Gergiev, embajador cultural de Rusia

Al director ruso le basta un simple temblor en las manos para que los músicos toquen cuando y como él quiere

Valery Gergiev, durante su actuación en el Palau de la Música TONI BOFILL

Pep Gorgori

En 1996, Valery Gergiev participó en los conciertos inaugurales del primer Festival del Lincoln Center de Nueva York. Tenía entonces poco más de 40 años, pero ya llevaba casi una década como director musical del Mariïnsky. Ya entonces eran celebradas sus interpretaciones de Prokofiev, y Richard Taruskin le dedicó un artículo titulado «Stalin vive en nuestras salas de conciertos, pero ¿por qué?».

Hacía cinco años que había caído el muro de Berlín, y el crítico se preguntaba si tenía sentido seguir interpretando música creada al calor del aparato propagandista soviético. La respuesta debe ser que sí, ya que este mismo martes en el Palau de la Música pudimos oír frases como «¡A cuántos enemigos suecos troceamos!» o «Quien ose atacar a Rusia encontrará la muerte».

El caso es que Gergiev se ha erigido en estas décadas como embajador cultural de Rusia por excelencia. El sonido de la orquesta del Mariïnsky impresiona, independientemente de lo que subyace en buena parte de la música rusa del siglo XX. Le basta un simple temblor en las manos para que los músicos toquen cuando y como él quiere, logrando unos resultados que no están al alcance de todas las batutas. Su «Bolero» de Ravel fue de una precisión emocionante, incluso a pesar de que la flauta piccolo no logró afinar ni un solo instante, por problemas cuya causa desconocemos pero que resultaron más que evidentes.

El concierto para piano de Skryabin es una joya que pone a prueba no solamente al solista, un Daniil Trifonov preciso, entregado y brillante, sino a toda la masa instrumental. En pocos conciertos como éste el piano está literalmente incrustado en la orquesta, lo que requiere dejar espacio al lucimiento del virtuoso sin que el resto de los instrumentos queden en segundo plano. Orfebrería pura que solamente décadas de oficio pueden sacar adelante con una sonoridad así.

En la cantata «Alexander Nevsky» , brilló el Orfeó Català hasta el punto de que los músicos de la orquesta se volvieron hacia el coro nada más acabar para ser los primeros en aplaudir su actuación. La mezzo Julia Matochkina cantó su aria con la rotundidad y belleza que requiere Prokofiev en este pasaje. Al empezar la segunda parte, el Orfeó entonó el «O vos omnes» de Pau Casals en homenaje a Lluís Millet Loras, nieto del fundador de la entidad y director del coro entre 1977 y 1981, fallecido esta semana.

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