Alberto Varela - Crónicas atlánticas

Un paseo por Sofía

No se puede entender que haya quien apueste por abandonar ritos centenarios por el simple hecho de que están vinculados al catolicismo

me ha venido hoy a la cabeza un verano de hace un par de años. Paseaba por las deterioradas calles del centro de Sofía, en Bulgaria, y me horrorizaba al comprobar la pesada herencia del comunismo que soporta la ciudad. Los que tras la II Guerra Mundial se hicieron con el poder echaron abajo los edificios señoriales que les recordaban a los burgueses y arrinconaron los templos porque entendían que la religión era el opio del pueblo. El régimen acabó cayendo por agotamiento y pasó a ser un mal recuerdo, pero el daño ya estaba hecho. Recuperar el esplendor de Sofía es cuestión de muchísimo tiempo y dinero que a día de hoy no hay.

En las montañas, donde el comunismo o no llegó o lo hizo sólo de refilón es donde uno puede respirar la verdadera esencia búlgara. Monasterios como el de Rila han sobrevivido y se han restaurado con cuestaciones populares. A día de hoy son, junto con los bosques autóctonos que no se talaron para poner al servicio del régimen, el único puntal turístico que tiene el país. Para ver barriadas uno se queda en los alrededores de su ciudad y listo.

Las tradiciones de un pueblo son las que lo hacen atractivo a ojos del visitante. Si en Japón busca asistir a ceremonias en las que se sirve el té exactamente igual que hace cinco siglos o en Túnez se estremece con la llamada al rezo en las mezquitas, no se puede entender que haya quien en Galicia apueste por abandonar ritos y costumbres centenarios por el simple hecho de que están vinculados a la religión católica.

Las iglesias-museo no tienen el mismo hechizo que los templos en los que se mantiene viva la espiritualidad del pueblo y eso al final se nota también económicamente. Muchos no saben explicar qué vienen buscando, pero saben que hay algo en el aire que otros destinos no tienen. Al final es la metafísica la que nos hace únicos, y es una pena que haya quien no quiera verlo. Quizás con un paseíto por la Sofía actual...

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