Los derechos de autor de Miguel Gila: un conflicto sin resolver

Carmen, hija del famoso humorista, asegura a ABC que no cobra ninguna cantidad por el trabajo de su padre

Miguel Gila ARCHIVO ABC
Saúl Ortiz

Saúl Ortiz

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El pasado mes de marzo se cumplieron 102 años del nacimiento de Miguel Gila . El madrileño fue considerado uno de los humoristas más importantes de todos los tiempos, un referente del costumbrismo que con sus monólogos lograba caricaturizar muy bien a la sociedad española de la guerra y la posguerra. Premiado y reconocido por sus fingidos diálogos telefónicos con el enemigo, Gila sigue siendo recordado y admirado por sus compañeros de profesión, los mismos que estos días le homenajean en Netflix interpretando algunos de sus célebres soliloquios. Ana Morgade, Dani Rovira o Héctor de Miguel se abrazan al sarcasmo en ‘Todo es Gila’ para rememorar a un hombre que encontró en la risa la forma de escapar de una vida marcada por el infortunio y la melancolía. Gila tuvo un éxito emborrachador, amasó una gran fortuna, pero la muerte se lo encontró solo, arruinado y acusado de haber adulterado pasajes de su biografía con fines comerciales.

Dicen que Miguel nunca supo gestionar el éxito ni la felicidad. Aquellas desternillantes conversaciones que hacían romper en carcajadas a los espectadores, escondían una pátina de represión que no solo marcó sus amoríos, sino también la relación con su hija Carmen, que fue reconocida legalmente seis años después de su muerte. Carmen Gila tiene hoy 61 años y, aunque vive de forma humilde en el barrio de la Concepción de Madrid, está orgullosa de lucir el apellido paterno: «Mi padre no me negó nunca, me escribía cartas, era muy cariñoso conmigo, teníamos una relación excelente, pero tenía miedo de reconocerme. Quizás tenía una mano negra que le impedía actuar con libertad. Un tiempo antes de morir le dijo a mi abogado que me iba a reconocer, pero acabó falleciendo antes de que eso sucediera», dice en conversación con ABC.

Carmen tiene una pensión de 400 euros y vive limpiando escaleras. Lejos de lo que se podía imaginar, no percibe ninguna cantidad por los derechos de autor ni por la inagotable reproducción de la imagen de su padre en el mítico anuncio de Campofrío, programas de televisión o libros biográficos: «Para todos esos trámites se necesita tener dinero y, por desgracia, mi situación es compleja. Unos y otros nos han dicho (se refiere a su hermano Miguel que también nació de una relación extramatrimonial) que no había nada que hacer y nos lo hemos creído», reconoce. Con la voz entrecortada y las lágrimas rodando ruidosamente por sus mejillas, Carmen se muestra débil y abatida. Se niega a creer que su padre actuara con tan mala fe al dictar su octavo y último testamento: «No puedo imaginar que lo hizo todo de forma concienzuda, ojalá pronto pueda decir que, una vez muerto, mi padre me ha ayudado».

A día de hoy Carmen tampoco ha recibido la legítima ni se le ha informado correctamente sobre dónde o quién está percibiendo las ganancias derivadas de la explotación de la imagen de su padre: «Solo sé que mi hermana, la hija de la viuda de mi padre, no quiere saber nada ni tiene relación ni con mi hermano ni conmigo». Está dispuesta a batallar porque, aunque el tiempo ha borrado cualquier rencor, no puede olvidar el sufrimiento de su madre: «Le arruinó la vida, podría haber llegado muy lejos porque era una bailaora impresionante. Nos cortaban la luz por falta de pago, nos echaron de mi casa mientras mi padre ganaba un millón de pesetas por noche en el Florida Park».

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