Sergi Doria - Barcelona, un libro abierto (Josep Bou)

Por La Rambla de Barcelona

«Aunque Josep Bou lo tiene difícil para ganar la alcaldía, una de sus prioridades debería ser la salvación de la Rambla»

Sergi Doria

Los elogios a La Rambla son un género literario: desde Hans Christian Andersen -cuentista hoy censurado por el ultrafeminismo- a Lorca con su oda a las floristas tras el estreno de «La zapatera prodigiosa» en el Principal.

No todo son «flors i violes» . Desde tiempos del Tripartito -cuando el eco-comunista Gomà planteó suprimir los puestos de animales- y con la eclosión del turismo masivo, la Rambla se fue muriendo de éxito. Pese a los esfuerzos de la asociación Amics de la Rambla que preside Fermí Villar, los proyectos de reforma se han ralentizado: primero con Xavier Trias y luego con Ada Colau.

El cierre de comercios históricos que provocó la Ley de Arrendamientos Urbanos , el silencio del teatro Principal, la inseguridad que se expande por el Raval, el conflicto permanente con las «estatuas humanas», la Boqueria invadida por intrusos en busca del selfi y el fracaso de los vulgares puestos de helados y gofres que sustituyeron a los pajaritos de toda la vida han provocado la deserción de los barceloneses.

Aunque Josep Bou lo tiene difícil para ganar la alcaldía -vistos los resultados del PP de Cataluña en las generales-, una de sus prioridades debería ser la salvación de la Rambla. Y para ir haciendo boca, recomendaríamos «Barcelona, una discussió entranyable» de Josep Pla, título de 1956 incluido diez años después en la Obra Completa.

Para el ampurdanés, la magia de La Rambla barcelonesa , como la Rue de Rivoli parisina o El Corso de Roma, es su autenticidad callejera y esa sensación de dejarse llevar -ramblear-, sin sentirse empujado o acechado: «La Rambla és un carrer, i per això la gent s’hi complau i s’hi sent bé. El menys que es pot esperar d’un carrer és que no fatigui massa amb els exabruptes que ofereix als passants. Ha de ser un element satisfactori i reposant perquè la pròpia vida ja conté sempre prou elements desagradables perquè se us compliqui encara més amb les procacitats voluntàries del que teniu al voltant».

El elogio tiene su mérito porque Pla era muy suyo al hablar de Barcelona: no le gustaba la cuadrícula de Cerdà, ni tampoco el wagnerismo modernista . La Rambla es otra cosa. Tiene tal carácter, a pie de calle que no precisa de edificaciones espectaculares: «Les cases de la Rambla són mediocres, peró están unides per una cinta invisible que les fon en un mateix destí funcional ciutadà». Así sea.

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