Así asesinó el Frente Popular en Paracuellos al anciano héroe que defendió España de Abd el-Krim

El mayor héroe de Monte Arruit fue fusilado a finales de julio de 1936 a pesar de no haber participado en la sublevación

Manuel P. Villatoro

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Hay personas a las que el amor a España les sale caro. A finales de julio de 1936, un anciano de 74 años fue sacado a la fuerza de su casa y encerrado en la cárcel Modelo de Madrid. Y no por apoyar la sublevación de Francisco Franco, algo que jamás hizo, sino por su amistad con la monarquía y por haber lucido uniforme durante toda la vida. A finales de año, como otros tantos, fue trasladado a las afueras de la capital junto a su hijo, teniente de infantería. El destino era Paracuellos ; allí fue fusilado por una Segunda República a la que no le importó que hubiera arriesgado la vida una década antes por salvar Melilla de la barbarie rifeña.

La muerte del general Felipe Navarro Ceballos-Escalera en la noche del 7 de noviembre de 1936 fue tan escalofriante como injusta. No tuvo un entierro militar a pesar de haber sido tratado como un héroe en 1921 por todos los medios de comunicación tras haber pasado meses como prisionero de los rifeños. Ni siquiera fue inhumado en una tumba. Por el contrario, tuvo que conformarse con yacer inerte para siempre en una de las fosas comunes de Paracuellos : la número dos de las siete que se excavaron en aquel campo de muerte, según desvela el doctor en historia José Juan Primo Jurado en «Los generales de África».

Vida de heroicidades

La hoja de servicios de este héroe español no tiene fin. Tal y como recoge Alfonso de Ceballos-Escalera Gila , vizconde de Ayala, en una entrada sobre este personaje para la Real Academia de la Historia , Felipe Navarro vino al mundo en Madrid allá por 1862. A los 15 años accedió a la Academia de Caballería y en tres veranos fue ascendido a alférez. Su primer hecho de armas destacable se dio en la guerra del Margallo (la defensa de Melilla), donde demostró arrestos suficientes como para ser enviado a combatir en Cuba durante los alzamientos locales. A partir de entonces las promociones y los cambios de destino se contaron por decenas.

Lo mismo sucedió con las condecoraciones que recibió. La Cruz de María Cristina de primera clase; la Cruz Roja Pensionada al Mérito Militar de primera clase… Harían falta más que unas líneas para poder dejarlas todas sobre blanco. Curiosamente, fue en el norte de África donde, a pesar de protagonizar una infinidad de actos heroicos a partir de la primera década del siglo XX, recibió menos medallas. En el Rif, no obstante, sí atesoró un gran poder político y militar al pasar por la Comandancia General de Ceuta o su equivalente en Melilla, donde ejerció también como presidente de la junta de árbitros de la urbe (lo que, en la práctica, suponía ser su alcalde).

El general Navarro, tras ser liberado ABC

Hecha la presentación de rigor, toca embarrarse en los momentos más tristes y heroicos del bueno de Navarro. La peor época en África, la década de los veinte, lo empitonó como segundo a las órdenes del controvertido Manuel Fernández Silvestre . El mismo hombre que, harto de ser hostigado por las tribus rifeñas del líder local Abd el-Krim , se lanzó en una loca carrera por conquistar el corazón de las revueltas locales: la kábila de Beni Urragel . Y lo de «loca» no es en vano, ya que avanzó en exceso sin preocuparse de establecer en la retaguardia una serie de líneas defensivas que favorecieran la llegada de refuerzos o el transporte de vituallas y agua.

Desastre de Annual

El 22 de julio de 1921 fue un día clave y amargo para Navarro. Cuando un gigantesco ejército rifeño asaltó el campamento de Annual (la posición más avanzada del ejército español), cruzó de lado a lado sus defensas y Silvestre murió, él asumió el mando de aquella debacle. El vetusto oficial, al que su superior había obviado a la hora de tomar decisiones, se topó con millares de soldados españoles muertos y se vio obligado a dirigir la columna que, en retirada, buscaba de forma desesperada un lugar en el que cubrirse. Señala Primo Jurado que los 3.000 supervivientes de Annual y el resto de posiciones se acantonaron primero en Dar Drius , pero no tardaron en desplazarse para estar más cerca de Melilla.

Una semana después de la matanza arribaron cansados, sin apenas agua, comida ni munición (seis cargadores por hombre), al fuerte de Monte Arruit . A escasos 30 kilómetros de Melilla (los ciudadanos los veían desde los muros) se convirtieron en el último bastión de defensa de la ciudad. Navarro debía ganar tiempo hasta que, desde la Península, fueran movilizadas unidades para reforzar la zona. Si ellos caían, también lo harían miles de mujeres y niños inocentes. En esas precarias condiciones combatieron contra los hombres de Abd el-Krim durante días. Jornadas, por cierto, en las que medios de comunicación como ABC insistieron una y otra vez en el naso que demostraba el general y los intentos de hacerles llegar provisiones.

