Bullying

La lucha contra el acoso escolar se sube al tatami

Numerosas familas con hijos víctimas de agresiones en el colegio recurren a una altenativa de defensa personal que palia los déficit a los que el sistema no llega

Enrique Pérez-Carrillo, en una clase de Yawara Jitsu con víctimas de bullying MAYA BALANYÁ

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Santi padece un trastorno neurológico de nacimiento que afecta a la movilidad de una parte de su cuerpo a consecuencia de tres infartos cerebrales que sufrió nada más nacer. Los médicos le daban dos días de vida en el hospital, pero su corazón lleva 13 años bombeando con fuerza. Pese a las dificultades físicas que arrastra desde que llegó a este mundo es vivaz, alegre, enérgico, con sentido del humor, pero hace dos años la ferocidad del acoso escolar zarandeó los frágiles pilares de su autoestima. Sus evidentes problemas motóricos se convirtieron en la diana de las burlas de algunos compañeros , hasta el punto de llegar al maltrato físico.

Este preadolescente estudia en el Instituto de Educación Secundaria Ciudad de Jaén, en Orcasur (Usera), el mismo centro al que pertenecía Andrés, el menor que el pasado 1 de abril se quitó la vida lanzándose por la ventana de su domicilio, acorralado por los presuntos abusos que sufría de un compañero. También es el instituto que vivió otro caso de suicidio hace cuatro años. El 22 de mayo de 2015, Arancha, una joven de 16 años con retraso madurativo, puso fin a su existencia tirándose desde un ventanal de la finca donde residía. Estaba «cansada de vivir» , como escribió a sus amigas, tras soportar durante tres meses todo tipo de insultos, golpes y extorsiones de una chica y un chico no sólo en horario lectivo, sino también cuando llegaba a casa y le escribían con amenazas a través de su teléfono móvil.

Nadie en el Ciudad de Jaén detectó indicios de que Andrés podía estar sufriendo ningún tipo de acoso, ni siquiera su madre, ni tampoco la Comunidad de Madrid, que cuatro meses antes, en diciembre, había sometido a la clase del menor a un test para evaluar posibles signos de bullying . Arancha, sin embargo, sí que dio traslado de lo ocurrido a su tutora, incluso denunciando ante la Policía Nacional. En aquella ocasión, el centro activó el protocolo por acoso, pero no se recondujo la conducta de los agresores ni el desenlace final con la víctima. Los dos jóvenes recurrieron al suicidio como vía de escape antes que enfrentarse a sus verdugos. El sistema falló.

Los padres de Santi han sabido en todo momento lo que le ha ocurrido a su hijo en clase. Él mismo se lo contó. Lo transmitieron al centro y, en paralelo, contactaron por recomendación de unos conocidos con Enrique Pérez-Carrillo , presidente de la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar (Aepae). Este hombre, director del área de defensa personal de la plataforma, da clases particulares a Santi de Yawara Jitsu, un arte marcial adaptado y enfocado a la protección del individuo con parámetros científicos, físicos y psicológicos. Pero no es el único pequeño guerrero víctima del acoso al que instruye.

la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar (Aepae) da clases particulares de Yawara Jitsu, un arte marcial adaptado y enfocado a la protección del individuo

Por sus clases han pasado casi 4.000 alumnos de toda España en los últimos quince años, intimidados por esta lacra. En Madrid está el grueso de su trabajo pedagógico, donde ha visto los casos más crueles y donde trata de fortalecer en estos momentos al alumno más joven que ha tenido nunca. Tiene cuatro años y lleva con él cuatro meses. «Es muy inteligente y con una sensibilidad especial; no le gusta jugar a los típicos juegos de esas edades. Le encantan, por ejemplo, los dinosaurios, pero no el fútbol. Los demás niños le excluyen, se mofan de él e incluso han llegado a darle patadas, collejas y empujarle. Sus padres se sentían culpables porque desde bien pequeño le habían dicho que no se pegaba a otros niños. Ése no es el problema. Está bien educarles en que sean pacíficos , pero han de saber que tienen derecho a defenderse de manera firme», expresa Pérez-Carrillo. El bullying se combate , dice, «si al afectado se le dan las herramientas para plantar cara a sus agresores».

El gran arma

Son las seis de la tarde de un día de entre semana y en el 47 de la calle de Almansa (Tetuán) varios adultos introducen a sus pequeños en el interior del gimnasio Wudao. Al abrir la puerta de una de sus salas da la bienvenida el sonido de los pies descalzos, algunos diminutos, sobre el verde tatami. Son doce niños a los que el maestro del Yawara Jitsu guía para no ceder ante ningún tipo de vejación ni chantaje. Calientan. Corren. Suben las rodillas al pecho... El símbolo del Yin y el Yang domina el espacio, la representación taoísta que refleja la dualidad del universo: la oscuridad y la luz; la pasividad y la actividad.

Esos bajitos luchadores tienen entre 6 y 13 años . Sonríen, se divierten y se descentran ante la presencia de una cámara de fotos. Nadie diría que son víctimas del acoso escolar , pero todos llevan sobre los hombros el peso del agravio, de los empujones, del aislamiento por ser la más alta, más guapo, más listos, de otro color o simplemente ser muy introvertido.

La palabra «asertivo» es la que repite una y otra vez Pérez-Carrillo entre esas paredes naranja chillón. Los niños, pese a su corta edad, la entienden a la perfección. Significa transmitir firmeza en lo que se hace o se dice. Con esa clave, empieza el ejercicio de actitud corporal como si estuvieran en el patio del colegio. «Con quien me cruzo, mantengo la mirada. Que no os dé vergüenza mirar a nadie», les alecciona. Levantan las manos al ritmo que marca su profesor, trazando con ellas una especie de cúpula a su alrededor: «Éste es vuestro espacio personal, donde nadie tiene que meterse».

Por las clases de Pérez-Carrillo han pasado casi 4.000 alumnos de toda España en los últimos quince años

De días a años

Una niña de 6 años recién cumplidos vestida de calle, arrinconada en una esquina de la sala, sentada, con las rodillas hacia adelante y bien sujetas por sus manos, les observa sin mediar palabra. «Ha venido hace unos días. Aún no se atreve a dar la clase», comenta el experto rodeado por minúsculos kimonos blancos.

Al cabo de unos minutos dan paso a la actividad de defensa verbal, la siguiente fase del proceso. Después, llega el momento de contrarrestar la invasión del espacio personal y los ataques. «¿Qué hacemos si alguien me agarra del pelo, me coge del brazo o de la ropa?» . Todos quieren salir voluntarios. «Yo, profe, porfi». Saca a la más mayor, de 13. Primera advertencia: «Suéltame». «¿Si no desiste el agresor?», expone el instructor a la espera de su pupila: «Golpeo su antebrazo y doy un paso atrás». Ella toma posición de ataque y lanza en alto: «No vuelvas a molestarme». Para casos más graves, aprenden cómo se ejecuta una luxación de muñeca. Si les tiran al suelo, saben que lo primero que tienen que hacer es protegerse la cabeza y mover las piernas en la dirección que se desplace «el enemigo» hasta reducirlo. Cuando ya tienen el control de la situación se le tiende la mano para levantarlo: «¿Quieres ser mi amigo?».

La enseñanza del Yawara Jitsu puede durar dos clases o años, depende del niño. La figura de Enrique desaparece cuando el miedo ya no domina a la víctima y siente la seguridad y la confianza como para poner en práctica solo la filosofía de lo aprendido en el tatami, donde el auxilio de las instituciones no llegan.

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