Maruxa Duart Herrero - Tribuna libre

Menoscabo y desprestigio del español en España

«La inmersión lingüística llevada a cabo en nuestro país en los últimos años ha tenido como consecuencia perversas anomalías»

Imagen de la biblioteca de la Real Academia Española IGNACIO GIL

En el imperio de la lengua, hay lenguas vivas y lenguas estanco ¿Cómo afecta la lengua a la identidad individual y de grupo? ¿De qué manera se propician las identidades de los parlantes? La lengua que no está muerta es libre, no se impone, transpira, se cuece entre quienes la instruyen; es ingobernable e indómita, cambia de mate de un cantón a otro. La lengua se aspira, se mama en el arrullo de los brazos que aseguran, en el aliento reconocido, en el olor de la piel. Las palabras amorosas envueltas en nanas blancas o coloridas pintan con dulzura vocablos y promesas, ofrecimientos, con los que madres y familiares ungen a los que nacen mientras se espigan en vocablos de trapo. Son las primeras hablas, las de los sentimientos, las que transmiten memorias, semillas que enraízan marcando el buen sendero. Sin embargo, no todas las hablas se escriben ni perduran lo mismo.

Son las primeras hablas las de los sentimientos, guías con qué proceder y evitar peligros. Las que transmiten memorias y evitan el olvido; una semilla que enraíza, la clara advertencia del buen sendero. La lengua se aspira, se mama en el arrullo de los brazos que aseguran, en el aliento reconocido, en el olor de una piel.

Desde el antiguo sumerio hasta hoy, las lenguas no han dejado de evolucionar y cambiar. Unas mueren, otras nacen. La lengua acaricia o crispa la piel, enjuaga los enfados y hace las paces, reproches y mimos, asienta maneras de mirar y ver, muda y se enriquece en la cotidianidad y en las alturas.

Una lengua viva se apresta raudo a conquistarte, es fogosa, vivaracha, potente, briosa, afanosa y activa. Se expande como un río y discurre a sus anchas con sus sinónimos, maneras, decires, oralidad o refraneros.

La lengua viva se estira, es flexible, ampara y se compadece, contiene consejos y fábulas. La oralidad, romanceros, frases hechas, palabreros y decires; runrunean al oído y sonríen meciendo las palabras entre agradecidas aguas claras.

La lengua castellana o española, tal como la conocemos en la actualidad, es el resultado de un constante proceso de evolución fonética, y del aporte de otras lenguas primitivas o modernas que dejaron huella, sustrato idiomático. Todas las lenguas son propensas al cambio; no hay lengua que no contenga dialectos.

El español se ha expandido y se expande, quizá porque se escribe igual que habla. Es su vocabulario el más rico de cuantos se han escrito. Cuenta con la mejor y mayor producción literaria de la historia. Influido e influyente, en su fusión de letras y cantares contiene el vocabulario más rico de cuantos se han escrito.

Una lengua que se expande protege, no tiene tope, es querida y fluida en sus sinónimos salientes, la polisemia y sus puentes, graciosa y consejera, es habla que escurre como espuma, ancha y benevolente, generosa; acoge y escucha, cuida y encandila al oyente, al escribano de letras que mil tramas y escuchas tiende.

Imagen de la biblioteca de la Real Academia Española IGNACIO GIL

El español despuntó y despunta, sin pretenderlo, desde que recibió el testigo del latín entre las otras lenguas romances o no romances. En el siglo X sólo se habla en una zona reducida de Santander hasta el sur de Burgos. Hacia principios del siglo XIII, traspasa Sierra Morena a Andalucía mientras inicia su expansión a este y oeste, a expensas del aragonés y leonés, con interferencias y trasvases del gallego o catalán.

Hoy casi seiscientos millones de personas hablan español en el mundo. Es la segunda lengua hablada como lengua materna tras el chino mandarín, la tercera en cuanto a personas hablantes y la segunda en comunicación internacional tras el inglés.

El español es la lengua hablada principalmente en España, Hispanoamérica y Estados Unidos, país este último donde el español, en número, se habla más que en España.

No existe razón para el vituperio que recibe el español desde ciertas élites de Comunidades Autónomas españolas. El fin no justifica los medios. No todo vale para lograr un fin.

La inmersión lingüística llevada a cabo en nuestro país en los últimos años ha tenido como consecuencia perversas anomalías.

El español en España se encuentra en una situación de desprestigio. En este sentido la inmersión lingüística en ciertas comunidades ha servido a intereses políticos y económicos que han utilizado la lengua con fines distintivos y excluyentes a partir de la particularidad y el menoscabo, cuando no las prácticas coercitivas, agresivas, de exclusión y liquidación.

El porqué de un apartheid lingüístico o de cualquier índole tiene que ver con un dominio económico y consecuentemente político, que busca una intervención a gran escala y la conquista de territorios con fines expoliadores.

Una exclusión lingüística o segregación, lo es también personal, social y cultural, desplaza a la periferia en todos los sentidos, humilla, produce desarraigo, usurpación de identidad y confusión, humilla, erradica y tacha. La inmersión lingüística ha sido el peor enemigo de la lengua española.

Inculcar precozmente en las escuelas señas de identidad e historia falsas, en el engañoso periplo vertido sobre la historia en los libros escolares y medios de comunicación, mediante la apropiación indebida mediante de cualquier figura o hecho histórico sobresaliente y el engaño, con la intención de que los niños dejen de aprender la lengua española es una enfermedad dañina que menoscaba y enferma a todos.

