La lluvia no apaga la ilusión por ver el regreso de los Reyes Magos: «Las cosas bonitas de la vida no pueden perderse»

Los caramelos se dieron en mano en vez de lanzarse, y la gente se concentró en algunos puntos entre las gradas

Sus Majestades pidieron a los niños respetar la naturaleza y describieron Madrid como «la ciudad que acoge»

Galería: Los Reyes Magos visitan Madrid después de una Navidad sin cabalgata

El Rey Gaspar a su llegada a la plaza de Cibeles Isabel Permuy | Vídeo: EP

Carlota Barcala

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Desde las cinco de la tarde, el paseo de la Castellana se convirtió en un ir y venir de personas que miraban al cielo clamando por que la lluvia no entorpeciese el desarrollo de la jornada más especial del año, la de la llegada de Melchor, Gaspar y Baltasar , tras una Navidad sin pisar las calles de la ciudad. Los más previsores fueron este miércoles cargados de paraguas, mantas y, sin faltar a la tradición, escaleras metálicas para que nada ni nadie les tapase las vistas y poder guardar en la retina el mejor recuerdo de los Magos de Oriente.

Una voluntaria reparte caramelos Isabel Permuy

Poco a poco, los 7.000 asientos azules reservados en las gradas se fueron ocupando, y la impaciencia de los más pequeños se desencadenó. «¿Cuánto falta, mamá?», preguntó Valeria, sin saber que el reloj todavía no marcaba las seis. Junto a su hermana, Carolina, y sus padres Juan y Alba, fue de las afortunadas que consiguió hacerse con una de las sillas que se desplegaron por la principal arteria del centro de la capital, cortada al tráfico. «Aunque el tiempo no sea el mejor, verlas contentas compensa el frío y que nos empapemos», aseguró la madre.

La lluvia se había desatado ya hacía media hora, pero no consiguió apagar la ilusión de los centenares de madrileños que se concentraron en los tres kilómetros de recorrido, entre Nuevos Ministerios y la plaza de Cibeles, para asistir al regreso de Sus Majestades. Puntuales, las diez carrozas de este año empezaron a desfilar a las seis y media, provocando los aplausos, gritos de alegría y saltos de los asistentes. La Castellana se convirtió, en ese momento, en el epicentro de la Navidad , con un cortejo real formado por más de mil personas, a la altura de tan deseado espectáculo.

Algunos madrileños que se han quedado sin entrada aguardan la llegada de la comitiva Real Isabel Permuy

Un gigante de luz blanca, ‘dundo’, que representó a todos los abuelos , fue el encargado de anunciar la llegada de Melchor, Gaspar y Baltasar en un desfile que tuvo el lema de ‘El universo sobre nuestras cabezas’ y cuyo hilo conductor fue la astronomía . Pablo comenzó a saltar tras las vallas de la plaza de San Juan de la Cruz. «Qué bonito, nos está saludando», le dijo a su hermano mayor Alessio, que anhelaba ver a Melchor, su rey favorito. «Las cosas más bonitas de la vida no pueden perderse, y menos después de dos años e pandemia. La cabalgata es una de ellas», aseguró su madre, Carolina, que no consiguió ninguna entrada, pese a estar conectada puntual. «Había ganas, se notó el día de las reservas y se nota ahora», añadió.

Algunas de las carrozas incluyen chubasqueros para hacer frente a las fuertes lluvias Isabel Permuy

Los aplausos no cesaron mientras ‘dundu’ saludaba a todos los niños. La climatología pareció amainar como si el cielo fuese consciente de que los Reyes Magos iban a hacer acto de presencia. Llegaron, entonces, los caramelos . Este año, los voluntarios y la comitiva real los entregaban en mano, aunque alguna carroza no pudo evitar que se le escapasen las pequeñas golosinas hacia las calles, porque hay tradiciones que parecen no perderse por una pandemia , aunque sí intenten adaptarse.

La cabalgata fue un homenaje al conocimiento y se inspiró en el ‘Auto de los Reyes Magos ’, el documento teatral más antiguo conservado en lengua española, depositado en la Biblioteca Nacional y que data del siglo XII. «¿Qué estrella será esa que brilla y hasta ahora no he advertido? ¿Habrá nacido el creador de todas las gentes señor?», se pregunta en él Gaspar. Hasta el pesebre de Belén los guio esa estrella vislumbrada, en una historia narrada por la emisaria real.

