Conjunto de villas de la calle Roma
Conjunto de villas de la calle Roma - ISABEL PERMUY

La lucha contra el olvido de los «hotelitos» del Madrid Moderno del XIX

Okupas, casas de acogida y vecinos de alto nivel adquisitivo residen en estas viviendas en el barrio de La Guindalera, que fueron levantadas como «símbolo del progreso europeo de la capital»

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Solo un breve paseo por las calles de Castelar y Roma basta para percibir que el barrio de la Guindalera tiene algo especial. Una hilera de casas adosadas, con miradores de madera y grandes ventanales que sobresalen de las fachadas, contrasta con los edificios del resto de calles. Estas «casitas» fueron construidas entre 1890 y 1906, en tres fases y por varios empresarios, maestros de obra y arquitectos –Julián Marín, Mauricio M. Calonge o Valentín Roca, entre otros–, con el objetivo de crear una colonia de «hotelitos» en una zona por entonces alejada del centro de la ciudad. Se la llamó el Madrid Moderno, «el barrio más europeo de todos los barrios madrileños», escribía el ABC en 1906.

De estilo inicialmente neomudéjar, la obra terminó su tercera fase con villas más modernas: dibujos en ladrillo y azulejos de colores se combinaron con chapiteles y balcones de madera.

Aunque fueron 62 las construidas, actualmente solo se conserva una docena. Con el tiempo, algunas han desaparecido sin más; otras fueron okupadas, reformadas o, incluso, han albergado un prostíbulo.

En los últimos números de la calle Roma, Julen se acaba de instalar junto a su familia en una de ellas. La suya, de un color verde oscuro, se encuentra entre otras dos viviendas adosadas del mismo estilo y con los detalles de la fachada bien conservados. Sin embargo, a unos metros de ella, una de las construcciones perdió su mirador: «Casi todos hemos reformado el interior y mantenido la fachada, excepto la de la casa de al lado, que se le cayó y el dueño no la ha reformado».

Hace tres meses que se trasladó a la primera planta de esta casa, antes residía en la altura superior. «Ahora vive un inglés que se acaba de mudar, creo que fue deportista profesional de remo». En el portal, dos timbres dividen las viviendas de ambos: uno se quedó con el mirador; el otro con la planta baja y el sótano. Este vecino cuenta que se han rodado anuncios o escenas de series de televisión frente a su casa. Incluso grabaron dentro en el recibidor.

En esa misma calle, otras casitas no han tenido tanta suerte como la de Julen. Tras una valla metálica, estropeada y llena de grafitis, se esconden los restos del número 30 del Madrid Moderno; una casa rodeada de lo que se intuye que en día fue un jardín. Quienes okuparon «Villa Sara» transformaron su nombre, inscrito en azulejos sobre la maltratada puerta, en «Pilla Farla».

Viviendas de la calle Castelar
Viviendas de la calle Castelar - ISABEL PERMUY

También el número 14 fue tomado por usurpadores, y su historia apena a los vecinos que recuerdan a su propietaria. «La mujer tenía el piso vacío, lo guardaba para reformarlo cuando dispusiera de dinero y poder dejárselo a su hijo. Pero hace tiempo lo okuparon, y estuvieron por lo menos ocho años viviendo allí. Se lo dejaron destrozado, y ya apenas se pasa por aquí», cuenta Ana F., la inquilina de la casa contigua.

A lo largo de toda la calle de Roma, uno de estos «hotelitos» del Madrid Moderno no es hoy en día una vivienda, sino un «showroom» en el que se exponen desde muebles o artículos de decoración hasta ropa y complementos. Tras su fachada de finales del siglo XIX, se encuentra una casa restaurada de forma delicada, donde la madera está presente tanto dentro como fuera.

Muy cerca, el verde de la madera de una fachada se entremezcla con el de la piel de dos jóvenes que hablan frente a ella. De piel oscura, uno cuenta cómo llegó en patera, desde Camerún, hace 17 meses: «Dos días de viaje en el mar. Sin agua. Sin comida». El otro, con timidez, admite que llegó nadando desde Ceuta. «Una media hora» dice que estuvo dando brazadas en la noche, para que la Policía no consiguiera verles. Aseguran que tuvieron «suerte». Muchos de los inmigrantes que trataron de llegar a España no lo consiguieron y murieron en el camino. Ahora, los dos supervivientes se alojan en uno de los «hotelitos» del Madrid Moderno, en la casa de acogida que dirigen los frailes de la Orden Religiosa de la Merced.

Esta fue, hace más de 30 años, la primera residencia para menores no acompañados –por entonces, iraquíes– que existió en España. Actualmente, por las habitaciones de la segunda planta pasan solicitantes de asilo que permanecen unos meses mientras consiguen sus papeles. Allí conviven, en este momento, 14 personas junto con algunos de los mercedarios. «Vienen, sobre todo, de Guinea, Mali, Ceuta y Melilla; y suelen tener entre 18 y 22 años», matiza Carlos Álvarez, uno de los dos educadores sociales del centro: «Hace poco pasó por delante una persona muy mayor. Se quedó mirando la casa y dijo entre lágrimas que allí había vivido ella». Vecinos cuentan que, tras esa fachada, se escondía hace muchos años un prostíbulo.

Como cualquier otra vivienda de la ciudad, algunos «hotelitos» del Madrid Moderno son puestos en alquiler por sus propietarios. En la calle Castelar, las tres plantas más buhardilla, unos 360 metros cuadrados en total, se renta por 3.300 euros.

Junto a la Plaza de las Ventas

La zona en la que se encuentra el barrio de Guindalera es una de las más turísticas de la capital, aunque no por la existencia de esta colonia, sino por la presencia de la Plaza de las Ventas a solo 500 metros. Muchos madrileños desconocen la existencia de estas viviendas de finales del siglo XIX. «Nunca había visto estas casas... Son preciosas», admite Eva Ramírez.

De entre esta docena de casas que queda, una destaca especialmente. Sus dueños la reformaron, incluida la fachada. Gente del barrio no se explica cómo consiguieron el permiso de obra, puesto que están protegidas por el Ayuntamiento. Sea como fuere, esta ya no es de madera, sino de cemento y de color morado pálido: un paso más en la extinción de lo que un día fue «el barrio más europeo de los barrios madrileños».

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