Spectator in Barcino

Un rascacielos en la Plaza Cataluña

Como otros barceloneses dignos de ser recordados, Bosch Aymerich no cuenta con ninguna calle, pasaje o placita en su ciudad

Plano del rascacielos que Bosch Aymerich proyectó para la plaza Cataluña ABC

Sergi Doria

Visito la exposición que el COAC (Colegio de Arquitectos de Cataluña) dedica a Josep M. Bosch Aymerich (1917-2015); remonto la Rambla; me detengo en el Zurich y la mediocre edificación que ocupa la manzana de plaza de Cataluña, Bergara y Pelayo. Formado en arquitectura e ingeniería en Estados Unidos -Massachusets Institute of Technology-, Bosch Aymerich aportó un aire anglosajón a la aburrida Barcelona autárquica: macroproyectos de la Zona Franca, pantalán del puerto, viviendas SEAT… Edificios del Instituto de Estudios Norteamericanos de Vía Augusta,123 y Hoechst Ibérica de Travesera de Gracia, 47 (hoy grupo Bertelsmann). Pero el proyecto estrella de Bosch Aymerich -un rascacielos en la plaza Cataluña- creció en los planos hace sesenta años… y en los planos se quedó. Cuando lo pienso y miro El Triangle… Lamento la ausencia de aquel rascacielos.

Como otros barceloneses dignos de ser recordados, Bosch Aymerich no cuenta con ninguna calle, pasaje o placita en su ciudad. Trabajar en tiempos franquistas es motivo de sospecha para las comisiones de la verdad «antifascista», aunque en este caso tiene una explicación humana. El sangriento verano del 36, con solo 18 años, Josep Maria asistió al asesinato de su padre, su hermano y su tío -una familia adinerada venida a menos- por pistoleros de la FAI.

Acabada la guerra, Bosch Aymerich cursó estudios universitarios y prefirió ver mundo a olisquear gasógenos. A su vuelta a España comenzó a planear infraestructuras y urbanizaciones entre La Moraleja madrileña y las costas mediterráneas. Sus contactos en la capital le proveían de encargos tan políticamente decisivos como las bases americanas, pero cuando quiso ser recordado -para bien o para mal- en su Barcelona no hubo manera: en 1961, después de modificarlo tres veces presentó al ayuntamiento su rascacielos de ciento cuarenta metros y Porcioles dijo no. ¿La razón? Que con esa altura cubriría de sombra la plaza Cataluña.

De poco sirvieron las buenas referencias del arquitecto en los centros de poder franquistas, o sus clases con Le Corbusier, Aalto y Gropius. Para más inri, pocos años después de decir no a Bosch Aymerich, el consistorio autorizaba la erección del edificio Banco Atlántico (1969) -hoy Sabadell, en Diagonal/Balmes- y, en 1970, de las torres Urquinaona (70 metros) y Colón (110 metros).

Un rascacielos en la plaza Cataluña, como la parisina torre Montparnasse, le habría conferido ese carisma del que históricamente carece, pero al final la realidad es la que es: el provincianismo arquitectónico le pudo a la modernidad y tenemos El Triangle.

En «Alerta Barcelona» (Libros de Vanguardia), Miquel Molina repasa oportunidades perdidas desde el prodigioso guarismo del 92. La autocomplacencia condujo al fiasco del Fórum 2004, con su retórica buenista de «mover el mundo» y la urbanización «quiero-y-no-puedo» de Diagonal Mar. Luego vino la crisis económica, el desafío separatista con la aquiescencia de un alcalde Trias empeñado en que Barcelona fuera capital de Cataluña y la populista Colau.

Los unos y la otra ahuyentaron a la Agencia Europea del Medicamento y nos colgaron el cartel de ciudad políticamente conflictiva. Además de su turismofobia -a nadie le gusta el turismo de borrachera, pero existe otro turismo digno de ser promocionado- Colau frenó «la apertura de hoteles en edificios de difícil reconversión, como la torre Glorias o la antigua sede del Deutsche Bank en paseo de Gracia», escribe Molina.

A su juicio, «se aplicaron moratorias demasiado indiscriminadas, como las que frenan inversiones empresariales promovidas sin ánimo de dar “pelotazos”. Para entendernos, nos referimos al joven empresario que quiere ampliar su restaurante en un local adyacente y que ahora tiene muchos problemas para conseguir los permisos».

La Barcelona cervantina y capital editorial hispanoamericana, fue también menospreciada: «Don Quijote, un antihéroe progresista y antisistema que apreciaba la pluralidad lingüística, es tratado en su querida Barcelona como si se tratara de una rémora franquista», apunta Molina.

Atenazada por el separatismo y el neocomunismo que tacha cualquier prosperidad de neoliberal, Barcelona pierde su horizonte metropolitano. Todo empezó con Jordi Pujol cuando en 1987 se cargó la Corporación Metropolitana de Barcelona (CMB) por considerarla un contrapoder socialista. Los Juegos disimularon la dimensión del derrumbe, pero hoy necesitamos una CMB más decisiva y ambiciosa.

¿Barcelona será metropolitana o no será?, plantea Molina: «De darse por buena esta sentencia, el futuro de la ciudad sería más bien sombrío, porque no hay atisbo de acuerdo de impulsar una revolución administrativa de tal magnitud en esta Barcelona/Cataluña fracturada y convulsa. Ahora bien, reforzar la metrópolis dotándola de un gobierno propio fuerte, puede antojarse difícil, pero no hacer nada no es ninguna opción».

En la contienda municipal de 2019, deberemos elegir entre ser «solamente» capital de una Cataluña ensimismada, o sentar las bases de un futuro Distrito Federal. Si vence la conjunción indepe-comunera, esa Barcelona quedará en proyecto, como el rascacielos que no fue en una plaza condenada a la irrelevancia urbanística.

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