Sergi Doria - Spectator in Barcino

Entre lo malo y lo peor

Si Maragall II se acantona en el consistorio, la ya mermada potencia cultural barcelonesa se desplomará en otro cuatrienio negro

Colau y Maragall, durante un debate de la campaña electoral EFE

Que Ernest Maragall pueda ser alcalde de Barcelona demuestra que en este país todo es empeorable. Si Ada Colau no fuera independentista. Si Ada Colau velara, realmente, por su ciudad debería cerrar el paso al separatismo viejuno –la Cataluña de las veguerías– y pactar con Jaume Collboni y Manuel Valls: Barcelona es una capital global y no un satélite subalterno del «procés» y sus agentes rurales. Ver a Maragall aplaudir a Lluís Salvadó, el que aconsejaba para la conselleria d’Ensenyament la candidata con «mamelles més grosses», es un inquietante anticipo de la sensibilidad estética de su equipo.

El vicario Torra desconfía de Barcelona y, por una vez, dice verdad. Las prioridades barcelonesas se parecen más a las de Madrid que a las de la fanatizada –antes inmortal– Gerona. Decíamos la semana pasada que nuestra Ciudad Condal se nos ha llenado de agentes rurales. En la Cámara de Comercio ya se hacen notar: Joan Canadell, el gasolinero con caretas de Puigdemont, anuncia hoja de ruta: declarar al Rey persona non grata, dejar de pagar impuestos al fisco español, «participar de manera activa en la construcción de la República catalana»… Y su candidatura se llama «Eines de país»; más bien, «eines» para acabar de cargarse el país.

Si Maragall II se acantona en el consistorio, la ya mermada potencia cultural barcelonesa se desplomará en otro cuatrienio negro. Como apunta Miquel Molina, autor de «Alerta Barcelona», la desconexión entre la cultura en catalán y la cultura en castellano discurre paralela a la fractura social que ha provocado el «procés»: «Dejar que el estancamiento del conflicto acabe dibujando ese muro invisible (…) sería asumir un empobrecimiento brutal de la vida intelectual barcelonesa, a cambio de ganancias políticas ajenas a los intereses de una ciudad global».

La pérdida de patrimonio cultural depara un nuevo episodio en el traslado de los fondos de la contracultura de los años setenta al santanderino Archivo Lafuente. Ante la indiferencia de Generalitat y Ayuntamiento –Macba–, los primeros números del Ajoblanco de Pepe Ribas, la revista Star, o las obras de Nazario y Montesol se han preservado gracias al coleccionista José María Lafuente –propietario de las queserías homónimas– junto a otras muestras de las vanguardias del siglo XX, como Cabaret Voltaire y los artistas de la Movida Pepe Espaliú y Ceesepe; este último ha inaugurado en la madrileña Casa Encendida una exposición que reúne sus obras de 1973 a 1983.

La victoria del nacionalismo en 1980 chapó aquella Barcelona cosmopolita; y Madrid tomó el relevo a partir del 81; la jibarización de la cultura popular –ateneos y asociaciones vecinales subsumidos en centros cívicos– hizo el resto.

Cuando Pujol ganó las primeras elecciones se unió a una Esquerra que era de todo menos de izquierdas. ¿O acaso era de izquierdas el racista Heribert Barrera? ¿Lo es Joan Hortalà, actual presidente de la Bolsa? La Esquerra del 31 que idealiza Maragall era un partido de aluvión al servició del populista Macià. Por no hablar de Dencàs y los Badia… Su hermano Pau recordaba aquel período en las páginas de Star; reivindicaba una herencia libertaria que molestaba por igual a la izquierda marxista y al nacionalismo católico: «En la guerra del 36 los anarquistas fueron eliminados por los fascistas y traicionados por los comunistas y republicanos».

Además de los mencionados Ajoblanco y Star, al nacionalismo le molestan los fanzines y el cómic underground de El Rrollo Enmascarado o Makoki. De ahí el aplazamiento, promovido por el PDECat, del Museo del Cómic y la Ilustración en la antigua fábrica del CACI en Badalona.

Recordar la Barcelona contracultural fastidia a los secesionistas que pretenden perpetuar una Historia Oficial ritualizada en los santuarios del Borne y el Fossar de les Moreres. Recordemos, si no, aquella performance en el Fossar –febrero de 2017– auspiciada por el Institut de Cultura con motivo de Llum Bcn en las fiestas de Santa Eulàlia: carritos de supermercado con ladrillos y cascotes. Al margen de la cuestionable calidad artística, llamó la atención la ira del concejal Forn al advertir que aquel no era un espacio más de la ciudad. Claro que no, Quim: el Born donde transcurrió la Barcelona subversiva años 70, la que prefería Gainsbourg a Els Segadors, rinde hoy tributo a las piedras de 1714.

Cada vez que Maragall, independentista parvenu, manosea la libertad, la dignidad o los derechos civiles; cuando se las da de revolucionario lamentado que las CUP queden fuera del consistorio nos da la risa. Dejarle ocupar la alcaldía sería perpetuar el lema que pronunció tan clarito como presidente accidental del Parlament: «Catalunya sempre serà nostra».

Jaume Collboni y Manuel Valls han demostrado su sentido de la responsabilidad para impedir la alcaldía de un separatismo que no ganó las municipales (de 18 concejales a 15). Estamos en manos de Colau. Ella representa lo malo, Maragall lo peor.

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