Arturo San Agustín: «Ucrania resiste porque es tierra de cosacos»

El periodista y escritor evoca medio centenar de viajes a las «cuatro esquinas del mundo»

Arturo San Agustín, fotografiado en Foundiougne, Senegal, en 1978 ABC
Sergi Doria

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Arturo San Agustín es un viajero que recorre el mundo con su ‘Pasaporte sentimental’ (Catedral). Otros lo hacen con pasaportes convencionales y, los más privilegiados, con pasaporte diplomático. El pasaporte del escritor y periodista barcelonés congrega momentos áureos. Escritura de la mirada: como los «instantes decisivos» de Cartier-Bresson.

Los viajes de San Agustín, excepto los que realiza con asiduidad a la Roma vaticana, lo leímos en ‘Amanecer en el Giancolo’, son de antes del turismo ‘low-cost’ y los controles que convirtieron cada aeropuerto en un centro de tortura gregaria. Por ejemplo, la China de hace cuarenta años, con el primer grupo de extranjeros que franqueó su frontera tras la muerte de Mao. O la sabana de Sudáfrica, otro momentazo: «La noche llega de repente, sin avisar, y en unos segundos se produce un ensordecedor silencio. Los animales diurnos dejan de gruñir, rugir o piar y los nocturnos aún no han iniciado sus respectivos conciertos personales. Son solo unos segundos inolvidables y tan profundos como el peor presagio», recuerda.

«De niño creí que ser escritor era viajar, algo solo reservado a personajes como Hemingway… Pero escribir es un enclaustramiento solitario», cuenta. Solo cuando fue creativo publicitario hubo viajes a bellos escenarios para spots con generoso presupuesto. Luego, cuando se pasó al periodismo, el idealizado binomio del escritor viajero se hizo realidad.

Su ‘Pasaporte sentimental’ cubre medio centenar de destinos. Nos lleva al Senegal para oír la risa del chacal; a las alturas del monte Athos donde se vive «en la Edad Media de Bizancio»; a un bíblico amanecer el Sinaí; a Ciudad de México, guiado por Carlos Monsiváis que bautizó la capital como «la demasiada gente»; a las islas de Arán de aquellos pescadores que inmortalizó Robert Flaherty; a Moscú, para entrevistar a Olga Ivinskaya, la amante de Pasternak y confidente del KGB que inspiró la Lara en ‘Doctor Zhivago’; a la colombiana Cartagena de Indias: cuando te ofrecen un café te dicen si «te provoca un quinto»...

¿El viaje más triste? La Rumania de Nicolae y Elena Ceaucescu. «Era verano. Al pisar el aeropuerto ya me quería volver. Acababa de conocer la verdadera cara del comunismo. La Bucarest que en sus mejores tiempos había competido con París era una ciudad ajada, abandonada. Salvo el terror de la Securitate, no funcionaba nada». El comunismo caribeño tampoco le engañó. Cuba, 1979. Castro autoriza por primera vez el carnaval: baile, comparsas, cerveza, versos de Nicolás Guillén, mulatas que trabajaban para los servicios secretos: «Cuarenta y dos años de dictadura, que, al ser comunista, aún sigue teniendo intelectuales y periodistas palmeros», lamenta.

Cuando dio el libro a imprenta, el criminal Putin ultimaba su agresión a Ucrania. Por esas planicies anduvo San Agustín siguiendo el rastro del ‘Taras Bulba’ de Gogól. «Si uno presta la debida atención, en la estepa siempre se oye el galopar de un caballo, pero mis anfitriones temían una invasión rusa. Ucrania resiste porque es tierra de cosacos», concluye.

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