LA VIDA EN EL RURAL I LOS CARTEROS (II)

«El primer día lloré, ahora sé que me retiraré en esta ruta»

ABC recorre, de la mano de Carmen, una ruta de entrega de correo por la montaña orensana

Carmen, en una de las aldeas donde reparte MIGUEL MUÑIZ

Patricia Abet

Tomar notas mientras Carmen conduce por las carreteras de montaña que conectan su ruta de reparto no es una labor sencilla, así que el relato sobre la vida de esta cartera del rural se guiará por la huella que la orensana , y sus historias, dejan en quienes la conocen. Antes de montar en el coche con el que a diario recorre cerca de cien kilómetros , nuestra particular cicerone por los vericuetos de las aldeas más apartadas de Leiro advierte: «Esas abolladuras son gajes del oficio» . Unos kilómetros más adelante, las empinadas curvas de subida al primero de los pueblos le dan la razón. Más de tres décadas como cartera han convertido a Carmen en una profesional que sabe que, para satisfacer a sus vecinos, no puede tirar de manual. «Aquí eso no sirve, esto es otro mundo, otro cuento», indica.

Esta forma de entender su profesión, premiada con las Medallas Castelao de este año , explica que todos los vecinos a los que a diario les entrega la correspondencia tengan su teléfono móvil. « Nos comunicamos por whatsapp . El otro día le mandé una foto a una señora con la hierba de su jardín llegándome a la rodilla para que la cortase», bromea mientras reparte la correspondencia más madrugadora. « Todos tiene mi móvil y también mi fijo , porque hay gente que no quiere gastar y espera a que sea de noche para llamarme a casa», afirma convencida de que esta disponibilidad absoluta forma parte de su trabajo.

Treinta años en la profesión

Carmen empezó en esto del correo casi por casualidad, sustituyendo a su suegro cuando llegaban las vacaciones . «Yo tenía 22 años y solo tuve que pasar un examen muy fácil, con operaciones matemáticas muy sencillas. Eso sí, se fijaban mucho en las faltas de ortografía», recuerda. Después se fue consolidando en la profesión hasta que en el 2004 aprobó la oposición y la destinaron un año a Toledo . De ahí se fue a Sanxenxo, donde ejerció durante siete años de los que tiene «el mejor de los recuerdos». «Trabajar al lado del mar era lo más», reconoce para aclarar que regresó a Leiro por su familia. « El primer día de ruta lloré al pensar que había cambiado la costa por esto . Pero ahora sé que me retiraré aquí... Mira esa carballeira centenaria», se interrumpe Carmen para introducir una de las miles de anécdotas que colorearán la mañana.

« En esta curva me encontré al lobo , tirando de una oveja, un día muy temprano mientras subía». Pero ella no se asusta fácilmente. Está acostumbrada a pasar largas horas conduciendo. Momentos de soledad en los que aprovecha para practicar las canciones de su grupo de pandereta. Y ante sustos como los que da la carretera en los días de lluvia y nieve —muchos al cabo del año en la montaña orensana— Carmen tira de ayudantes y señala a la virgen que lleva colgada del espejo interior , a la que lleva en su anillo y a una botella colocada en el hueco del asiento del copiloto. «No te las bebas que es agua bendita», avisa.

Unos vecinos de Avión con su cartera MIGUEL MUÑIZ

La mañana avanza y parece que ya no queda vecino por saludar. Entre gestos de cariño y comentarios cotidianos, la cartera abandona la primera de las aldeas de su ruta y pone rumbo a la siguiente. De camino, una inesperada sorpresa . Carmen detiene el coche justo a su paso por el campanario de una iglesia y demuestra que, desde su altura, casi se puede rozar. «¿Quién ve algo así cada día al ir al trabajo?» se pregunta. Toda la razón. En el fondo de esta aldea, un conjunto de hórreos y casas semiderruidas por las que la cartera se mueve con soltura pese a las estrecheces de las construcciones. «Como no hay espacio para dar la vuelta, siempre salgo marcha atrás», sonríe. «Hay un vecino que dice que ando yo mejor para atrás que su tía para delante» .

Mil Cármenes más

El carácter de Carmen, afable por naturaleza aunque «con días malos como todos», no pasa desapercibido para unos vecinos que reconocen que su cartera, «es la mejor» . El halago se lo ha ganado pulso porque, además de correspondencia, Carmen reparte tomates de su huerta, recoge botes de miel para mandar al extranjero, acerca el pan a las vecinas más mayores y regala sonrisas allí donde va. Pero también es consciente de las dificultades de trabajar en el medio rural. En la mayoría de las casas no hay números, ni buzón , las distancias entre aldeas son grandes y las calles, en ocasiones, intransitables. «Y no hablemos de los perros» porque, asegura, «el tópico es cierto». El palo que guarda en su maletero da fe de ello, y de que el suyo es, sin duda, «un empleo vocacional» .

En Galicia hay más de mil carteros rurales, un 60 por ciento mujeres que como Carmen se implican al máximo con un oficio que trasciende la entrega de mensajería. Y es que, a veces, revelan, «somos la única cara que ven en todo el día» .

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