Monte Arruit

La defensa de Monte Arruit se convirtió en un hito tal para España que el mismo rey, Alfonso XIII, les agradeció su valor. Navarro, como buen militar, respondió a sus amables palabras a través del telégrafo. «Ruego a V. E. haga llegar la profunda gratitud de los soldados de esta columna a S. M. el Rey por el alentador saludo que le envía en momentos angustiosos de peligros y tribulaciones ». No era para menos ya que, según explica Primo Jurado a ABC, la del general fue una defensa heroica: «Los rifeños ya tenían artillería pesada y la aviación española no estaba tan bien desarrollada. De hecho, no pudo apoyar bien a los defensores de Monte Arruit. Muchas de lanzamientos que hacían de bloques de hielo (las famosas aguadas) o munición caían en zona enemiga».

Asfixiado por las tropas enemigas, Navarro aceptó la rendición el 9 de agosto, pero fue traicionado por los rifeños. Y el triste resultado fue una gran matanza. «Los rifeños desbordaron y mataron a los defensores. Lo que sucedió en Monte Arruit fue una infamia. Los españoles se rindieron como prisioneros de guerra y los rifeños, una vez que los hubieron desarmado, asesinaron a más de 3.000 de ellos. Eso es algo que siempre pesará sobre nuestro enemigo», añade el experto. Los cadáveres degollados, pasados a gumía, fueron abandonados al sol para que se pudrieran. Solo se salvaron algunos oficiales, hechos prisioneros para intentar obtener algún rescate a cambio de su vida.

Tristes años finales

Navarro, de casi sesenta años, padeció un duro cautiverio en Axdir, capital de la autoproclamada República del Rif , durante meses. Más de un año en el que las privaciones de comida y agua se convirtieron en su día a día. Las penurias que sufrió fueron narradas, a la postre, por uno de sus compañeros de cautiverio, el capitán Sigfrido Sainz, aunque también por los periódicos de la época. El ABC, por ejemplo, publicó ese año en primicia la carta que había escrito uno de los reos:

«Nuestro campamento es bien pequeño: fórmanlo dos tiendas, que por un menguado pasillo comunican con dos habitaciones, obscuras y mal ventiladas. Nos levantamos casi al amanecer, y cada cual cuida seguidamente de recoger y de doblar su cama. Después entregamos los vales que se envían a Alhucemas para el aprovisionamiento de víveres. Nuestra comida se condimenta casi siempre a base de huevos y patatas. Traía antes los comestibles, las cartas y algunos periódicos un moro al que apodábamos Pistolita, porque se presentaba de continuo ante nosotros empuñando una pistola. Traía los encargos de nuestras familias, pero interviniéndolo todo con acritud. Por fortuna, este consumero ha sido reemplazado por otro moro menos hosco y más servicial».

Navarro (segundo por la izquierda) tras la liberación

«El cantinero, prisionero hoy con nosotros, sirve el desayuno y la comida con toda solicitud. Cada tienda y habitación tiene su nombre: alguno de estos califica la incomodidad del aposento como la Pulguera; otras las llamamos la Harca, el Sanatorio, Constituidos en grupos, cada uno cuida de una parte de la limpieza; y como todo escasea, hay que formar cola para coger agua, para obtener una silla y hasta para leer un trozo de periódico. Los periódicos y las cartas nos han traído el gran consuelo y la inmensa alegría de conocer las victorias de nuestro Ejército. Arrostrando el enojo de los moros guardianes, festejamos con cantos y vítores la ocupación del zoco de Arbaa, de Zeluán…».

Fue liberado el 27 de enero de 1923 , pero ni entonces acabó su pesadilla. A su llegada a España, y por haber sido el segundo al mando de Silvestre, fue sometido a un consejo de guerra que pretendía depurar responsabilidades. La idea era hallar culpables por las muertes en Annual y clavar alguna cabeza en una pica. Sin embargo, salió airoso. «La defensa que realizó el auditor de brigada del cuerpo jurídico militar, Rodríguez de Viguri, fue irrebatible y se retiraron los cargos al día siguiente de la vista», añade el doctor en historia. Absuelto, siguió su escalada en el ejército hasta convertirse en, nada menos, que ayudante de campo de Alfonso XIII. Aunque no se mostró hostil a la Segunda República.

Felipe Navarro contaba 74 inviernos, y se hallaba en la reserva, cuando estalló el golpe de estado en julio de 1936. Él no se mostró partidario, pero su relación con la monarquía y sus éxitos como militar hicieron que fuera detenido por milicianos del Frente Popular. Pasó varios meses en la cárcel Modelo de Madrid, hasta que un incendio le permitió escapar. La libertad no le duró mucho. Para ser más concretos, hasta que un grupo de comunistas lo encontró y lo metió de nuevo entre rejas. Falleció junto a su hijo en las matanzas de Paracuellos en la noche del 7 al 8 de noviembre. «La muerte encontró al general tras haber sobrevivido a diez combates en Cuba, Filipinas y Marruecos, al asedio a Monte Arruit y a un cautiverio de año y medio», finaliza el autor español.

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