Juan Soto - El Garabato del Torreón

Al rescate de Arriola

Sus compromisos internacionales no le impidieron dar conciertos en Ferrol, Vigo, La Coruña, Lugo o Pontevedra

De Pepito Arriola, el niño prodigio del piano, cabe decir lo mismo que de otros muchos genios: la fama les alcanza demasiado pronto pero los abandona también demasiado pronto. Arriola está hoy en la frontera del olvido. Y si todavía no la ha traspasado del todo es gracias al esfuerzo reivindicativo de los maestros Joam Trillo y Maximimo Zumalave, a quienes debemos el empeño —impensable hace unos pocos años y meritísimo siempre— de incorporar algunas de las composiciones del músico gallego al repertorio de la Real Filharmonia de Galicia. De momento, figuran en los atriles de la orquesta residente en Compostela, tres de las seis canciones sobre poemas de Antonio Machado y otras tantas inspiradas en versos cervantinos. Piezas, todas ellas, compuestas en la etapa final de Arriola, ya de vuelta de las palmas germánicas.

La carrera de Arriola como pianista eclipsó su labor como compositor, por otra parte ni muy prolífica ni muy brillante. En ella, como en toda la biografía de Arriola, la realidad se mezcla con la ficción. Los arriolistas no se ponen de acuerdo ni para identificar los primeros frutos de la precocidad creadora de la criatura: unos se inclinan por la habanera «Aurora», dedicada a su tía y mamá de crianza; otros por una marcha militar, y otros por un pasodoble. Para el caso, da lo mismo.

Pese a algún que otro insignificante desencuentro con su Betanzos natal, Arriola siempre hizo profesión de gallego. Sus compromisos internacionales no le impidieron dar conciertos en Ferrol, en Vigo, en La Coruña, en Lugo, en Pontevedra, en Santiago… siempre ante un público que lo aclamaba como a un auténtico héroe. Cuando su madre, doña Pepita Rodríguez, enviudó de don Amado Osorio —un médico de Vegadeo cuya biografía esconde una novela tan fascinante como la de su hijastro—, Arriola armará una rondalla en Ribadeo, «Los Pleyadáneos», de la que formará parte un pintor famoso, Amando Suárez Couto. Quede la historia para otra ocasión, si Dios lo permite.

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