió?

Comencemos por el principio. De los ocho años, dos meses y 21 días que este galeno gaditano se pasó navegando por los mares de China y las Antillas, hasta llegar a Santiago de Cuba, este fue el momento más trágico que vivió en el Infanta María Teresa en el que viajaba junto al célebre Cervera. Así lo reflejó en la correspondencia que mantuvo con su esposa tras esta batalla que puso fin a la Guerra de Cuba . «Queridísima Vicenta de mi alma, un milagro de la Virgen Santa me salvó ayer de la horrenda catástrofe de la escuadra. Y gracias a Dios que veló por mí, puedo ahora escribirte y podré abrazarte pronto a ti y a nuestros hijos», añadía Lallemand en la misma carta, a la que tuvo acceso ABC en exclusiva, en julio de 2018, a través de la donación que le hicieron los descendientes a Antonio Pérez Henares .

A juzgar por las declaraciones hechas a este periódico hace cinco meses por Juan Luis Martín , bisnieto del primer maquinista de este barco, Emilio Pablo Cortés , que desapareció precisamente en esta última batalla, el destino del Infanta María Teresa parecía escrito. «No siendo militar, mi bisabuelo vería aquello como una aventura un poco incierta, convencido de que pronto volvería a casa. Sin embargo, cuando llegó la orden de salir del puerto, estoy seguro de que mi bisabuelo supo que iba a morir».

La orden suicida, el fin del María Teresa

Aunque la orden recibida por Cervera para que saliera de aquel puerto rodeado de la flota estadounidense era suicida, obedeció. «Partimos (a las 9.30 horas) con una precisión tan grande que sorprendió a nuestros enemigos, quienes nos han hecho muchos y entusiastas cumplimientos sobre el particular», explicó después Cervera al capitán general de Cuba, Ramón Blanco , en los documentos que han llegado hasta nosotros. Según detalla, el Infanta María Teresa abrió fuego sobre un acorazado norteamericano cinco minutos después con la intención de dirigirse, «a toda fuerza de máquina», contra el Brooklyn, el navío más rápido del enemigo.

El buque insignia, sin embargo, «recibió un proyectil que le rompió un tubo de vapor auxiliar que nos hizo perder velocidad y, al mismo tiempo, otro que rompió un tubo de la red de contraincendios. El buque se defendía valientemente del nutrido y certero fuego enemigo, pero no tardó mucho en caer herido el valiente capitán Concas». «Realizada la salida –continúa–, el combate se generalizó con la desventaja no solo del número, sino del estado de nuestra artillería y municiones de 14 centímetros que usted conoce por el telegrama que le puse».

Cuenta también Lallemand a su mujer que las dos primeras bombas produjeron más de 40 heridos que se amontonaron en la enfermería del Infanta María Teresa, la mayoría de ellos con graves amputaciones. Durante el salvamento murió también el segundo médico del navío, Julio Díaz Navarro , y él mismo sufrió una fuerte contusión en el abdomen que le produjo una hemorragia interna y fiebre. Aún así, no abandonó su puesto hasta poner a salvo a todos los heridos en cubierta, cuando el buque ya era pasto de las llamas. Después se arrojó al mar y la hélice del barco estuvo a punto de succionarlo, como le ocurrió a cuatro de sus compañeros. Él escapó milagrosamente, como señala en la misiva, «hasta que me vio un barco americano y mandó un bote a recogerme. Entonces quedé prisionero».

El Infanta María Teresa, a principios de 1898 ABC

«No creo que se salvara nada»

La escuadra española aguantó cuatro horas antes de ser aniquilada, con el resultado de 332 muertos y 197 heridos . En el bando estadounidense, solo una víctima mortal. «En el Infanta María Teresa se sucedían explosiones que aterraban las almas más templadas. No creo que se salvara nada. Nosotros lo hemos perdido todo, llegando la mayoría desnudos a la playa», concluía Cervera sobre aquella paliza contra la flota española de los marinos norteamericanos, que quisieron llevarse un trofeo como prueba para alardear en su patria. Mostrar a su pueblo y al mundo entero una evidencia de su gran hazaña.

Lo primero que pensaron fue en reflotar uno de los barcos españoles hundidos para remolcarlo, repararlo e incluirlo en su armada. La bravuconada, sin embargo, se acabó convirtiendo en un estrepitoso fracaso. En primer lugar, porque pensaron en el crucero acorazado Cristóbal Colón, el mejor navío de guerra de nuestra flota, y no lograron sacarlo, a pesar de haber quedado prácticamente indemne. Estaba embarrancado en la playa de La Mula, junto a la desembocadura del río Turquino, pero cuando el crucero New York consiguió ponerlo a flote empujándolo con su espolón de proa la misma tarde del 3 de julio, al día siguiente zozobró cayendo del costado de estribor y dejando sus hélices fuera del agua.

