Grafitis para humanizar la Cañada Real

Los integrantes de Boa Mistura pintan versos de «El alma no tiene color» a lo largo de 49 muros en los seis sectores

Muro del sector 6 de la Cañada pintado por el colectivo Boa Mistura Fotos: Guillermo Navarro

Carlota Barcala

En la Cañada Real resuena el claxon del coche del panadero. Todas las mañanas, a la misma hora, se pasea por los portales de los vecinos. Con el ruido, la monotonía y el silencio que imperan al alba se rompen también por los ladridos de los perros, que gritan a su paso en una especie de sintonía acordada entre los animales. Para el que preste atención, estos sonidos no son los únicos que se pueden oír a lo largo de sus 15 kilómetros . En los muros de las casas que adornan los extremos de la calzada hay pintados unos gritos insonoros que claman por la solidaridad y contra la discriminación.

Sus almas no tienen color. Son extranjeros en la ciudad pero anfitriones y líderes en su reducto: un trozo de mundo que les pertenece, al menos sentimentalmente, tan lejos y a la vez tan cerca de la capital, pero que pasa desapercibido para los 4 millones de habitantes. Así fue hasta hace siete meses, cuando siete jóvenes de Alameda de Osuna se interesaron por el lugar, su arquitectura y sus muros. Los versos de la canción « El alma no tiene color », de Antonio Remache, impregnan, gracias a ellos, las paredes de la Cañada, para intentar derribar las barreras invisibles que los separan de los demás.

Las gotas de la pintura todavía pueden verse sobre el asfalto. «Llevábamos mucho tiempo queriendo trabajar aquí para terminar con el estigma social que hay», explica Javier, uno de los integrantes de Boa Mistura . «Es un sitio muy interesante por la confluencia de intereses políticos que hay en él, y también la dualidad entre legalidad e ilegalidad», sigue el joven: «Estuvimos cuatro meses sin saber qué hacer , viniendo a las reuniones de las asociaciones». Antes de empezar un proyecto, Boa Mistura acude a los lugares para llenarse de ellos. Eso fue lo que ocurrió en el mes de abril. En una de las reuniones, Paqui, una vecina, se arrancó a cantar la canción de Remache. Todo cambió entonces. «Todos lo grupos, de diferentes etnias y creencias y de todos los sectores, se pusieron en pie a aplaudir». La garganta de Paqui dio la idea a los jóvenes artistas.

María, Juan y Javier, integrantes de Boa Mistura, frente a uno de los grafitis

Un color para cada sector

Boa Mistura ha trabajado durante un mes , todos los días, de 07.00 horas a 20.00. En ese tiempo, han pintado un total de 49 muros, con una media de cinco cada jornada. Cada sector de un color para simular un degradado, empezando por el 1: rojo, naranja, amarillo, verde, turquesa y azul. Puerta por puerta, llamaron a los vecinos. Al mismo tiempo, trocearon la canción para que la letra tuviese aún una mayor connotación reivindicativa. «Las palabras adquieren un significado diferente dependiendo de dónde estén, se mimetizan con la identidad del entorno , que las hace suyas», dice Javier.

Ruth vive en el sector 2 con su marido y sus hijas. «Nos hizo mucha ilusión. Teníamos mucha expectación por saber qué frase y qué color nos iban a poner», explica, mirando entusiasmada la nueva apariencia que ha adquirido su vivienda. A pesar de llevar casi 10 años en el lugar, todavía es reticendete a decir dónde está su casa. «La gente piensa automáticamente en las cosas negativas. Estamos un poco apartados de los demás , pero en realidad aquí la vida es como en un pueblo», comenta, con media sonrisa, frente a «Soy corazón con mil defectos».

Ruth, vecina del sector 2, en su muro: «Soy corazón con mil defectos»

El trayecto transcurre tranquilo hasta el sector 3. Allí, a mitad de camino, sobresale un muro amarillo: «Nadie es perfecto», que ahora le pertenece a una familia de gitanos portugueses. María, Óscar y Yoel todavía no entienden el significado de las estrofas ni tampoco del proyecto. Tienen 11, 9 y 5 años, repectivamente, y posan sonrientes frente a la parcela de la chabola que tienen como vivienda. Todo es más alegre ahora en Cañada , quizá sea por el poder de la señalética, quizá por la magia en la mirada de los niños. « Jugaron más a pintarse entre ellos , la ropa y el pelo, que el muro», recuerda su madre, Marina.

«Quiero seguir pintando»

El amarillo se transforma en verde en el sector 4. Frente a su casa corretea Ángel. «Quiero seguir pintando», dice con la inocencia que le da su edad: 4 años. Durante estas semanas, los pinceles y los rodillos fueron sus juguetes más preciados. «De tanto» es el verso que ya forma parte de su vida. Dolores y Carlos, sus abuelos, no quisieron que el equipo de Boa Mistura pintase su vivienda sin que ellos estuvieran presentes. Querían ser partícipes , vivirlo en primera persona. «Lo mejor es cuando los vecinos se implican en el cambio», asegura Javier.

«El alma no tiene color» ya no es solo una canción flamenca. Ahora es el símbolo de los 6 sectores de la Cañada . Los niños que empezaron pintando grafitis por las noches con 14 años se han convertido en magos del pincel . Boa Mistura ha devuelto el optimismo a los habitantes de la Cañada. «Yo soy de carne, no soy de hierro (...) No sea objeto de tu desprecio mi condición», cantan, en una especie de solicitud hacia el resto de la sociedad , los 8.000 habitantes que pueblan ese terreno olvidado.

Ángel, junto a sus hermanos Mario y Manuel y su tío, frente a su verde pared
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