Internacional

Albert Speer, la excusa al pueblo alemán

El ministro de armamento de Hitler impuso su versión del «nazi bueno» gracias a que aliviaba las conciencias alemanas

Berlín Actualizado: Guardar
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Cuando Albert Speer escribió una carta a Pedro Muguruza en febrero de 1942, anunciando su visita a Barcelona para inaugurar la gran exposición que él mismo había comisariado sobre la Nueva Arquitectura Alemana, que tendría lugar ese mes de mayo, nadie dudaba que el remitente era un hombre de la máxima confianza de Hitler y convencido como el que más de la ideología nazi. El viaje sería finalmente cancelado porque Speer fue nombrado ese mismo mes ministro de Armamento y Producción Bélica del Tercer Reich, de modo que sus nuevas obligaciones, ya directamente relacionadas con la guerra y con el trabajo forzado de judíos y prisioneros en la fabricación de armas, le impedían seguir personalmente el curso de la exposición, que recibió más de 10.000 visitantes y supuso el punto más álgido de la política cultural alemana en España tras la firma del convenio en 1939.

Pero a pesar de ese indiscutible papel destacado en el régimen nazi y de su indudable cercanía ideológica y personal a Hitler, Speer logró diseñar, tras su puesta en libertad en 1966, la imagen de un tecnócrata apolítico, que no tuvo ningún conocimiento de los crímenes nazis. Una exposición alemana se pregunta ahora cómo fue posible mantener esa ficción ante un país entero y llega a la conclusión de que Alemania creyó lo que quiso creer, una versión del nazi bueno en la que Speer venía a servir de coartada, de justificación con la que identificarse, a millones de ciudadanos alemanes.

Durante décadas, en buna parte gracias a sus memorias, Speer impuso su imagen como hombre modelo durante el nazismo que sencillamente destacaba por hacer bien su trabajo. El Centro de Documentación de Núremberg reúne sin embargo documentos históricos que demuestran que de ninguna manera era un tecnócrata ajeno a la política o a la ideología.

«Tras la II Guerra Mundial, los alemanes sentían una gran necesidad de autoexculparse»
Florian Dierl , director del Centro de Documentación de Núrenberg

También desmonta el mito sobre su ignorancia de los crímenes nazis. «Tras la II Guerra Mundial, los alemanes sintieron una gran necesidad de autoexculparse», explica el director del Centro, Florian Dierl, «y la leyenda de Speer servía perfectamente de excusa a toda una nación», añade el comisario de la muestra, Alexander Schmidt.

En un momento en que la mayoría de los alemanes, por muy diversos motivos, necesitaba huir de la abrumadora culpa y poder creer en su propia inocencia, el discurso de Speer supo tocar la fibra sensible de la autocomplacencia colectiva y sirvió como espejo de justificación a todo un pueblo con frases como «si se hubiera querido saber, se hubiera podido saber», según la coordinadora de la exposición Martina Christmeier. «Todos los alemanes se sintieron perdonados por esa declaración, porque si un ministro no sabía nada, entonces también uno mismo podía no haber sabido nada», explica Christmeier.

El mito del buen nazi

Varias biografías habían desmontado ya la figura de Speer, trazando el perfil de un hombre interesado, que e sirvió primero de la ideología nazi y de su sintonía con Hitler para ascender social y profesionalmente en la Alemania de los años 30 y 40, y que después mintió al mundo para librarse de ser condenado a muerte en los Juicios de Núremberg, como la de Martin Kitchen, a punto de llegar a España de manos de la editorial La Esfera, o la de Magnus Rechtken, que será presentada en el marco de esta misma exposición el próximo 20 de junio en Núremberg. Pero lo específico de esta muestra es el repaso del impacto que tuvo en el subconsciente colectivo alemán la leyenda de Speer.

Dierl recuerda que muchos responsables nazis mantuvieron puestos importantes después de la guerra gracias a que no se escarbó demasiado a la hora de investigar todo lo sucedido. Y la justificación moral para esa política de hacer la vista gorda estuvo directamente relacionada con la labor que Speer llevó a cabo durante años de manera consciente y con éxito en su puesta en escena. Sus libros «Recuerdos» y «Diarios de Spandau», sobre su tiempo en la prisión militar, fueron gran un éxito de ventas y le aseguraron unos considerables ingresos y le facilitaron una asídua presencia en los medios de comunicación alemanes. Los historiadores se esforzaron también por conseguir entrevistas con uno de los testigos más importantes del régimen nazi, que fue condenado en octubre de 1946 a 20 años de cárcel en los juicios de Núremberg, y así su versión logró un gran nivel de difusión.

Las pruebas que acusan a Speer

La exposición, que podrá verse desde el 28 de abril hasta el 26 d enoviembre, ofrece ahora una «mirada sobre las falsificacione»” con ayuda de declaraciones de nueve historiadores, así como documentos originales que corroboran esta tesis. Se muestra, por ejemplo, que Speer tuvo conocimiento de los planes de construcción del campo de concentración de Auschwitz y cómo se procuró una coartada para poder decir que no estuvo en el llamado discurso de Posen, en el que Heinrich Himmler anunció en 1943 ante oficiales de la Wehrmacht el asesinato de los judíos en Europa. Todos sabían que había estado allí, pero nadie le contradijo porque «en el fondo, su discurso servía de alivio para muchas conciencias».

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