El asesino del ritual esotérico: «Mi novio se quejó porque fumara anfetaminas; quería tener sexo conmigo y me negué»

Un portero de discoteca mata a su pareja en un rito esotérico y bajo la influencia de las drogas en Puente de Vallecas

El asesino del ritual esotérico de Vallecas se graba durante el crimen con un retrato de Jesucristo: «Lo siento»

Los servicios funerarios trasladan el cadáver de Pedro Luis Gómez Escamilla (en la imagen, haciéndose un selfi), después de ser asesinado por Gustavo Daniel Ocampo (arriba) TANIA SIERIA

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De puertas para afuera, como ocurre tantas veces, parecían una pareja normal. Pedro Luis Gómez Escamilla, español de 54 años, llevaba al menos cuatro años viviendo en una corrala de Puente de Vallecas con el argentino Gustavo Daniel Ocampo, de 34. Una pequeñísima comunidad de vecinos en la que todos se conocen y que a primera hora de la mañana de ayer quedó ahogada, primero, por un rápido grito de «¡Auxilio!». Inmediatamente, el silencio más escalofriante.

El suramericano acababa de terminar con la vida del otro de una manera salvaje. Clavándole al menos tres destornilladores en un ojo y en el abdomen. El presunto homicida fue detenido poco después en la misma vivienda, ido, bajo los efectos de las drogas.

Según ha podido saber ABC, antes de la primera llamada se les oyó discutir, a eso de las 6.30, en la calle. La pelea continuó luego en el piso: «Yo estaba fumando 'tina' [anfetaminas] y Pedro me lo recriminó. Yo discutí con él porque las vendía y me había prometido muchas veces que iba a dejar de hacerlo. Entonces, me dijo que, si iba a seguir fumando, al menos lo hiciera en la habitación, abrazándole. Y quería que tuviéramos sexo, pero yo me negué», relató, ya detenido, Gustavo. Y mató a su pareja. Luego, se grabó con el móvil portando el cuadro de Jesucristo y el improvisado crucifijo.

El segundo piso del número 29 de la calle de Salvador Martínez Lozano era un remanso de paz la tarde del sábado. En las pequeñas galerías del edificio, al lado de su puerta, Pedro tendía la ropa apoyado en la balaustrada. Sonreía a sus vecinos, sin saber lo que le deparaba el destino pocas horas después. Tenía una hija de un matrimonio anterior pero, desde hacía mucho tiempo convivía con Gustavo. Habían tenido sus idas y venidas. Es más, el argentino alguna vez le había reprochado que había regresado de su país, al parecer, después de una crisis, porque el novio se lo había pedido.

«Andaba con drogas»

No se les conocía grandes peleas. Eso sí, el subir y bajar de otros hombres al pequeño piso de la corrala era bastante habitual, sobre todo a medianoche, comentaban varios residentes a este periódico: «Creo que Pedro andaba con temas de drogas; de hecho, la Guardia Civil ya vino una vez al piso. Por eso se le veía tanto ir y venir en Uber».

Otro conocido explicó a este diario que, aunque Pedro era el dueño del piso y bastante introvertido aunque amable, el más joven de los dos «era más simpático, pero mucho más». Se les veía llegar a ambos del gimnasio. «Este viernes fue la última vez que vi a Pedro, porque le devolví una batidora que me había prestado. Eso sí, una vez estuve en su casa y lo tenían todo oscuro. Siempre cerraban puertas y ventanas», añade un residente, al que habían regalado un espejo.

Hasta que, sobre las siete de la mañana de ayer, un grito rompió el sueño de la vecina del primer piso: «¡Socorro! ¡Auxilio!». Y un golpe seco. La mujer llamó al 112, alertando de que había una reyerta entre dos personas del bloque. Los agentes de la comisaría de Puente de Vallecas llegaron rapidísimo. Pero creían que acudían a una intervención más de violencia doméstica, nada muy grave.

«No sois la Policía. Eres Adolfo»

Llamaron a la puerta de la pareja, pero solo oían a Gustavo hacer sonidos guturales extrañísimos. «¡Ábrenos, que somos la Policía! No te preocupes, que no va a pasar nada», le intentaban convencer los funcionarios, dos binomios concretamente. «No sois la Policía. Eres Adolfo», respondía el argentino, que se cree que cometió el crimen bajo los efectos evidentes de las drogas. De estatura baja pero musculado, trabajaba como portero y como relaciones públicas en discotecas de ambiente de Madrid y en una de Torremolinos (Málaga).

Tras minutos de insistencia, el homicida les franqueó la puerta. Estaba desnudo y con dos maderas a modo de travesaño, simulando una Cruz de Cristo y con un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús. Se fue alejando de los agentes, dando pasos atrás y como escudándose con esos elementos religiosos.

Montones de sal y desorden

Entonces, la enorme sorpresa de los policías: nada más entrar, a la izquierda, donde se pasa al salón, encontraron a Pedro desnudo, semitumbado, con medio cuerpo sobre la pared, ensangrentado de arriba a abajo. Tenía un destornillador clavado en un ojo y al menos otros dos más en el abdomen. Estaba muerto. «¿Por qué lo has matado? ¿Cómo has podido hacer esto?», le decían, espantados, a Gustavo, mientras comisionaban al Summa-112 y a más uniformados. Rápidamente, placaron al sospechoso, lo tiraron al suelo y le pusieron las bridas, mientras se quejaba de que le molestaban. Tenía las manos ensangrentada.

Durante unas dos horas lo tuvieron retenido, hasta que fue trasladado a comisaría, ya en 'shock'. Sobre el sofá del minúsculo salón, al final de un largo pasillo, había montones de polvo blanco, al parecer sal, sobre lo que preguntaron los policías: «¿Eso qué es? ¿Cocaína?». Era sal, junto a Biblias y libros esotéricos. El ritual había terminado.

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