Los estadounidenses no se percataron de que el capitán español del Colón, Emilio Díaz Moreau , había ordenado abrir las válvulas de sentina antes de abandonarlo, por lo que el acorazado se inundó de nuevo y fue irrecuperable. «Si el almirante Sampson, con más espíritu marinero, hubiera mandado que los buzos cerraran las válvulas, habría salvado el crucero con toda seguridad; pero con febril impaciencia le dio remolque con el propio New York, de su insignia, y apenas el buque fue recibiendo agua comenzó a inclinarse», contaba el comandante del Infanta María Teresa, Víctor Concas, en el libro ‘La escuadra del Almirante Cervera’ (1898).

El temporal

La segunda opción de los americanos fue el buque insignia de Cervera, que había embarrancado en la playa de Nima-Nima sin sufrir tantos desperfectos como sus gemelos Oquendo y Vizcaya: «El María Teresa no había chocado más que con una roca por la amura de estribor, por lo que, al ir con poca velocidad, no recibió todo el daño que el almirante se proponía», narró también Concas. Así, el 25 de septiembre fue puesto a flote tras un mes de intensos trabajos a cargo de la compañía estadounidense Merrit-Chapman, Derrick and Wrecking Company, con un coste aproximado de 100.000 dólares y remolcado hasta Guantánamo.

En Cuba retiraron los restos de material degradado y los escombros provocados por los incendios y las explosiones sufridas en la batalla naval del 3 de julio. Se retiró también parte de su artillería y toda la munición y se repararon todas las vías de agua. A partir de ese momento, al María Teresa se le bautizó con otro nombre, P-1, y partió hacia la base naval de Norfolk, en Virginia, a finales del mes de octubre. A bordo del trofeo de guerra viajaban 122 marinos, junto a otros tres barcos estadounidenses, siendo el Uss Vulcan el que lo remolcaba.

El periplo fue tranquilo hasta 31 de octubre por la tarde, cuando la expedición se encontraba cerca de las Bahamas y el cielo se llenó de nubes en apenas unos minutos. En la madrugada siguiente, se desató una tormenta tropical atlántica con categoría de huracán, acompañada de vientos huracanados, abundante lluvia y olas gigantescas. Ocurrió todo tan rápido que no tuvieron tiempo de escapar. El capitán del Vulcan ordenó cortar las cuerdas que lo unían al María Teresa en un acto desesperado por salvar su propia nave y no irse a pique, no sin antes rescatar a los tripulantes del crucero español.

Almirante Cervera

A la deriva

Este quedó sin gobierno, sin tripulación y a la deriva durante el temporal, convirtiéndose en un barco fantasma en medio de la noche, las fuertes rachas de viento y la lluvia, cabeceando entre olas gigantes que no consiguieron hundirlo. Los estadounidenses se olvidaron de él por completo. Suficiente tenían con salvarse a sí mismos. Lo que el buque español no había conseguido durante la batalla y al mando de Cervera, lo consiguió por azar y sin tripulación: el Infanta María Teresa quedó libre y, cuando llegó la calma y salió el sol, continuó con rumbo errático y a la deriva, hasta embarrancar al tercer día en un arrecife coralino conocido como Punta Pájaros, en Cat Island, próximo a Nassau.

Allí apareció el buque español portando la bandera estadounidense como estandarte y solo, para vergüenza de sus captores. Y allí permaneció durante una semana, hasta que el 7 de septiembre varios barcos americanos llegaron hasta su posición para intentar capturarlo de nuevo. Dentro del buque se encontraron a un grupo de pescadores de esponjas, nativos y saboteadores de naufragios, que se encontraban expoliándolo a sus anchas. Cuando los echaron, permanecieron varios días allí realizando un exhaustivo informe con el fin de intentar remolcarlo otra vez, pero no pudieron y dieron al crucero definitivamente por perdido.

«Un tribunal estadounidense anuló todos los contratos con la Marina para recuperar el María Teresa, así como para desguazar el resto de la flota española hundida en aguas cercanas a Santiago de Cuba –cuenta Teodoro Rubió en un artículo para la revista ‘Excelencias’–. En cuanto al suceso, los americanos corrieron un tupido velo de silencio y vergüenza, perdiéndose su memoria en la noche de los tiempos hasta que su pecio fue descubierto por casualidad por unos submarinistas a mediados de los años 70 del pasado siglo. Habían hallado al crucero que pasó de ser buque insignia a barco fantasma».

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