Fernando Tejero: «Yo no había aprendido a quererme y así no se puede querer a nadie»

El actor, que da vida a un padre capaz de todo en 'Últimas voluntades’, habla con ABC de la complicada relación con el suyo, del amor, de los amigos y de una infancia muy especial

Fernando Tejero Gtres

Antonio Albert

Fernando Tejero (55 años) ha terminado de rodar en Murcia ‘Últimas voluntades’, una película en la que da vida a Coque, un padre que ha cometido muchos errores y ahora busca redimirse con la búsqueda de su hijo. Con algo de ‘thriller’ y mucho de drama marcado por el destino, el actor siente que este personaje le ha removido: «Me da mucha pena porque me hubiera encantado tener un padre que fuera mi amigo, que le pudiera haber contado lo que me diera la gana. Yo con mi padre tuve una relación nefasta porque para mí era un desconocido, un tipo de otra mentalidad. Si hablaba con él era porque no tenía más remedio. Y el tema de que yo fuera homosexual, aunque yo no lo verbalizara, lo llevaba muy mal». Pero es curioso cómo trabaja el tiempo, como el agua que erosiona todas las aristas: «Ahora, cuando voy a Córdoba me abraza y llora porque siente todo lo que hizo conmigo. Hizo lo que pudo, pero no lo digo por justificarle, porque hay cosas que no se pueden justificar, pero intento entenderle, no creo que mi padre fuera consciente del daño que me hacía . Cuando yo lloraba, me decía ‘solo lloran las niñas y los maricas’, y mira por dónde he salido marica. Pero en esta última etapa ha habido una reconciliación. Si no hubiera vivido a estas alturas, me hubiera costado más perdonar. Ahora veo en él gestos y detalles que me hacen sentir su arrepentimiento. Me pide perdón sin decírmelo». Si la película habla de segundas oportunidades, la vida se la ha dado al actor.

A Fernando le hubiera gustado ser padre, pero cree que ya llega tarde para cumplir ese sueño: «Siempre he tenido un instinto paternal muy desarrollado» , así que todo el amor se lo da a sus pequeñas, tres perritas a las que debe la vida. Literalmente: «Cuando yo estaba con tal depresión que ni salía de la cama, sólo me levantaba para darles de comer, para sacarlas. No me rendí por ellas, porque dependen de mí». Más que amor, por los animales siente devoción: «Ya sé que hay quien dirá que estoy loco, pero quiero a mis perras más que a muchas personas. Ojalá hubiera más gente loca como yo para luchar contra el maltrato animal». Por ellas, y por la necesidad de encontrar la paz, se ha refugiado en el campo: «Yo vivía en Ópera, en pleno centro de Madrid, siempre con ruido, con gente alrededor. Creo que me he vuelto agorafóbico . Ahora salgo y veo el horizonte, los árboles… Me siento libre».

Pero Fernando no está solo, tiene a sus amigos, que son mucho pero, sobre todo, «son auténticos, de esos que no piden nada pero a los que al final les das todo porque te apetece». Si hay alguien especial en ese grupo es Malena Alterio : «Si yo fuera ‘hetero’ algo habría pasado entre nosotros, no me cabe duda», bromea. «La química es tanta, que cuando hacíamos ‘Aquí no hay quien viva’, llamaba Fernando a su pareja. Es como mi hermana. Hablamos mucho, para darnos ánimos, para consolarnos».

Gracias al deporte, se siente más seguro y su transformación física ha venido acompañada de una lección vital: «Yo no había aprendido a quererme, no me quería nada , y así no se puede querer a nadie. Cuando estás mal acabas enamorándote del primero que te hace caso; pero cuando estás bien, cuando te valoras, entiendes que tienes estar con alguien que sume, que aporte, que te merece. Por eso ahora no necesito enamorarme. Tengo a mis amigos pero, sobre todo, me tengo a mí».

Un niño con mucha pluma

Fernando Tejero ABC

Esta es una foto de su álbum privado: es uno de sus primeros cumpleaños. La imagen es muy tierna. «Ese niño es al que siempre recurro cuando me encuentro mal o me siento nostálgico. Pero también me trae recuerdos de una infancia problemática porque fui un niño prestado, fui separado de mis padres para crecer con mis tíos. Recuerdo que el hijo de mi tía era actor aficionado y mi abuelo materno, igual, eso hizo que desde pequeño supiera que me quería dedicar a la interpretación. Iba mucho al teatro, me fascinaba. De hecho, si tengo que elegir entre los escenarios o un plató, lo tengo claro, gana el teatro. Es mi pasión. Todo lo otro, con la fama a la que está asociada la televisión, me llegó de rebote», confiesa Fernando. Cuando echa la vista atrás, tiene una sensación agridulce: «Tuve una infancia bonita, porque me sentía muy querido por mis tíos. Luego, algo mayorcito, todo se fue complicando porque yo tenía mucha pluma, tanta que incluso aprendí a forzar la voz para disimularla para ser ‘más hombre’. Me esforcé por no ser amanerado porque me acosaban, me insultaban». Así, esa infancia feliz dio paso a una adolescencia algo amarga, coincidiendo con la vuelta a casa de sus padres a los 14 años: «Hay un inevitable sentimiento de abandono, como de niño malquerido. Pero yo era alegre, divertido, lo que me ayudó mucho». Con el tiempo, ha descubierto que su trabajo era también una forma de sentirse querido por los demás: «Uno busca el reconocimiento y el afecto de los demás, pero también es una profesión que te permite derrochar sentimientos. Lo malo es cuando te sientes frágil y descubres que lo mismo que te quieren, cualquiera puede decir algo malo de ti, criticarte, hacerte daño. Hay que tener la cabeza bien puesta para enfrentarte a esas cosas».

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