La célebre cúpula del Hotel Palace
La célebre cúpula del Hotel Palace - ERNESTO AGUDO

La Historia, bajo la cúpula del Palace

Las paredes del hotel guardan secretos de la Guerra Civil, la II Guerra Mundial y los más variopintos personajes

Madrid Actualizado: Guardar
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Una vez me encontré en Nueva York a un viejo combatiente de la Brigada Lincoln, de los pocos que todavía sobrevivían, que estuvo pegando tiros en la Guerra de España a favor del bando republicano, que decía que lo más recordaba de aquel «viaje romántico» era el hotel Palace y sus combinados de wodka y ron. Yo he vivido tiempos más cercanos pero cuando empecé a valorar el emblemático albergue fue el 23-F y siempre recordaré la redacción que montamos en la agencia Efe con aquella ridícula asonada de Tejero, Milans y Armada. Pero su cúpula guarda, en efecto, todos los sabores de mil y un secretos escasamente revelados.

Por eso, cuando el pasado mes de noviembre se anunció que el grupo Marriot (multinacional hotelera con 19 marcas) adquiere Starwood Hotels&Resorts, entre ellas Wenstin (12.200 millones de dólares), su grupo de gestión creaba el mayor emporio hotelero del mundo, en el que actualmente se encuentra el Palace madrileño.

La adquisición se producían al cumplirse los 100 años de la Teoría de la Relatividad, que cambió la concepción del universo y 92 desde que el genio de Albert Einstein se hospedaba en la suite del Palace invitado expresamente por el otro genio de la filosofía José Ortega y Gasset, que pagó la cuenta.

No sólo de Física y Filosofía vive el mortal. Salvador Dalí, otro genio, utilizó el salón «Cortes» para experimentar con la pintura. Es decir, practicó el «Bodypainting» con señoritas desnudas, una pica en Flandes en la época.

Lo cierto es que en los salones del Palace estalló una orgía de creatividad cuando allí coincidieron Federico García Lorca, Dalí y el cineasta turolense Luis Buñuel. El bar sostenía su amistad en el que invertían las «monedillas» (FGL) que no tenían. Nacía el surrealismo. Entre cóctel y cóctel burbujeaban por el porvenir de la España que nunca llegó.

Cuando en la mañana del 14 de abril de 1931 el pueblo de Madrid hace que Alfonso XIII escoja de salida el puerto de Cartagena rumbo al exilio del que nunca regresará vivo, desayunaba en el Palace Josep Pla con su intimo amigo Azcoaga, maitre del establecimiento. El carajal de la calle asustó a la gente de orden del hotel, aunque ya Manuel Azaña, Alcalá Zamora y Largo Caballero habían establecido ahí su centro de conspiración. Ya el Palace se había convertido en un periscopio básico para detectar el alcance de la revolución recién iniciada.

A partir de ahí, el Palace será convertido en un hospital de sangre para el ejército de la República en el mismo instante en que el ejército de África se alza en armas. La tragedia inmensa de la Guerra Civil se plasmará en ese selecto lugar de hospedaje, que acabaría convertido en un vómito desvencijado y solución de continuidad. Tras el final de la contienda, el escritor Julio Camba, un personaje valleinclanesco, decide que el Palace sea su lugar donde esperar la muerte. Con los talones de Juan March -que le debía favores durante la República-, Camba permanecería allí durante trece largos años. Dicen que sentado en un rincón de la Rotonda veía pasar la vida y el desfilar de un mundo convulso.

El desfile de singulares personajes es incesante. Por ejemplo, el de Oskar Kokoschaka, pintor austriaco cuya devoción por el cercano Museo del Prado dejó piezas extraordinarias de sus alrededores bajo el eterno cielo que testara Diego Velázquez.

El Hollywood de los años 50

Llegaron los años 50 y en el Palace se vistió de fiesta la filosofía de «lasser faire lasser passer». James Stewart y Gina Lollobrigida la montaron en la fuente de Neptuno mientras Rita Hayworth se ensanchaba cuando demostraba a sus sucesivos maridos que en el Palace de Madrid era alguien.

Orson Welles, Cary Grant y otros legendarios de la gran pantalla sabían que en el Bar del Palace siempre había un Chicote con el que ponerse de cócteles hasta encima del sombrero. Los gestores el emblemático establecimiento hotelero habían decidido ya que había comenzado una longa caminata hacia la modernidad.

Si en periodismo se suele decir que no eres nadie si no has publicado una Tercera de ABC, en el mundo del glamour burgués, sin estridencias, se afirma que si no has pernoctado en el Palace te falta todavía algo antes de irte al otro mundo.

103 años le contemplan. Hoy como ayer, el Palace, que mira irónico hacia el Congreso de los Diputados -por donde pasaron Miguel de Unamuno, Gregorio Marañón o José Ortega-, es antes que nada «parada» y luego «fonda».

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