La crisis sanitaria pone a prueba el gobierno de Colau tras un primer año de mandato gris

Los problemas durante la desescalada anticipan un verano complicado

Collboni y Colau reciben material sanitario para Barcelona ABC

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Poco se imaginaba Ada Colau hace doce meses que justo un año después seguiría al frente de la alcaldía de Barcelona con un gobierno saliendo relativamente reforzado de una pandemia mundial que ha puesto patas arriba la ciudad. Y todo ello, tras un otoño e invierno caliente en la capital catalana a costa de las protestas post-sentencia por el 1-O, que ya casi nadie recuerda, en que a su equipo le ha costado más que nunca mantenerse en la equidistancia que había protagonizado para afrontar la cuestión catalana.

Ese 26 de mayo, del que el martes se cumplirá un año, Colau acabó la jornada electoral entre lágrimas y dando por perdida la alcaldía tras ver que Ernest Maragall (ERC) había conseguido un concejal más que ella. 20 días después, la exactivista volvió a coger el mando de la ciudad tras unas extenuantes negociaciones y gracias a un pacto con el PSC y la ayuda clave de Manuel Valls para que la ciudad no cayera en manos del independentismo.

El acuerdo con los socialistas, de hecho, ha sentado bien, al menos hasta ahora, a las dos formaciones. Jaume Collboni (PSC) ha ejercido en muchos momentos de alcalde, especialmente al tomar con sus ediles las riendas de los aspectos que más incomodaron a Colau en su primer mandato, como la economía, el turismo o la seguridad. Por su lado, la líder de los comunes se ha podido centrar en su lucha contra la emergencia climática o las cuestiones sociales. Si el pacto de ambos en 2016 fracasó estrepitosamente, ahora parece que PSC y BComú han sabido encontrar el encaje justo, eso sí aparcando cualquier cuestión independentista que pusiera en apuros su sólido encaje. Además, el hecho de que un tándem similar se haya instalado en la Moncloa ha asentado más el bipartito de Barcelona.

Por delante del Govern

De hecho, sea o no por la similitud de ambos bipartitos, durante la crisis por el coronavirus la capital catalana ha ido por delante de muchas otras administraciones territoriales y el gobierno municipal ha sabido, hasta ahora, salir reforzado de la situación. El equipo de gobierno ha exigido sin reparos ayuda para Barcelona, por ejemplo dejando de lado sus históricas reticencias con las Fuerzas Armadas y pidiendo la presencia del Ejército -algo con lo que la Generalitat ha sido mucho más reacia-. También ha ido un paso adelante respecto a otros al paralizar la actividad de la ciudad, interrumpir obras públicas -el Govern lo hizo nueve días después) o al cancelar tributos municipales.

A los de Colau tampoco se les han caído los anillos por ir de la mano del Ejecutivo de Quim Torra o contra él cuando ha sido necesario. Fue especialmente visible el enfado que la alcaldesa mostró por la pésima gestión autonómica de las residencias y por la falta de un plan de contingencia que las ayudara. Más adelante, sin embargo, ambas administraciones han sabido ir a una con una oficina técnica para seguir la evolución del Covid-19. De allí salió, por cierto, la innovadora fórmula de la «fase 0,5», una propuesta que el Gobierno, quizás por su afinidad política con Barcelona, acabó aceptando días después de pe a pa.

El coronavirus ha beneficiado a la alcaldesa Colau, además, para poder desarrollar sus planes para tener menos coches en la ciudad. Aferrada desde hace un año a la emergencia climática, Colau ha eliminado más de 500.000 metros cuadrados de calzada para tráfico rodado a costa del coronavirus y, sobre todo, con decretos de alcaldía de urgencia.

Poco diálogo, de nuevo

No todo serán logros para Colau. La oposición ha aprovechado el confinamiento para recopilar quejas, sobre todo por el poco diálogo que habido, una vez más, por parte del gobierno municipal. La ciudad, por ejemplo, pasó dos meses sin plenos. La emergencia acalló a la oposición unas semanas hasta que la mejora de la situación y sobre todo la polémica por el concierto fallido coorganizado con Mediapro la despertó. El acto cultural fallido consiguió que ERC, JpC, Cs, PP y BCN Canvi se pusieran de acuerdo para reclamar explicaciones al gobierno, algo casi inédito en el Ayuntamiento.

Colau tampoco ha conseguido la calma en el tejido económico y social de la ciudad. Por ejemplo, con el sector de la restauración, con quienes a pesar de rectificar posicionamientos anteriores e intentar ayudarlos con más espacio para las terrazas, ha acabado con mal sabor de boca dado que algunos de los criterios finales no satisfacen a los implicados. Tampoco se ha librado de críticas por sus planes de pacificación del espacio público, lógicamente por parte de transportistas que se ven atacados pero también de plataformas ecologistas que siguen viendo al Consistorio poco atrevido.

Además al gobierno local le queda por delante un verano para nada fácil. La nueva realidad de las terrazas y su convivencia con los vecinos, la vuelta a la normalidad del tráfico privado en una ciudad que ha quitado espacio al vehículo a motor o el buen ejemplo del descontrol que se ha visto esta misma semana en algunas playas locales auguran que a Colau y su equipo se les presentan unos meses en los que la gestión de la vía pública, el civismo, la seguridad y la necesidad social de una ciudad duramente castigada por el Covid-19 pueden atragantarle un mandato que empezaba sin grandes problemas a la vista.

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