Mick Jagger, un demonio con entrenamiento

Ya están en Madrid los Stones

La misteriosa semana española de los Rolling Stones

Mick Jagger GTRES
Ángel Antonio Herrera

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Lunes

Cannes da un escaparate de hermosas, y luego un menú de películas. Ahí vemos que las chicas de las películas existen. Y ahí hemos visto a Sharon Stone , que va envejeciendo a bordo de la elegancia. La elegancia se acuña con los años, mientras la belleza palidece. Sharon Stone fue solo Sharon, cuando aquello de ‘Instinto básico’, y luego vive aupada como la Stone, una finísima famosa de más de sesenta tacos que sostiene y prorroga el modelo del glamur femenino de la escuela de siempre, entre Grace Kelly y Audrey Hepburn, pero con más corsé a la vista, aunque tampoco mucho. Me enteré un poco tarde de que Sharon Stone se puso un día a buscar el amor en internet. Montó un perfil en un aplicación de citas, y varios usuarios la bloquearon, porque sospecharon que esa cuenta era una cuenta falsa. Creyeron que Sharon Stone no era Sharon Stone. Y la echaron finalmente del sitio. Le pasaría a cualquiera. Sharon ha reconocido luego que era Sharon Stone, y yo he llegado tarde a este jaleo, joder, porque me hubiera apuntado, a ver si le gusto. Porque a mí Sharon Stone me embelesa, y me he pasado muchas horas hablando de ella con el inolvidable Luis Eduardo Aute, que era un místico de las rubias. Sharon Stone le gustaba más que a mí, incluso. Fue un morbo, Sharon Stone, y es hoy una elegante. Y no es fácil reinar de elegante después de pasar a la historia del cine por ahorrar en lencería.

Sharon Stone, esta semana en Cannes GTRES

Martes

Shakira tiene una gala en los juzgados, promovida por la Agencia Tributaria.

Miércoles

La herencia de Ricardo Bofill pasa a sus hijos. Ricardo Bofill es Ricardo Bofill Leví, un genio errante, arquitecto de gloria, y los hijos son Ricardo y Pablo. A Ricardo hijo, pareja de Chábeli, y de Paulina Rubio, le acabamos perdiendo la pista, porque al fin se dio a la sabiduría del vivir oculto, que siempre aconsejó el padre. Bofill hijo gastó, como su padre ilustre, cierta distinción del desaliño, pero justo al contrario que el padre distrajo algunos años la carrera. Y tuvo podio de plató en ‘Tómbola’, donde resolvía de incendiario con tono pijo. Fue un cara y una cara, un pasota con novias de espuma. Ni nosotros, ni él, los de entonces, somos los mismos.

Jueves

Con el tiempo que una ‘influencer’ finge un oficio, logras un oficio de verdad. Por cierto, todas me parecen la misma.

Viernes

Ya están en Madrid los Stones. Hay concierto la semana próxima. La muchedumbre que hará cola para ver a Jagger y sus momias aún en forma está esperando, en rigor, para verse a sí misma, porque la espera de acudir al espectáculo de los Stones es la espera eterna de la propia vida, que se ha abierto paso entre sus canciones únicas, y abrasivas. Un día nos moriremos, escuchando a Jagger. Un día se morirá el propio Jagger, escuchándose, quizá, a sí mismo. Pero de momento está ahí la cita, y en Madrid están estos golfos de pedestal, y también nosotros mismos, tan contentos de volver a conocerles. Recuerdo que la noche en que los Stones dieron el primer concierto en España hubo luna llena. Lo apuntan algunas crónicas recónditas. Fue en junio de 1976, en la Monumental de Barcelona, y la luna llena Keith Richards aún la recuerda. Los diablos es que tienen a menudo el vicio de mirar mucho al cielo, y pierden poca memoria de lo hermoso. Los Rollings eran ya los Stones. Había que hacerles sito, y sitio se les hizo. Tenían, entonces, una vitola casi satánica. Tenían el relámpago único de un repertorio que era como un riesgo. Venía a vernos una banda que era «implacable como un asesinato», que creo que dijo Patti Smith. Acudieron generaciones diversas. También va a ocurrir ahora, aunque ahora los Stones ya están con un pie en el voltaje y otro pie en el achaque. Claro que tampoco voy yo a reprocharle nada a Jagger, que parece que hubiera entrenado toda la vida para ser Mick Jagger , con casi ochenta años palos que ya tiene, el tío. Cuando otros, a su edad, practican la gira de geriátrico, él hace atletismo de levita. En aquel primer concierto, los grises patrullaron toda la madrugada alrededor de la Monumental. Jagger ya usaba su peinado despeinado de los pósteres, y la lengua promiscua. Irrumpía en el escenario con levita, y luego se quedaba en mallas de maniquí sexual. Ya había acuñado varios andares Jagger, que son más bien unas maneras diversas de estar delgado. A fuerza de histrionismo, en escena y fuera de escena, Jagger acuñó una naturalidad de la rareza. A Richards le ocurre igual, solo que de otro modo. No concebimos a Jagger imitando a Jagger. Pero imitadores le han salido a miles, y resultan siempre unos feos que no aciertan la chaqueta o bien unos chicos malos del marketing y con peor pelo. Jagger fue, y es, todavía, un demonio con entrenamiento, un belcebú que ejerce el ciclismo de escenario, solo que un ciclismo de sacar mucho la lengua y sin bicicleta. Es ya tan diablo como viejo. Está entre el velocista sexual y la momia con matrícula pagada en el gimnasio. Aunque creo que el gimnasio lo ha dejado, por un rato. Y el sexo, a lo mejor, también.

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