Mónica Oltra, frente al Palau de la Generalitat
Mónica Oltra, frente al Palau de la Generalitat - ROBER SOLSONA
POLÍTICA

Mónica Oltra, ministra de ambición

No sólo Colau, también la líder de Compromís promete ser un quebradero de cabeza para Pablo Iglesias

MADRID Actualizado: Guardar
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Ha modulado su estilo, pero mantiene inalterada una desmedida ambición que alimenta una carrera cargada de «víctimas» políticas. Su entorno es taxativo: «Cuando Pablo Iglesias se alió con ella, no sabía lo que se hacía. Acabará de ministra. Seguro».

Mónica Oltra (Neuss, Alemania, 1969) ya no se prodiga como antes en los platós de televisión y, naturalmente, no precisa ahora del recurso a la camiseta que contribuyó a proyectar su figura muy por encima de las bancadas de las Cortes Valencianas: sus mensajes contra los casos de corrupción en el PP, los alusivos a las víctimas del accidente del metro de Valencia en 2006, o a la supuesta manipulación en la televisión valenciana, sorteaban las prohibiciones del reglamento de la Cámara mediante recursos semánticos no exentos a veces de un indudable ingenio.

Hoy, vicepresidenta y portavoz del Ejecutivo autonómico, se permite «orientar» la negociación del PSOE para fraguar un acuerdo de gobierno con Podemos invocando el éxito del denominado «pacto del Botánico» por el que la líder de Compromís vio satisfechas todas sus exigencias a cambio de permitir al socialista Ximo Puig cumplir el anhelo de toda una vida: presidir la Generalitat valenciana.

Caminando entre elefantes

El de Oltra es un fin más impreciso, definido solo por la condición de elevarse un estadio más en una carrera con meta en el mero ejercicio del poder. Ahora ministra, nominal o por persona interpuesta. Pero ministra.

Ella es un revulsivo para una clase política esclerotizada, según dejó sentado el escritor Ferran Torrent en un extraño libro («Caminarás entre elefantes», 2012) que glosa su figura sin el más elemental sentido crítico: Oltra es joven, es directa, es el personaje más odiado por el PP y ejerce con maestría el ataque verbal. Como si la expresión rotunda fuera en sí misma una virtud. Oltra, en definitiva, convertida en un icono de lo que se ha venido en llamar «nueva política».

La pátina institucional que le confiere su actual responsabilidad pública no camufla -no puede hacerlo- su ideario genuino ni su controvertido pasado, definido por las proverbiales luchas internas en la izquierda regional mecidas, una tras otra, por su mano.

La «mantis religiosa» de la política valenciana (así es conocida entre sus enemigos íntimos) logró, primero, la defenestración de Glòria Marcos, coordinadora de IU en la región hasta 2009 y representante de la ortodoxia comunista; desde la corriente interna «Esquerra i País», que Oltra encabezaba, instigó la destitución de aquella como portavoz del grupo parlamentario. Su primera muesca.

Llegó después el turno de Enric Morera, líder del Bloc Nacionalista Valencià (una de las patas de Compromís, junto con Iniciativa del Poble Valencià, el partido de Oltra). Tras proclamar durante largo tiempo que él sería el candidato de la coalición a la Generalitat, hoy, tan acomodado como realista, languidece como presidente de las Cortes regionales. Segunda muesca en la culata.

Catalanismo y demagogia

La comparación con Ada Colau resulta inevitable. Sus próximos (también sus rivales) la estiman no obstante muy por encima de la alcaldesa de Barcelona. Pero ambas tiran por igual de demagogia cuando no queda otra. Valga el ejemplo de que la valenciana ha descrito su comunidad autónoma como una de las peor financiadas de España. Nada que objetar si no fuera porque, para sostener esa legítima denuncia, asevera que uno de cada tres valencianos está en el umbral de la pobreza.

Es común también a ambas la querencia catalanista, por mucho que Oltra trate de emboscar ahora su entusiasmo por esa entelequia llamada «Países Catalanes». Ella, nacida en la región de Renania del Norte-Westfalia, casada con un argentino y madre de dos hijos adoptados de origen etíope.

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