Josemi Rodríguez-Sieiro - Lo que me apetece

La ostentación de los nuevos ricos

No hay nada que les guste más que tener un bar en su casa

Josemi Rodríguez-Sieiro

A los nuevos ricos no hay cosa que más les guste hacer que una desmesurada exhibición de su fortuna , de sus éxitos y de tener relaciones con gente de toda la vida, conocidos en sociedad, y desplegar ante ellos un poderío, que algunas veces roza la indecencia, pero que ellos no son capaces de saber dónde está el límite, porque el buen gusto lo desconocen por completo.

Pero en dos generaciones de aquello no queda ni rastro, porque se han pulido, en el mejor de los casos o porque lo han perdido por diferentes causas, dando lugar a la conocida frase «es que el dinero ha cambiado de manos», que no es más que el resultado de una equivocada gestión, una torpe administración o un golpe de mala suerte.

Cuando se convierten en nuevos ricos , el deseo es tener una casa soberbia, para lo cual se ponen en manos de un interiorista que cumple sus deseos y les ofrece ideas para hacerlos más felices. La piscina primero, aunque no sepan nadar. Luego un gimnasio, porque nunca han practicado ese deporte. Los cuartos de baño, todos con jacuzzi, que no usarán, pero lo enseñarán a sus viejas amistades para que hablen, y a las nuevas para que se rían. Amueblarán sus casas estilo ‘Dinastía’, aquella serie que hizo tanto daño, contratarán a un mayordomo, aunque luego se arreglen con una asistencia, sin darse cuenta que el Chu-Lin de Ángela Channing solo era una fantasía de un indocumentado guionista. La decoración les retrata por sí misma. Ausencia de libros, aunque algunas veces he visto estanterías con lomos de encuadernación simuladas y que con gran satisfacción y mirada pillina, el anfitrión abre apareciendo un enorme bar con paredes de espejo, copas de balón, que usan y de coctel que no suelen saber ni para qué son. No hay nada que le guste más a un nuevo rico que tener un bar en su casa. Esto es influencia de las grandes películas de Hollywood.

En sus casas habrá siempre unas grandes figuras de perros de porcelana, dando acceso a un salón, pero nunca se podrá encontrar una fotografía de padres o abuelos, sencillamente porque, no es que no los quieran o no los hayan querido, sino porque ya no son de este mundo, ni pertenecen a él. Es una generación sufridora, de una época mala que, cuanto menos se recuerde, mejor.

La nueva rica quiere alhajas , más que joyas, estableciendo una diferencia que solo ellas conocen, pero que no saben explicar.

Recuerdo a mi querida Marquesa de San Eduardo que mezclaba aristócratas, ricos y nuevos ricos con admirable maestría, en los cócteles de presentación de sus joyas.

Una señora muy nueva rica me comentó que le gustaba un importante collar de brillantes. Se lo probó y me dijo que no tendría ocasión de lucirlo. Le contesté que si era así, por qué no se lo ponía para desayunar en el jardín de su casa con un buen camisón y un salto de cama de satén de seda natural. No lo dudó ni un minuto, lo compró. Siempre que paso por delante de su casa de La Florida, me enternece al recordar lo feliz que fue con mi recomendación.

A toda esta especie lo que de verdad les gusta es tener en sus casas una bodeguilla para reunirse con sus amiguetes y tratar de epatar a los que aspiran a serlo. Les fascina también fundar una bodega, separarse de la santa que les ha acompañado en las difíciles e iniciales épocas y sustituirla por una menos santa, pero más lista, más joven y con un capital invertido en operaciones y retoques estéticos. Es maravillosa la frase de la madre de una que muy feliz me dijo: «Vanesa se puso tetas y se casó muy bien».

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