Juan Soto - EL GARABATO DEL TORREÓN

Puigdemont es el modelo

Es el espejo en el que se miran unos cuantos de esos pollitos/as que dan el salto desde las instituciones democráticas a las tribunas golpistas

Del golpe de estado asestado en Francia por Luis Bonaparte, el (presunto) sobrino de Napoleón, sólo quedó el célebre ensayo de Marx, jibarizado en las hojas de los almanaques del Corazón de Jesús con redundante cita: «La historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa». En octubre de 1934, la huída por las alcantarillas de Barcelona de Josep Dencàs, el jefe de Estat Catalá, no tuvo la dignidad de una gran tragedia, sobre todo si recordamos como finalizó la vida política del personaje: abrazado a la derecha de Gil Robles. Claro que, al lado del Puigdemont fugándose a Bruselas con el rabo entre las piernas, en petición de árnica y dejando a los suyos con el culo al aire, Dencàs cobra dimensión ciclópea. Es como si comparamos las fugas de El Lute con la fuga de El Dioni. No conviene dejarse confundir: Puigdemont no enarbola la bandera de Macià (tengamos la misericordia de no aludir aquí a Companys) sino la del Capitán Araña.

Pues bien, no Dencàs, que pudiera serlo, sino Puigdemont es el espejo en que se miran, (admirativamente, por supuesto) algunos políticos gallegos o, por mejor decirlo, unos cuantos de esos pollitos/as que dan el salto desde las instituciones democráticas a las tribunas golpistas sin detenerse siquiera un momento en el diván del psiquíatra. Que el troceado BNG proclame, a título de dogma eclesial, «a lexitimidade democrática» de la república catalana, o que os toliños de En Marea salgan con que el 155 es «antidemocrático» no debe escandalizar a nadie. Son anécdotas que remiten simplemente a un modelo político necesitado de psicoterapia y a un líder de los de «Toma el dinero y corre». Pero al menos Woody Allen tiene gracia.

Cuando se contabilizaron los votos de las elecciones generales de junio de 2016, un diputado de En Marea (por Lugo, qué le vamos a hacer) dijo, muy excitado el bueno del hombre, que Galicia era «un pobo ignorante» y los gallegos, «escravos que votan ó amo». Ya por entonces era la musa Puigdemont. Y no nos habíamos enterado. La musa y el arquetipo y el molde.

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