Una lengua que no muda y no se adapta, no es flexible sino impuesta es pobre y únicamente puede existir en la cuneta de una vía muerta. De ahí la existencia de lenguas y hablas afectivas vivas, eruditas, y lenguas estanco, excesivamente sesgadas, cercadas, pobres, que perviven por imperativos de distinta índole como el político. El tipo de hablas estanco se fomenta con la compra económica de voluntades, el borrado sistemático del español en aulas, calles y comercios; la utilización de las emociones en patrioterismos oscuras en exceso, banderas y naciones que no existen, que desdeñan y acosan brutalmente la existencia de otras, desde instituciones y embajadas, círculos asambleístas pagados con subvenciones atípicas, o control de los medios de comunicación, la reiteración y el bombo narciso utilizado en aras que busca el desprestigio del español cuando no de odio.

Las hablas y lenguas no se han de imponer ninguna, gravando consignas entre obligados silencios de vecinos y de calles, escuelas, rótulos, ambulatorios y más. No han de sancionar con normalizaciones sobradas, capillas varias, voces y palabras de pobre riqueza léxica. No han de intimidar y acomodar hablas a élites e intereses precisos.

La lengua que no acoge se convierte en una lengua estanco, tirana y prepotente, soberbia, activista, exclusiva y sectaria. Intolerante que empobrece y se empobrece, en el claustro de sí misma, en un bucle, y ahí languidece.

La natural evolución de una lengua tiene que ver con su expansión natural afectiva y su riqueza literaria, nada tiene que ver con maniqueísmos, de ahí la riqueza del español que se ha nutrido de territorios indistintos, literaturas y autores que reflejan ideologías, denuncias, maneras de vivir una sociedad, críticas, sátiras, en libertad. Fray Luís de León, Marqués de Sade, Voltaire, Oscar Wilde, Fiódor Dostoievski, Cervantes, Quevedo, Machado, Lorca, Miguel Hernández, Tomás Moro, Paul Verlaine, Aleksandr Solzhenitsyn Tomás Moro, y muchos más, vivieron en libertad en la lengua que amaban, a su cuerda, sin renunciar a su ideología o manera de vivir que plasmaban con su vida y su pluma, a pesar de que la defensa de sus ideales llevara aparejada pena de cárcel.

¿Está viva una lengua que suprime a otra para poder sobrevivir? Una lengua con mucha vitalidad irá cambiando tanto que será otra algún día. Esta es una manera natural de “morir” porque la lengua deja de existir sin que sus hablantes sean afectados; al contrario, la lengua muere porque sus hablantes usan, disfrutan y se comunican a través de ella, cada uno le va dejando una impronta que imperceptiblemente transforma el sistema lingüístico.

Una lengua que se normaliza en exceso muere, aunque lo haga oprimiendo, excluyendo, y precisamente por eso. Hay detrás otros intereses que las hablas afectivas y familiares, las comunicativas que pueblan sonidos y sueños, líricas y leyendas, limbos y lirios de epopeyas y nanas. La lengua como arma de destrucción como cualquier otra, pasa de ser una lengua de trapo a una lengua muerta.

Las lenguas pueden construir imperios de arena o de lava, de gentes y de puentes, que no se erigen por imperativos de cualquier índole o banderas, u ocupaciones de territorios, sino de manera natural por otros motivos como son la guía, consejos, experiencias, la buena imaginación y cordura, la fantasía y los sueños, lo antaño, los ancestros, la identificación y literatura, por decir algo. Se puede influir de manera abrasiva, excluir raíces y realizar borrones para cuentas nuevas en la mente de los escolares, en medios e instituciones, pero no se debe. La lengua de trapo ha de amar, no odiar ni competir con nadie. La lengua puede utilizarse para estudiar la mejor forma de comunicar sus ideas y destruir las posibilidades de su adversario, pero con ello no logrará el apego, el arrullo, el run run de las noches de verano a la luna, la querencia en el chirriar del viento airado en sospechosas noches otoñales o invernales. La mano tendida a la adversidad y al cansancio, a la frustración, a los malos momentos, a la superación en suma y a la andadura por este valle finito. No logrará la estima en los chascarrillos, las advertencias, lo guiños y la chanza del humor bien intencionado, que advierte o aconseja de peligros mediante la pedagogía de fábulas y cuentos. La literatura de trapo, la afectiva y la del conocimiento, es guía y conocimiento, directriz de la sabiduría vulgar. Podemos hallar sus huellas de antiguas supersticiones y hasta conjuros. Los refranes dan alivio y consejo, no siempre.

Las hablas vivas moran soberanas y exentas, dispensadas de corsés que licuan o taponan libertadas de tufos por piques altos de espuelas. Escapadas al fresco aire y libre albedrío, sin ceñidores ni mantras o capillas, tan sólo caminan junto a un hatillo para subir al monte a respirar algarrobos, naranjos, pinos o acacias. Las hablas vivas no están redimidas de nada, excarceladas de humos, evadidas de envidias, dispensadas por nadie de fugas subvencionadas. Viviente y superviviente, diligente y en la orilla, el habla mora y habita es borde, canto y arista poco mellada o mucho, preciado tesoro que aún con mano dadivosa y algarabía no está exenta de zancadillas y habrá obligada a defenderse algún día. Como conclusión diré que la lengua que no es estanco ni muerta es libre, no se impone, transpira, se cuece entre los fogones de quienes la aman, hablan y escriben, instruyen e ilustran vidas, modos y valores honrados. Es ingobernable e indómita y cambia de tonalidad y mate de un cantón a otro.

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