Antonio Hernández Gil en la comisión constitucional del Senado en 1978
Antonio Hernández Gil en la comisión constitucional del Senado en 1978 - ABC
ASÍ LO CONTÓ ABC: 28 DE MAYO DE 1994

Un intelectual

Hoy será enterrado en la Catedral de la Almudena Antonio Hernández Gil, un enamorado del Derecho antes que un jurista con aficiones intelectuales

Madrid Actualizado: Guardar
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Hoy será enterrado en la Catedral de la Almudena don Antonio Hernández Gil. Fue un intelectual enamorado del Derecho antes que un jurista con aficiones intelectuales. En un viejo libro tengo recogida una larga conversación con él, y toda ella trasmina esa permanente confesión. Por ejemplo, cuando dice: «Yo, sobre todo, me considero un intelectual que durante muchos años, por necesidades de la vida, ha estado sometido a la durísima disciplina del ejercicio de la profesión de abogado. Esto me ha impedido realizarme plenamente en muchas facetas intelectuales. Por lo tanto, tengo programas intelectuales todavía pendientes».

Por eso, de cuando asistió a la fiesta de las bodas de plata de la promoción de su padre, que fue juez y fiscal, lo que recordaba con mayor pasión era la presencia de Ramón Gómez de la Serna, condiscípulo de aquél.

Y de la Guerra Civil, aquella oscura noche en que Federico Nietzsche se bañó en aceite. Llevaba una edición barcelonesa de pastas verdosas de «Así habló Zaratustra», y en un pueblo cercano a Madrid, donde estaba el frente, se le vertió el candil a cuya luz leía. Una frase de entonces: «Que tu trabajo sea una guerra, que tu paz sea la victoria». Alguna vez he pensado que no es mala cosa esa de untar a Nietzsche con aceite. Después de todo era un enamorado de la comida del Piamonte, y por eso consideraba que el espíritu alemán era hijo de la indigestión de sus pesadas comidas, porque, según él, «todos los prejuicios proceden de los intestinos».

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Nuestro Don Antonio fue presidente de las Cortes en tiempo de Adolfo Suárez. Cuidadoso del detalle, poniendo las comas al hablar y atusándose el pelo ante la televisión. Explicaba una tarde cosas de la comisión mixta Congreso-Senado y alguien llegó y avisó:

-Don Antonio: la televisión.

Y Hernández Gil, que dijo:

- ¡Ah! Entonces, un momento.

Luego sacó un peine del bolsillo superior de la chaqueta y, ya peinado, fue ante la cámara.

Un día le preguntaba cómo un jurista estudioso del estructuralismo llevaba la afirmación de Lévi-Strauss que situaba la ciencia jurídica detrás de todas. Y contestó: «Si un romano de hace veinte siglos apareciera por aquí como caído de las nubes, el diálogo menos lleno de sorpresas que podría sostenerse sería el jurídico». Extremeño de Puebla de Alcocer, el 18 de julio por antonomasia cortó la publicación de una revista literaria suya que salía en Cáceres y que alcanzó los dieciocho números. Cuando acabó la guerra ganó un premio de la revista «Vértice» con la novela «Fondo de estrellas». Y luego el Derecho siempre, como aquel colega y paisano Gregorio López, enterrado en Guadalupe («Natural de este lugar. Rogad por él»).

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