Para que los niños también la viesen, un telescopio de ocho metros encaminó a los tronos de los Magos de Oriente –que formaban pergaminos y papiros– por las calles, y también a los menores, apuntando hacia el cielo para tratar de fomentar su curiosidad. Y ese cielo bajó hasta las calles con una representación de los cuerpos celestes del firmamento, diez planetas flotantes que invadieron la Castellana de luz y color y diecisiete estrellas iluminadas de más de dos metros. El espectáculo trató de recrear el cielo observado antaño por el gran telescopio de los Reyes Magos.

Los osos articulados que precedían la carroza del rey Melchor EFE

«Ya llegan los pajes», gritó Jorge, tirando de la chaqueta de su padre bajo el puente de Juan Bravo, uno de los puntos que más personas concentró , a pesar de las advertencias para que solo asistiesen aquellos que habían conseguido un sitio en las gradas. Este año, los pajes no fueron cualquiera, sino los del conocimiento , con un báculo de luz con el emblema del que eran especialista.

Así, Melchor, en su trono azul, fue el sabio astrólogo que trasladó el oro. Antes de él, iba una manada de ocho osos luminosos articulados que dejaron ensimismados a los pequeños. Lo mismo ocurrió con el enorme elefante , de 5,5 metros, llegado desde Sri Lanka, que precedió la carroza roja de Gaspar, el sabio de la alquimia. A Baltasar, de verde por ser el botánico, lo guiaron tres dromedarios (Nando, Selva y Naya) que cargaban con algunos de los regalos que por la noche dejaron en los hogares de la ciudad.

Tras dos horas de paseo por la Castellana, la comitiva real llegó a Cibeles. El ‘dundo’ se reencontró en el escenario de la plaza con su nieta Carla, que representaba a todos los niños de la ciudad . Los planetas se elevaron y danzaron gracias a un espectáculo acrobático que anticipaba el broche de oro de la noche: los discursos de los Reyes Magos pronunciados, por primer año, por los tres protagonistas y no soloMelchor, como solía ser habitual. El alcalde, José Luis Martínez-Almeida , ejerció de anfitrión. «Todos los niños saben que son magos y, por eso, solo les pido una cosa: que toda la lluvia que ha caído la transformen en un diluvio de regalos para que ningún niño se quede sin ellos», les demandó Almeida, mientras ellos asentían.

El rey Melchor saluda a los niños madrileños EP

«¡Qué ganas teníamos de regresar !», exclamó Melchor, que agradeció el afectuoso recibimiento. Gaspar coincidió con él. «Madrid es mucho más que su cielo. Madrid se ha convertido en la ciudad de todos , el lugar al que personas de cualquier parte del mundo quieren acudir, porque Madrid es, por encima de todo, una ciudad que acoge», dijo el mago de la alquimia, que pidió cautela ante la situación epidemiológica: «Con vuestra alegría, juntos, llegaremos hasta el final del camino. Ya queda menos».

Sin avaricia

Y llegó el turno de Baltasar, que rogó a los niños que además de contemplar el cielo y cuidar a las personas que tuviesen cerca, se acordasen de la tierra en la que vivimos. «Es muy importante respetar los ciclos de la naturaleza , sin avaricia ni ansia de tener cada vez más y más cosas. Solo así cuidaremos de este hogar que se nos ha regalado en la tierra para ganarnos el cielo», demandó el botánico. Después, los tres entregaron a Carla unos regalos simbólicos que fueron para todos los menores de Madrid: una luz que representó la ilusión; otra, la curiosidad y la tercera, la fantasía . «Son tres cosas que nunca deberían faltar en nuestra vida», dijo Melchor a los presentes.

Antes de que se hiciese más tarde y no les diese tiempo a llevar a cabo su trabajo, partieron para seguir repartiendo ilusión en silencio y en forma de regalos por los hogares de la ciudad. Cibeles estalló en un espectáculo pirotécnico como fin de la mágica velada y la lluvia desapareció.

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