Sergi Doria - Spectator in Barcino

«Reencuentro» con la posverdad

«En sus ‘Notas sobre el nacionalismo’ George Orwell remite 'al hábito de pensar que los seres humanos pueden clasificarse como si fueran insectos', en buenos y malos»

Los presos del 1-O, al salir de Lledoners INÉS BAUCELLS

Sergi Doria

La posverdad triunfó cuando Moncloa compró la tesis del conflicto entre España y Cataluña. El independentismo ganaba la batalla semántica: ellos son el pueblo de Cataluña y no una parte. Sánchez manoseó el ‘Eclesiastés’ al equiparar sentencia con venganza (argumentario independentista) y acabó citando a Martí i Pol, poeta de tarjetón recordatorio con música de Llach.

Frente a la posverdad, hemeroteca. «¡Seremos invulnerables si estamos juntos, no hay tribunal que nos derribe!», clamaba la fallecida Muriel Casals en 2010, albores del ‘procés’. El secesionismo por encima de la ley. En el Concert per la Llibertat de 2013 la presidenta de la ANC abdicó también de la realidad: «¡No estamos aquí para buscar un sueño, nosotros somos el sueño!».

Premonitorias arengas. El Supremo rebajaría el delito de rebelión por sedición: no hubo violencia «instrumental, funcional, preordenada de forma directa», sino «mera ensoñación».

En sus ‘Notas sobre el nacionalismo’ George Orwell remite «al hábito de pensar que los seres humanos pueden clasificarse como si fueran insectos», en buenos y malos. Convencido de estar en el lado correcto de la Historia, el nacionalista «es capaz de aferrarse a esa creencia incluso cuando los hechos lo contradicen abrumadoramente». Frente a la fe de secta, no hay racionalidad posible.

Más hechos de 2013. Carme Forcadell aplica la entomología para distinguir entre buenos y malos catalanes. Blande la preposición supremacista contra los segundos (PP, Ciudadanos): «No se debería llamar Partido Popular de Cataluña, sino Partido Popular en Cataluña. ¡Por tanto, estos son nuestros adversarios, el resto somos el pueblo catalán!».

Ahora indultan a Junqueras por su peso indiscutible en la relación entre España y Cataluña. Pesar pesa, pero no en el sentido de quienes pretenden tunearlo en Mandela de Sant Vicenç dels Horts. Aquel mismo 2013 chantajeaba al Estado con una huelga general: «Y puesto que nosotros hemos demostrado que podemos poner dos millones de personas en las carreteras de Cataluña, ¡dos millones!, ¿alguien cree que no somos capaces de detener la economía catalana una semana?». La mentira repetida parecerá verdad: «Una Cataluña independiente seguiría formando parte de la UE…».

El nacionalista, añade Orwell, impone su obsesión: «Se logra más fácilmente denostando al adversario que examinando los hechos para comprobar si estos le dan la razón». Ante el referéndum ilegal del 1-O Jordi Turull reincidía en la división entomológica al calificar de «súbditos» a quienes no participaban del pucherazo.

El «esto va de democracia» de la masa iliberal pisotea cualquier pensamiento crítico: se tacha de fascista o «enemigo del pueblo» al disidente. La autodenominada «revolución de las sonrisas» deviene en «revolución cultural» (maoísta). Del «nosotros somos el sueño» al Tsunami ‘democrático’ que invade El Prat (jerga ANC, «ocupación del territorio»).

La burguesía colabora por acción u omisión. Víctor Grifols, presidente de la multinacional farmacéutica, jalea en 2014 a Artur Mas: «President, sé que atraviesa un momento difícil, pero si tiene determinación, siga adelante, no se arrugue».

El nacionalismo, apunta Orwell, «es sed de poder mitigada con autoengaño». Mas difunde el autoengaño de que empresas y bancos se pelearán por radicarse en la Cataluña independiente: «Pese a los mensajes apocalípticos de alguna gente, el sentido común se acaba imponiendo en la economía».

Hipocresía catalana expresada por Sandro Rosell: «Si hubiera un referéndum por la independencia votaría que sí. Pero me iría a casa, y si ganara el sí, me iría de Cataluña». Cinco mil empresas huyeron de Cataluña… Grifols gestiona hoy en Irlanda su tesorería y el 75 por ciento de su producción.

La sedición, ese arcaísmo decimonónico, dicen. Joe Biden juzga el asalto trumpista al Capitolio como un «ataque sin precedentes que roza la sedición». ¡Que antiguo! El Código Penal la tipifica cuando sus actores «se alcen pública y tumultuariamente para impedir, por la fuerza o fuera de las vías legales, la aplicación de las leyes o a cualquier autoridad, corporación oficial o funcionario público, el legítimo ejercicio de sus funciones o el cumplimiento de sus acuerdos, o de las resoluciones administrativas o judiciales». Por ejemplo, el asedio a la Consejería de Economía, reconvertido en romería popular (los Jordis, de monitores ‘escoltistes’).

Las elites que quieren tocar fondos europeos creen que el independentismo quebrará entre pragmáticos y bunkerizados… Pero la sed de poder nacionalista es insaciable. A los indultados, que salieron como miuras -«a por todas» (Romeva) sin un atisbo de autocrítica-, sumarán «tres mil represaliados», el fugitivo y su cuadrilla. Y amnistía. Y autodeterminación. La mesa de diálogo con el independentismo -un tercio del censo- que se arroga la representación de los catalanes. El disco rayado de siempre.

A cuatro años de la intentona -¿quién debeló el Estatuto y la Constitución en septiembre de 2017?- el autoengaño oculta la hemeroteca.

Lo más grave no son los indultos sino la victoriosa posverdad que abona el relato contra el Estado de Derecho.

«Reencuentro» lo llama Sánchez.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación