Exposición

William Klein hace la calle (y algo más) en La Pedrera

Una gran retrospectiva repasa la obra fotográfica y pictórica de uno de los pioneros de la fotografía callejera

Dos visitantes en la exposición retrospectiva que La Pedrera dedica al fotógrafo neoyorquino William Klein Efe

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Podría estar sonando «Fairytale of New York» en las muy deslumbrantes y coloridas salas de La Pedrera y las voces de Shane MacGowan y Kirsty MacColl no desentonarían entre los retratos de neoyorquinos apretujados, borrachos abrazafarolas y aristócratas hambrientos a los que William Klein (Nueva York, 1928) ha consagrado media vida. Al contrario: el fresco navideño y etílico de los Pogues encajaría a la perfección como banda sonora de una buena parte «Manifiesto», deslumbrante retrospectiva que la Fundación Catalunya La Pedrera y la Fundación Telefónica dedican en Barcelona a uno de los pioneros de la fotografía callejera.

«Para él la fotografía era algo vivo y flexible; le permitía abrazar la complejidad de la ciudad y de sus contextos», destaca Raphaëlle Stopin , comisaría de una exposición que ya pasó por Madrid hace unos meses pero que desembarca en La Pedrera con un diseño renovado. «Es una exposición muy particular que establece un diálogo entre arquitectura y fotografía», apunta Stopin sobre la disposición en el edificio de Gaudí de las más de 200 fotografías, pinturas, maquetas y películas que componen la muestra.

Espíritu urbano

He aquí, pues, una retrospectiva que si algo persigue es demostrar hasta qué punto Klein «tiró por tierra todas las convenciones de un lenguaje fotográfico un poco dormido», en palabras de la comisaria, y supo mirar como nadie ciudades como París, Moscú, Tokio, Roma y, claro, Nueva York.

n visitante en la exposición retrospectiva que La Pedrera dedica al fotógrafo neoyorquino William Klein Efe

Para ello, «Manifiesto» retrocede hasta la primera encarnación artística de un Klein que antes de ser fotógrafo coqueteó con la pintura siguiendo los pasos de Mondrian, Max Bill y la Bauhaus. Unos inicios pictóricos que el estadounidense no llegaría a abandonar jamás: ahí están, por ejemplo, sus abstracciones fotográficas o esos contactos pintados que empezó a realizar en los años 90 y con los que culminó sus investigaciones sobre pintura, fotografía, cine y diseño gráfico.

 «Es un artista radical, lo que implica una interpretación muy franca de su obra», señala Stopin, quien ha optado por dar esquinazo al relato cronológico para centrarse en «estirar hilos del conjunto de su obra». «Lo importante es poder hacer énfasis en el amor que tuvo por los diferentes lenguajes artísticos», añade. Dentro de ese amor no pueden faltar sus grandes «paneles letristas»ni esa fotografía de moda a la que llegó de la mano del director artístico de «Vogue», Alexander Liberman, y que acabó siendo su trampolín para adentrarse en el mundo del cine. En La Pedrera, por ejemplo, se pueden ver fragmentos de «Qui etes-vous Polly Magoo?», su primer largometraje de ficción, así como imágenes de «Le couple témoin» y «Muhammad Ali, The Greatest».

El poder del primer plano

William Klein, queda claro, fueron muchos artistas en uno, pero si gran parte del peso de este «Manifiesto» recae en el fotógrafo callejero y heterodoxo que empezó a disparar su cámara en el Nueva York de 1954 y acabó formateando tamaños, estilos y tradiciones. Es ahí donde encontramos al fotógrafo de los planos cerrados y las multitudes apretujadas; el de las miradas cruzadas y los gestos desafiantes pistola en mano; el cronista del boom de la posguerra que no sólo capturó el bullicio maleducado y entrañable de la Gran Manzana: también la Roma idealizada que descubriò como asistente de Fellini durante el rodaje de «Las noches de Cabiria», el vértigo permanente de Tokio, ciudad al que se aproximó con ojos de «bárbaro», o el Moscú de las grandes concentraciones.

La muestra expone reproducciones de gran formato del trabajo de Klein Efe

 «Sus fotografías también nos hablan de la sociedad actual y de su compromiso», sentencia Stopin sobre una muestra generosa en primeros planos y rostros profundamente expresivos y que, por si fuera poco, recupera también documentos relativos a fotolibro neoyorquino que le costó lo suyo publicar porque las editoriales lo consideraban demasiado grosero. Más de sesenta años después, ese libro que Klein imaginó como un «diario sensacionalista, furibundo, grosero, llamativo y saturado de tinta», ha pasado a la historia como una de las grandes joyas fotográficas dedicadas a la ciudad estadounidense. También ahí, entre página y página, podría aparecer Shane MacGowan cantándole entre trago y trago a su reina de la ciudad de Nueva York y nadie se extrañaría.

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