Emigración

«Cuando llegué a Buenos Aires iba con una foto de mi padre para reconocerlo»

Domingo Vitorino y Úrsula Sésar visitan Galicia tras más de 60 años sin pisar la tierra que dejaron siendo niños. «Fue mucha emoción cuando llegué y sé que va a ser mucha tristeza cuando me vaya», dice ella, agradecida por la familia encontrada

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«Lo que sí podéis poner ahí es que pasamos mucha hambre». Domingo Vitorino habla divertido y el grupo ríe en confianza. La instantánea que componen este porteño de Salvaterra do Miño, su esposa Úrsula y el matrimonio de Maruja y Manuel casa a la perfección con una fotografía de familia con años de vivencias compartidas a la espalda. Maruja trajina en la cocina, Manuel prepara la brasa para el churrasco... Nada revela que las primas se conocen desde hace apenas un mes, ni que Úrsula y Domingo pisan por primera vez Galicia tras más de seis décadas de ausencia y emigración. «No es fácil para la gente común juntar los euros para venir», apunta este gallego de hablar argentino.

El matrimonio llegó a Santiago el 20 de junio como parte del grupo de gallegos de la diáspora participantes en el programa de la Secretaría Xeral de Emigración Reencontros na Casa . El 5 de agosto tocará regresar a Buenos Aires. «Fue mucha emoción cuando llegué y ahora sé que voy a tener mucha tristeza cuando me vaya», dice Úrsula emocionada. En 1950 dejó su casa en A Estrada para, junto a su madre y su hermano, reunirse con su padre en la capital argentina. Cuando comenzó los preparativos de este viaje, dice, no sabía lo qué iba a encontrar. Los tíos que conoció superan hoy los noventa años y el resto de la familia no era todavía más que nombres escuchados a sus mayores sin rostros ni recuerdos a los que asociarlos. «Cuando fuimos a buscar los pasajes le pedí al chico de la agencia que nos alquilase un auto acá y nos reservase un hotel para quedarnos. ¿Sabes qué me dijo? Yo no le voy a alquilar coche ni le voy a reservar habitación porque cuando llegue allá no la van a dejar ir a ningún lado», cuenta Úrsula. Y no se equivocó: «No nos han dejado un día solos. En treinta días hemos conocido como a siete primos. Hemos estado todo el tiempo arriba de autos y viendo cosas. A mis hijas ya les dije, no les voy a mandar más fotos, porque toda Galicia es un paisaje, por dónde quiera que vayas tienes una foto distinta; es bellísima», cuenta Sésar, quien, a pesar de la distancia, conduce desde hace doce años un espacio semanal radiofónico dedicado a las noticias de Galicia y a la música tradicional que, bajo el título «Astur-Galega y El Grove», se emite cada sábado en Radio Independiente de Lanús, la emisora de su ciudad. Su prima la mira con complicidad: «Empezamos a hablar por whatsapp un poco antes de Navidad, cuando comenzó a fraguarse lo del viaje. Ella me dijo que no me preocupase, que iba a ir a recogerles al aeropuerto un primo de Domingo, yo le dije ¿y si me da la gana de ir a mí también qué pasa? [ríe] Y hasta ahora. Yo no pensé que fuese a haber esta conexión, pero la sensación no es de conocerse ahora, sino como si fuera ya de viejo », afirma Maruja.

Domingo y Úrsuala, en Nigrán, con vistas a la ría de Vigo MIGUEL MUÑIZ

Domingo despliega la lista de contactos familiares que le ha acompañado en este viaje de vuelta. Hace 61 años, cuando a sus «doce años y cuatro meses» completó solo los 19 días de travesía a bordo del «Cabo de Hornos», en lugar de una lista de nombres llevaba una fotografía de su padre . «La imagen cuando salimos de Vigo es casi traumática… esto hay que trasladarlo a la posguerra, año 57, estaba todavía reciente la guerra de España y ver llorar a esa cantidad de madres en el puerto con el pañuelo... creo que el río Miño se desbordó de tanta lágrima», relata. «Mi padre -prosigue- se había ido cuando yo tenía cuatro años, así que llegué allá con esa fotografía y con la recomendación de mi madre de que antes de entregarme a esa persona debía decirle ¿usted quién es?». Recuerda el impacto cuando, crecido entre caminos de tierra en la parroquia de Pesqueiras (Salvaterra), se vio en la avenida «Corrientes con Uruguay, centro neurálgico de la capital federal», y el extraño sentimiento de un reecuentro padre-hijo marcado por el frío propio de seis años de incomunicación.

«Le rezaba al santo par ir»

«Cuando yo me fui ya España estaba carreteando, estaba levantando un poco el vuelo, pero en el año en el que nací, en 1945, mi madre tenía una libreta de racionamiento… Las posibilidades aquí eran mínimas, el único trabajo posible en Galicia era el campo, por consiguiente no había muchas opciones », repasa Domingo. «Yo le rezaba al santo para irme para allá. Y cuando llegué a la Argentina las noches de ausencia de mi mamá, de mis hermanos, de la tierra fueron lágrimas durante un año y medio largo», apunta. La vida, dice, «no fue fácil nunca, nada fue fácil para nosotros» . Domingo trabajó desde los trece años. Primero lavando copas -«de paso las rompía también», vuelve a reír-, después, «como mozo en un sitio fino». Más tarde progresó en una distribuidora de telas, incluso reunió «unos cartiños» para regentar junto a un cuñado y un hermano una panadería-confitería que bautizaron El Buen Trato. A los 60, llegó una crisis y le tocó empezar de cero. Pudo emplearse en el supermercado de un amigo y más tarde, «producto de la buena conducta y del concepto como ser humano», recaló en una empresa de sal.

No todas las historias de emigración son resplandecientes, dice, pero sí hay algo que se repite: «A nivel laboral y de humanidad, los que nos fuimos de aquí hemos dejado quedar a España en lo más alto» . Lo ilustra con un ejemplo. «El amo de llaves en la distribuidora de telas en la que trabajé era un gallego analfabeto. Nunca había ido a la escuela, pero ese hombre tenía lo que le hace falta a todo ser humano, decencia. El dueño confiaba en él. Cuando llegaba cada día era a él a quién la preguntaba: ¿qué datos tenemos? Ese gallego sin embargo era mal visto por los argentinos, le decían el 'chupamedias del trompa', pero aquel gallego tenía su casa propia, su familia, la pasaba relativamente bien», reflexiona.

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