Los operarios trasladan a una de las víctimas del accidente de tren de O Porriño
Los operarios trasladan a una de las víctimas del accidente de tren de O Porriño - Miguel Muñiz

«Koki siempre quiso conducir un tren»

Caos, confusión, tragedia. O Porriño despertó convulsionado. Entre las víctimas, historias llenas de tristeza

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La zona del accidente del tren de pasajeros en O Porriño que dejó ayer cuatro muertos y decenas de heridos se covirtió en un hospital de campaña. Los heridos empezaron a llegar a la cafetería de la estación, donde se prestaron los primeros auxilios antes del traslado a los hospitales. La confusión de los accidentados también anticipó el mazazo que se produjo después del mediodía, cuando los familiares de Joaquín Rodríguez recibían la noticia del fallecimiento del aprendiz de maquinista que «dejó de ir a un cumpleaños» para hacer prácticas, junto al maquinista titular, en el tren siniestrado.

Fue la escena más impactante del día. Su familia abandonó el centro en taxi, pero Jennifer, una de sus mejores amigas, se quedó en el hospital.

La joven explicó a ABC: «Koki siempre quiso conducir un tren y esto todavía no me lo creo». Entre sollozos trataba de digerir una noticia que solapaba las trágicas experiencias de otros heridos.

El drama con las historias más humanas comenzó en el lugar de los hechos. Unas mantas traídas por los vecinos servían para abrigar a los pasajeros, muchos de ellos en estado de shock, incapaces algunos de articular palabra. En el interior, una pareja de novios se abrazaba. A su lado, otra señora cuyo marido ya había sido trasladado a uno de los centros sanitarios esperaba a que la llevaran con el. «Todo fue muy rápido, no sabría decirte qué pasó. Cuando tomé conciencia ya habíamos descarrilado», comenta a ABC mientras le suena el móvil, que no tarda en coger. Otra joven con una magulladura visible en la cara retoma la conversación: «Yo estaba dormida, y la verdad es que solo puedo decir que me despertó un fuerte balanceo».

Por otro lado, los pasillos de urgencias del Cunqueiro se transformaron en un lugar para las confesiones. Dos amigas argentinas dejaron el hospital con magulladuras y «bloqueadas». También un americano, Bill Brice, confesó a este periódico: «Me quedé dormido y a los cinco minutos desperté en el suelo en medio del caos». La sensación al final del día fue de «alivio». Algunos pasajeros pudieron abandonar el hospital «para seguir nuestro camino», aunque todos coincidían en que será duro de olvidar.

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