José Rosiñol - Tribuna abierta

El plan separatista viene de lejos

El plan nacionalista era conocido, por ello la dejadez por parte del Estado ante este largo desafío resulta más chocante aún

José Rosiñol
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En el imaginario colectivo separatista siempre hay una especie de conexión atemporal entre un pasado mistificado y el tiempo actual, un relato que trata de tejer hilos de plata entre un momento prístino en la historia proyectado hacia un futuro siempre áureo. Todo ello controlado mediante un brillante dominio del lenguaje que transmuta los conceptos en pos de la causa nacionalista, naturalmente la falsificación de la historia y la tergiversación del lenguaje no obvia una realidad que podemos encontrar en el más famoso y (re)utilizado de sus conceptos: el «proceso» (el «prusés»).

Más allá de tratar de desmarañar la tupida red de mentiras, medias verdades y manipulaciones del relato secesionista, me gustaría reparar en que dicho proceso es algo tan real, tan planificado, tan evidente, que la propia evidencia hace sonrojar ante la inacción de los distintos gobiernos de la Nación y la renuncia del Estado ante el embate separatista.

Naturalmente, este proceso se inicia en y gracias a la utilización perversa de las instituciones de nuestra joven democracia, desde el principio utiliza torticeramente la autonomía política para llevar a cabo su plan de «construcción nacional», el desafío nace con la democracia, gracias a la democracia y utiliza la democracia para unos fines espurios.

Pero, ¿acaso nadie reparó en ello? ¿Nadie percibió las señales de alarma? ¿De veras ha habido alguien con responsabilidad política en este país que se sorprenda de la situación actual? ¿No hubo nadie que advirtiera del peligro que corrían nuestras instituciones, nuestro Estado de Derecho, nuestra democracia, nuestro país? Permítanme recordar algunos episodios que alertaban de la deriva nacionalista.

25 de enero de 1981. Intelectuales catalanes firman el llamado «Manifiesto de los 2.300» en el que alertan de las tendencias totalitarias de un incipiente plan de «construcción nacional».

16 de Abril de 1981. «La Vanguardia» hace pública la carta del expresident Josep Tarradellas en la que denunciaba la deriva nacionalista, excluyente y manipuladora del nuevo gobierno de la Generalitat.

2 de noviembre de 1985. El mismo Josep Tarradellas afirmaba en «El País»: «La gente se olvida de que en Cataluña gobierna la derecha; que hay una dictadura blanca muy peligrosa, que no fusila, que no mata, pero que dejará un lastre muy fuerte».

28 de octubre de 1990. Prensa escrita editada en Cataluña publica un documento titulado «Programa 2000»: hoja de ruta que ha derivado en la situación actual, síntesis del objetivo ideológico del nacionalismo, el control y la infiltración obsesiva en la educación y los medios de comunicación.

Como vemos, el plan nacionalista, sus objetivos y sus medios eran (y son) conocidos, por ello la dejadez por parte del Estado ante este largo desafío resulta más chocante aún, el «Programa 2000» identificaba claramente todas las áreas sociales, políticas y económicas que el separatismo pretendía asaltar y monopolizar.

Todo lo descrito hasta aquí es cierto, podemos rasgarnos las vestiduras, clamar al cielo y lamentar lo sucedido, pero el 27S y la pérdida de su «plebiscito» nos dio la oportunidad de revertir la situación, la oportunidad de recuperar las instituciones catalanas todos los catalanes.

Para ello, necesitamos inteligencia, una intelectualidad que afronte los desafíos de nuestro país, necesitamos recuperar un relato de España que haga caducos los complejos inoculados por el franquismo, necesitamos altura de miras y políticas de Estado, necesitamos una sociedad civil desacomplejada y proactiva que no se limite a ser comparsa del oficialismo.

Todo ello está en marcha, no lo duden, estén atentos, porque, a pesar del «soma» del mundo feliz nacionalista, a pesar de la invisibilidad mediática de la Cataluña plural, por mucho que traten de ignorarnos, desprestigiarnos y difamarnos, la Cataluña real «eppur si muove».

José Rosiñol es socio fundador de Sociedad Civil Catalana.

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