Interior de la parroquia de San Francisco de Javier y San Luis Gonzaga
Interior de la parroquia de San Francisco de Javier y San Luis Gonzaga - Maya Balanya
Iglesias de Madrid

San Francisco de Javier: La parroquia compañía de Jesús

Su nombre aglutina un centro de formación, comunidades de fe y labores sociales

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La parroquia también es compañía de Jesús. En el centro y en las periferias. Iglesia en salida; el camino del peregrino que es principio y fundamento. El barrio de La Ventilla-Almenara es la periferia de la historia de un Madrid de 1917, aluvión de humanidad y, ahora, refugio multicultural. La Compañía de Jesús, un círculo que tiene el centro en el nombre de Jesús, la presencia de la Iglesia, fecunda misión de Evangelio. Parroquia social, por eso de que los jesuitas, «Formula vivendi» de la Compañía, deben entregarse a «toda obra de caridad que parezca conveniente para la gloria de Dios y el bien común».

La parroquia de San Francisco de Javier y San Luis Gonzaga, ubicada en la calle de los Mártires de la Ventilla, 34, es una misión a modo de proyecto de vida, educativo, formación humana y cristiana; colegio, centro integral y sacramento.

El padre Seve Lázaro nos acoge en su iglesia, hospital de campaña de la historia de una ciudad que había marcado los límites. Hay un Madrid blando, progreso lineal, que mira a la plaza de Castilla, mercado y bienestar; y un Madrid duro de pobreza y miseria, con casas molineras que se esconden tras los rascacielos.

Lázaro, joven jesuita que maneja el detalle con la persuasión de quien sigue la regla ignaciana de ponerse en el lugar del otro, nos va descubriendo cada hito de la historia de esta parroquia, que son dos en origen, San Francisco Javier, en el número 34 de esta calle, y San Luis Gonzaga, en el 103, luego fusionadas en 2011.

Una parroquia en la que el párroco está acompañado por el padre Juan José Tomillo, como coadjutor, y por los padres Javier Lizain y Francisco Espinosa (todos ellos jesuitas), como adjuntos. En 1941 llegó allí el párroco Antonio García Murga.

Llegó y se quedó hasta su muerte, ya octogenario. Fue artífice de presencia y elocuencia, visitas a las casas, mano tendida cuando se le necesitaba y organizador de colonias de verano y cine para los niños. A finales de 1990 el IVIMA, empresa estatal de construcción, remodela el barrio, modifica su demografía y permite el asentimiento de inmigrantes. Respuesta como respuesta, creación por los jesuitas del centro social de atención a inmigrantes, Pueblos Unidos.

Una parroquia bendecida por la fecundidad de la sangre de los mártires, semilla de cristianos. Porque hablar de La Ventilla y de la presencia de los jesuitas significa referirnos al padre Rubio, san José María Rubio, santo del Madrid de entre siglos, santo de los pobres, santo de un cristianismo que consiste en predicar y dar trigo.

Eran los años 20. Y junto al padre Rubio, un grupo de colaboradores. Donación y educación para los niños más pobres del Madrid más pobre.

Pero se impusieron quienes proclamaban un mundo sin Dios que fue al final un mundo inhumano. Juan de Andrés García, el joven maestro de la Ventilla, dirigido del padre Rubio y grandes cualidades humanas, y su hermano Demetrio fueron asesinados en octubre de 1936 por causa de su fe, que era inseparable de su entrega a los más pobres. Son los mártires de la Ventilla. Su sepultura es ahora presbiterio en el silencio de los procesos y causas de martirio oficial, por ahora; en la gloria de Dios que es eucaristía.

La parroquia jesuita de La Ventilla mira a una plaza entre callejuelas estrechas que se asemejan a los pueblos de la España real. El padre Seve Lázaro va desgranando cada capítulo del libro de la vida como si estuviéramos paseando por entre la existencia de los fieles de su parroquia, por entre sus entresijos.

Gozos y esperanzas, sombras y sufrimiento. Esta parroquia es caridad y justicia, justicia y caridad, orden de factores que no altera el producto. Y aglutinadora también de otras congregaciones religiosas, Vedrunas, Siervas de los Pobres, Reparadoras, Jesuitinas, Salesianas, Espiritanos…

Cuatro funciones

La parroquia son cuatro plataformas: un centro de formación, con ESO, bachillerato y ciclos formativos; una comunidad de vida de fe, San Francisco Javier y San Luis Gonzaga; un centro social de atención a inmigrantes, Pueblos Unidos; y un centro de atención al emprendimiento y la creación de empleo, Casa San Ignacio.

Esta última reúne varias obras de la Compañía de Jesús y de atención a los niños y adolescentes del barrio. A esta ciudad humana hay que añadir las dos casas de formación donde viven los jesuitas que se preparan para el sacerdocio.

Si de animación pastoral hablamos, hay que referirse a los grupos de vida ascendente y de apostolado de la oración para los más mayores; del equipo de pastoral de enfermos; de un novedoso modelo de catequesis familiar de iniciación cristiana para padres y niños que se preparan para la Primera Comunión; y de grupos de postcomunión y confirmación.

Son 105 niños; la catequesis, los domingos por la mañana. Asisten padres y niños. Método, siempre el método en las cosas de Ignacio: una oración común; la catequesis sobre el año litúrgico, siguiendo el evangelio de cada domingo; y luego la eucaristía.

Hay además dos grupos de jóvenes adultos profesionales; el de Los Ventilleros –jóvenes, y ya no tanto, que comparten su fe–; y la agrupación de la Virgen del Quinche, formada por ecuatorianos. Se la llama, por cierto, la virgen de los sin papeles, porque el padre jesuita Sánchez Arjona la trajo en el avión, dentro de una maleta, sin ser declarada en la aduana. También cabe un grupo de pastoral con africanos subsaharianos de carácter ecuménico.

Obra de Cáritas

Cáritas es también compañía. En el año 2015 atendieron a 350 personas, con 38.000 euros de presupuesto general. A muchas de ellas con unpromedio de cinco atenciones. Familias de cinco miembros, marroquíes, latinoamericanas y españolas. Es importante su relación con el economato de Cáritas de Bravo Murillo, al que envían una media de 40 a 50 familias.

En la parroquia ofrecen clases de guitarra, a la que se suman niños y gente mayor que quiere después colaborar en el coro de la parroquia. Me dice el padre Lázaro que piensa en futuro, que es pasado, «hacer lo mismo que los jesuitas primeros hicieron, replicando el ejemplo primero de Jesús, acompañar la fe y la vida de las gentes de este barrio, a pie de calle».

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