César Bonilla, de vender churros en Ferrol a montar un imperio que exporta a medio mundo

El propietario de Bonilla a la Vista charla con ABC sobre las codiciadas patatas fritas gallegas

César Bonilla posa con sus emblemáticas latas de patatas fritas

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Como buena gallega (y si me permiten, orgullosa coruñesa) tenemos el concepto de que todo lo de la tierra es mejor. Se nos llena la boca hablando de las bondades de la vida norteña. Incluso tendemos a quitarle hierro al binomio lluvia-Galicia. Y sí, cuesta reconocerlo, pero es algo que, con los años y conociendo a otros 'exiliados', tendemos a hacer. Aunque bien es cierto que tenemos mucho de lo que presumir. Pero en el caso de la empresa Bonilla a la Vista no parece tal la exageración. Lo que empezó como una pequeña churrería en Ferrol se ha convertido en todo un fenómeno a nivel mundial gracias a sus patatas fritas, que ya se envían a 20 países. De las 2,5 toneladas que se fabrican a diario en Arteixo (La Coruña), sede de la empresa, un 30% se exporta, del cual un 10% va destinado a Corea del Sur, principales consumidores de patatas fritas del mundo. Allí son objeto de culto desde que desembarcaron en 2016 y el fenómeno se acrecentó después de que aparecieran en el filme 'Parásitos', ganadora del Óscar a la mejor película en 2020. Los surcoreanos van a todas partes con la icónica lata de la empresa gallega y hasta se las comen con chocolate fundido y las cogen con palillos. ¡Con lo que se disfrutan con las manos! Como anécdota, cuando llegaron por primera vez tras mes y medio de travesía, lo que tardan en llegar los pedidos, se tuvo que limitar el número de botes por persona de las colas que se formaron. A las dos horas estaban agotadas.

Al alza

También en Londres son muy cotizadas. De hecho, en la última semana ha habido cierta polémica con el precio de las patatas gallegas en el establecimiento gourmet , donde están a la venta por casi 30 euros frente a los 14 de España. Entre otros, el exfutbolista inglés Gary Lineker expresó públicamente su desaprobación ante el elevado precio. Aun así se venden, y mucho.

Tras este fenómeno se esconde la historia de una empresa familiar que ha ido pasando de generación en generación desde que Salvador Bonilla montó la primera churrería en Ferrol, en 1932, y cuyo nombre viene de los años en los que se encontraba en la marina y le decía al superior cuando subía al barco: «cabo Bonilla a la vista». El nombre fue de las pocas cosas que le pidió su hijo César Bonilla, ahora al frente de la gestión, cuando puso en marcha la empresa. El resto lo hizo él solo en vista de los problemas con el juego de su padre.

Más conocido en las oficinas como el capitán, como así le llaman sus 106 empleados, entre el centro logístico y los seis establecimientos que tienen repartidos por la ciudad, el empresario asegura a ABC que nada tiene que ver con los precios que se marcan en el extranjero. «En eso no me meto. A ellos les cuesta un precio en fábrica que lo pagan antes de salir del contenedor, de lo contrario no sale», dice recalcando que fuera les parece hasta barato: «Para los coreanos es la mejor patata del mundo».

César Bonilla es de esas personas con las que podrías hablar horas y horas. Anécdotas no le faltan en estos casi 90 años vividos. Aunque se le notan los achaques de la edad y tiene que acudir tres veces por semana a diálisis, no pierde esa ilusión que le llevó a convertirse en el empresario de referencia en el sector de las patatas fritas y los churros. Nunca pensó que su empresa llegaría tan lejos, por eso cree que cuando ya no esté sería «un pecado que no siguiese». Será su hijo Fernando quien prosiga con el legado familiar. Ya lleva años ocupándose de todo, siempre supervisado por el capitán del barco.

Bonilla y su mujer, Lolita, en la emblemática churrería de la calle Galera

Se pasea por la fábrica casi a diario, sin poder resistirse a tomar un par de patatas. «Me es imposible no probarlas para ver cómo están de sal y sabor», reconoce. También por su churrería de la calle Galera, un templo, de esos de los que hablamos con orgullo fuera y los que los forasteros visitan sí o sí cuando ponen un pie en la ciudad. En 2018 cumplió 60 años y es el establecimiento en funcionamiento más antiguo de la familia Bonilla. En su barra se han despachado millones de churros (con su chocolate) y vendido infinitas bolsas de patatas fritas. Allí, parece que todavía se encuentre Lolita, mujer de César, fallecida hace casi seis años. «Me siento en su silla y algunas clientas me dicen que está allí todavía, entre nosotros», dice. «No quiero ni acordarme, que me caen las lágrimas». Llevaban toda la vida juntos, desde que eran unos críos.

Pasión por el mar

También recuerda con nostalgia aquellos años en los que recorría La Coruña, primero en bici y después subido a su moto roja Guzzi 65, que hoy se encuentra presidiendo la fábrica, para repartir los churros y las patatas por los bares de la ciudad herculina. No se arrepiente de haber dejado la Escuela Náutica de La Coruña para hacer florecer el negocio que hoy prospera día a día. Cómo él mismo dice: «Yo nací con Bonilla. Viví bien, hice lo que quise y me voy tranquilo».

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